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DIARIO DE COSTA RICA JUEVES 15 DE SETIEMBRE DE 1921 ¿Quién no conoce a don Caralamplo, el eterno vendedor de imágen mutiladas, de libros viejos, de arh os sontos, de láminas indescifrables, de joyas contemporáneas del rey que rabió, en fin, de todo lo inútil, de todo lo inservible, de todo lo arruinado? ¿Quién no ba visto én la tenducha que poéee por el Santuario de Guadalupe, en medio de su pintoresco museo, enjuto y apergaáminado, lar guruto y calvo, con sus ojos verd: pila, su boca deshabitada, y su nariz reriqueña, sobre la cual viven a horcajadas. las primeras y enormes abtíparras que llegaron a la Capítania General, en tienpo de Mari Castaña?
Don Caralamplo es un sér extraño y casi problemático. Aseguran que nunca ha nacido y es opinión general que nunca morirá. Pasan unas tras otrás las generaciones, como las olas de un mar, y todas dejan a don Caralampio. en el estado en que lo hallaron, siempre viejo, siempre tonto, siempre feo, siempre vendiendo cachivaches, siempre honrado, siempre celibatario, siempre idéntico a sí mismo. Pero ¡ab! me equivoco: lo actual generación encontró a don Caralampio vestido de tercero: del Carmen, y lo dejará em el estado profano, con su simple chaqueta de seglar.
La revolución se atrevió a lo que el tiempo no quiso osar jamás: a hacer una alteráción en la eterna identidad del respetable señor don Caralampio!
Pero. de qué vive don Caralampio? Este es uno detantos lados «misteriosos, como tiene su enigmática existencia, No se sabe si Diógenes halló al hombre que buscaba; pero es notorio que hace muchísimos años que don Caralampio no encuentra un comprador. La última moneda que encró a su tienda, figura actualmente en un museo alemán de numismática. Si don: Caralampio 10 usara. polvos de rané, estarían llenas de telas de araña las bolsas de. su chaleco dé cachemira verde.
Por eso fue més. que alegría, fue estupefacción y árrobamiento lo que sintió: don Caralampio, hará unos tres meses, al ver en el umbral de su tienda a u2 sér, que por su falidad de bípedo y su falta de plumas, revelaba desde luego ser un hombre.
Nuestro mercader se estregsó apresuradamente los ojos, temienuo tomar por. una realidad lo que podría no ser otra cosa que uña ilusión de su deseo; pero viendo que el individuo no se evaporaba, como uno de los silfos que visitaban es xabinete de Fausto, se adelantó hacia él son: riendo con una amabilidad, poco menos que conmovedora, y le. En qué podría servir a Ud. Voy a decirselo en dos palabras, respondió el interlocutor de nuestro héroe. Me llamo Agápito Yescas. y soy estudiante de segundo año. de leyes. Servía de amanuense a un escribano, Un alter ego de la Almo neda del Diablo, que ¡Dios lo perdone! es. un ostal ambulante de vicios y de concupiscencias, Al me ganaba lo suficiente para pagar a mi patroha una pensión por año, ir a los toros cada dia de Candelaria y bacerme un pantalón cada dos lustros, cuando ua día, sin más ni más, me plantó mi jefe de patitas en la caEsze documento ys ps ON. qué motivo. El de haberme encontrado una noche en la ventana con su híja, a estaba yo preguntando si tendria su papé alguna escritura que sacar en limpio antes de meterme la cama. Este fue el premio que recibió mi deseo de irabajar, señor dos Caralampio. qué ha hecho. usted despu. Lo que hece todo el que no ne un éentavo: darse el diablo. i¡Jovent exclamó con dignidad el extercero del Carmen. xMNi más ni menos. Comencé por aprovecharme de los ahorros que había hecko, a fuerza de ecnsomías, y que llegaban a la respelabic, suma de cinco reales y medio; pero, como nada hay que no se acabe en esta vida, excepto la, pobreza, concluyeron los cinco y medio y algún tiempo después concluyó mi crédito comercial: hace cuatro semanas: que no encuentro, quien me fíe una botella de cerveza!
Don Caralampio, enternecido por aquella patética relación, llevó apresuradamente su mano al bolsillo del chaleco, y sacó. su caja de rapé, que presentó abierta al estudiante. Butñ rapé, señor don Caralampio, dijo a éste, haciéndole heroicas mente los honores: cómo me récuerda al Padre Arzedondo. Pero volviendo a mi narración, le manílestaré el motivo de mi visita. Hace ún momento sentaba un princivio falso: dije que sólo la pobréza no se acábaba: y esto es mentira ¡poY Dios! por: que yo he dejado de ser pobre para ser inteligente. Desde hace: algunos años he ido todas las mañanas arrodillarme ante el altar mayor de la Catedral, y ésto, no por religiosidad, sino por ver fa: custodia y no olvidarme del colór del: oro; ahora voy a preguntar en qué iglesia hay custodia de: plata, para hacerla en adelante la de mi 6evoción, Por fin ¡Égúrese usied cuál será el triste estado en que me encuentro: cuando he tomado la resolución de suplicar a usted se encargue de vender la jo: ya valiosisima de mi familia, el tesoro inestimable que hace doscientos años se corsérva guardado respetuosamente en poder de todos los Yescas. Y al decir ésto, Agapito se limpió.
con la manga del saco los ojos, Secos como el desierto del Sahara, y púso en las manos de don Caralampio uz, envoltorio dé papel.
Don Caralampio tomó temblando el tesoro de los Yescas y comenzó a desenvolverlo con. marcadas señales de veneración. Después de cinco ea:. pas de papel fue apareciendo ante la pupila de don Caralampio, en la cuál se notaban todos los sintomas de la estupeficción, un Jibro inválido; deerépito y apolillado, en cuya pasta de pergamino se lcía, con inmensas letras góticas y coloradas, el siguiente titulo: De rerun: natura. En cuánto me valúa Ud? preguntó Agapito suspirando. Y0?. a esto? pues. én una peseta si hay quién la dé. Cómo. querría Ud. repetirme lo que ha dicho. Que avalúo este libro en real y medio. Pués va Ud. a vendérmeio en 25. 25, o Por primera yez en su vida, don ELZEVIR Caralampio se. faltó al respeto, soltando una csrcajada, en la cual sil boca y su nariz se dieron un largo y cariñoso besa. Así que Jográ sofocar aquella: hilaridad intempestiva, preguntó al estudiante. Con quo en 23. Aíj Un cenlavo menos. ¿qué contiene el famoso. libro. se aprende con él a hacer oro. Da el remedio para no volverse viejo. que todo libro, este tesoro, que. un Elzevir. Un ¿qué viene a ser eso. Un Elzevir es, para los biblió los, lo que una receta de Nicolás Flamel para los alquimistas, lo que el fósil de un mastodonte para el naturalista, lo que una muela de Santa Apolonia para los atólicos, en n, lo que es para un enamorado el rizo de su novía. No sabe Ud. que en 1824 Carlos Nodier compró por 400 francos un Elzevir, a. Delille, libreró de la calle de Moliére, en París? en éste tiempo, Brunét aseguraba que apenas quedarían. diez Elzevires en Europa; ahora no debe haber ni uno. Estoy seguro de que en París, Yo vendería mi libro por una cantidád: fabulosa, que podría bastarme para. vivir ale algunos años y después, volverme a mi país a vivir con holgura de mis rentas; pero no he encontrado quien me haga un adelantito de 5300, para ir en persona a venderlo, y sitiado por bambre me he resuelto a darlo por la triste, por la míseráble, por la desesperada suma de 25.
Don Carzlamplo movió la cabeza, de un lado. a otro, con el aire de una Persona que ho quiere replicar, pero que aún nose encuentra convencida, En fin, dijo; lo pondré alli. y veremos. Le dejo mi património, exclamó Agapito cón tono plañidero: le. dejo la joya solariega. de los Yescas. véndamelá usted. Sólo le: póngo na eondición, necesaria, imprescindible, sine qua non, como decimos los legislas: y es que antes de cerrar el contrato de venta me avise usted, por si puedo rescatarlo, antes de un lanca tán duro. Se ló prometo, contestó don Caralampio, despidiéndose del estudiante y arrojando sobre un montón de libros la joya solariega. de los Yescas.
eso, señor; este es nada menos Al día siguiente ¡nueva e inesperada sorpresa! otro estudiante pene jtra en el santuario de don Caralampio. Vengo. le dice, a ver si usted tiene ua tomo que me falta para para completar una obra. Qué estudia usted, pregunta el mercader. Yo!
derecho. Entonces tal vez desearía un tomo de Riquélme? Tengo el segundo. el de Fílanghiert? Pero sólo tengo la obra completa, se la daré muy barata: en cínco pesos.
El estudiante lo escuchaba, pasañdo una mirada distraída por aquel mare magnwn de libros matosalénicos; de repente fijo la atención no estudio nada, curso usted en el de Agapito, lo tomó apresuradamente y do abrió. Cómo. exclamó. sería Xo, no puede ser. sin embargo PETO DO. lád señas. sería un verdadero Elztevir. Es un verdadero Elzevir. dijo solemnemente don Caralampio. Si, continnó el estudiante, tiene los distintivos técnicos. Aquí está la Minerva con el olivo de Daniel Elzévir; y aqui la cepa cargada racimos, Veamos la edición. Amsterdara 1587. No tiéne duda, es realmente un Elzevir. En cuánto lo vendería usted. En veinticinco pesos, dijo don Caralampio con alguna timidez. No es caro, murmuró el estudiante. Si yo hubiera recibido ya mi pensión! Pera faltan ocho días para Que termine el mes; usted me espera, Elzevir es mío. Don Caratampio le hizo uná vaga promesa, lo despidió y acto continuo dió con su tabaquero una respetuosa Vanuleada a aquel libro, por el cual ofrecían nada menos de 25.
Dos días después, un trueno en figura humana se precipitó revolucio nariamente en el museo de don Caralamplo. mos. Es. verdad que usted tiene un Elzevir? Je gritó. un Elzevir genui. no. Y0. Que me he andado las siete partes del mundo en busca de un tesoro tan inapreciable! Estoy a punto de enloquecer! Deme usted pronto el archi célebre volúmen; se to pagaría a usted aunque fuera pesos de oro. Veamos si es en efecto un Elzevir. un verdadero Elzevir! dijo con énfasis dón Caralampió. Aquí lo.
tiene usted Puede ver allí a.
Venus, con su olivo y la cepa cargada. y la edición de. de. Basta? exclamó el comprador estrecharido contra su pecho la herencia de Agapito; y sumergiendo la mano en la bolsá de pecho, preguntó. cuánto vale mi Bleévir. i¡Cuarenta pesos! dijo don Ca ralampio, ruberizado de su audacia. Aquí dos tiene usted, replicó el enamorado del Elzevir, extendiéndole ante los ojos despavoridos de don Caralamplo. ocho billétés del Banco Internacional. famantes. nuevecitos y representando cada uno el valor de cinco pesos. Enseguida dió media vuelta sobre sus talones y se dirigió a la puerta, arrullando entre sus brazos el libro singular; que valía tan fabulosa suma. Don Carálampio lo detuvo por las faldas de la levita, Todavía no, ledijo: tengo prohibición de entregar ese libro sin dar previo aviso a su dueño, y así, tendrá usted la bondad de esperar un poco.
El otro se rascó Já cabeza, como desesperado por aquella contrariedad; pero enseguida bizo un gesto de resignación y dijo. Podré volver por mi Elzevir mañana? Indudeblemente. Sin falta alguna. Por supuesto.
Entonces, hasta mañana. Queda el contrato concluido irrevrocablemente.
Dejó pesaroszo el libro sobre la mesa, se guardó los ocho billetes y se retiró, mirando con ternura el codiciado Elzevir, edad co la Bizloteca Nacional ligue Utrogón zan0 del stoma Nacional de Biz ctosas del la nsterio de Cultura y Juventud. Cos a Rica

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