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Martes 20 de julio de 1971 DIARIO DE COSTA RICA. Las memorias de De Gaulle gares. Ejerce la soberanía francesa. Asegura la gerencia y la defensa de todos los intereses fran.
ceses en el mundo. Asume la autoridad en todos los territorios y sobre todas las fuerzas militares dependientes, hasta ahora, ya sea del Comité Nacional Francés, ya sea del Comandante jefe civil y militar. añadíamos: Hasta que el Comité haya podido transmitir sus poderes al futuro gobierno provisional de la República, se compromete a restablecer el régimen republicano y a des.
truir por entero el régimen arbitrario y de poder personal impuesto hoy al país.
en cuenta lo que sucede en el interior de esta zona esencial de comunicaciones que constituye el Africa del Norte, Hubiéramos tenido que tomar algunas medidas si se hubiese producido aquí al: guna conmoción demasiado brutal, por ejemplo, si hubiera usted devorado a Giraud de un solo bocado.
AL mismo tiempo, la cuestión de los procónsu.
les había sido resuelta. Decidimos admitir la dimisión al señor Peyouton y que el general Catroux pasase a ser gobernador general de Argelia, aunqu: siguiendo como miembro del Comité; que el general Nogués debía abandonar Marruecos; que el señor Boisson sería destituido en Dakar no bien tuviera un titular el Ministerio de Colonias. Por otra parte, al general Bergeret se le concedía el retiro.
NO era ésta mi intención. Por decidido que es.
tuviera yo a lograr de tal modo que el Gobierno francés fuese Gobierno, pensaba proceder por etapas, en consideración, no a las preocupaciones extranjeras, sino al beneficio nacional. Esperaba conseguir que el general Giraud viniera a colocarse, por su propio impulso del lado del in teres publico. Aunque el general Giraud hubiera ya tardado demasiado en nacerio, yu seguia dis.
puesto a reservarie el papel principal en el te Tieno militar, con tal que se limitase a este dominio y debiera su cargo a la autoridad frances. La Unidad (1942 44)
PESE a evidentes defectos, el organismo así crea.
do constituía, a mis ojos, una bsae de partida utilizable. Habría, sin duda, que soportar mo.
mentáneamente la dualidad absurda que existía en la cabeza. Deberíase, sin duda, prever que la política de los aliados, al intervenir en el seno del Comité personas interpuestas, originaría en él asperog incidentes antes de que el Comandante jefe en Africa del Norte estuviera, en sus actos, sometido al poder central, como lo estaba en lo sucesivo en los textos. Pero el Comité Francés de Liberación Nacional respondía realmente a los prin cipios de los que los Franceses Combatientes no habían cesado de ser campeones. En cuanto a la aplicación que de ellos se haría, me incumbía di.
rigirla. Confrontando el Comité con sus responsa.
bilidades, contaba con que su evolución interna, bajo el influjo presionante de la opinión, le apretaria más estrechamente en torno a mí y me ayu daria a descartar lo que tenía de errático y de centrífugo. En lo inmediato, la especie de yuxtaposición adoptada al principio me colocaba, pese a todos sus inconvenientes, en situación de ac.
tuar sobre los elementos militares y administra.
tivos de Africa del Norte, sustraídas hasta entonces a mi autoridad. En cuanr codos aquellos que, en Francia y en otras partes, me habían otor.
gado su confianza, estaba seguro de que continuarían no queriendo seguir a nadie más que a mí.
Al levantar la sesión, tenía yo la sensación de que acababa de darse un gran paso en el camino de la unidad. Pasando por alto, a ese precio, penosas peripecias abracé de todo corazón al general Giraud decir verdad, no podría ser en la calidad efectiva de un verdadero comandante supremo. yo lo deploraba más que nadie. Pero ¿qué hacer? La estrategia de las potencias aliadas no ad mitía en el Occidente, más que dos teatros imaginables: el del Norte y el del Mediterráneo. Nos sería ¡ay! imposible poner en pie de guerra las para exigir que un general francés ejerciese en suficientes fuerzas terrestres, navales y aéreas, uno o en otro, el mando supremo, propiamente dicho. No nos faltaban hombres, ciertamente. Podiamos a voluntad reclutarlos en las poblaciones valientes y leales del Imperio. Pero el efectivo de los cuadros de mando y de los especialistas de que disponiamos limitaba estrechamente el número de nuestras unidades. además no estaba mos en condiciones de proveerles por nuestra sola cuenta de armamento y equipo. En comparación con los medios que cada uno de los dos imperios anglosajones iba a alinear en los combates de Italia y de Francia, la fuerza que nosotros aportaríamos no sería la principal. Por tierra, en partie cular, no superaría, en mucho tiempo, el valor do un destacamento de ejército y todo lo más, do un ejército. No había, pues, probabilidad de que, ya fuese al Norte o al Sur, los americanos y los ingleses consintiegen en confiar a un jefe francés la dirección de la batalla común. Capítulo XXJA retirada del señor Peyrouton, efectuada en tales condiciones, produjo, en el momento mismo, una impresión considerable. El hecho de que se supiese que había él tardiamente, escrito en los mismos términos al general Giraud no la hizo variar. Que el ex ministro de Vichy, venido del Brasil donde era embajador a fin de asumir a instancias de Roosevelt el gobierno general de Argelia, pusiera su dimisión en mis manos y se conformase públicamente con lo que había yo exigido, era una retractación que el sistema de Argel se infligia a sí mismo. El desconcierto de los hombres de ese sistema y de sus consejeros aliados llegó a su colmo. Tanto más cuanto que el mismo momento la efervescencia se inculcaba en la ciudad y se señalaba, por todas partes, el éxodo en masa de voluntarios que, fletando camiones, corrian por las carreteras para intentar unirse a las tropas de Larminat y de Leclere.
Unos días antes, Giraud, con la anuncia de Eisenhower, hazía rechazado fuera del territorio fran cés las unidades de la Cruz de Lorena. Estas se encontraban, pues, en las proximidades de Trípoli. Pero sus alejados campamentos no por eso dejaban de atraer a millares de soldados jóvenes, Giraud, cediendo a la inquietud, llegó hasta encargar del mantenimiento del orden, en la ciudad y en los alrededores, al almirante Mauselier, traído por los ingleses y que pensaba, como prefecto de Policía, tomarse el desquite de sus an.
tiguos malos pasos.
DERO si yo estaba contento, los aliados, por su parte, no sentían más que una satisfacción mitigada. La instauración en Africa del Norte de un pouer central, que se otorgara las atribuciones de un gobierno, invocaba la soberanía francesa y excluía a log procónsules. estaba en contra.
dicción flagrante con la posición ostentada por Roosevelt y los suyos. Por eso, la declaración publicada el de junio a mediodía por el Comité Francés de Liberación Nacional y que formaba parte de su propio nacimiento, permaneció, hasta las de la noche, detenida por la censura americana. Por mi parte, me apresuré a poner a los representantes de la Prensa al corriente de lo acordado, sabiendo que aquello derribaría, tarde o temprano, la barrera. Al día siguiente, hablando por la radio, donde ya entraban imperiosamente los degaullistas. anuncié al pueblo de Francia que su gobierno funcionaba ahora en Argel, en espera de ir a París. El de junio, una reunión de la Francia Combatiente, en que se apretujaban miles de oyentes, me daba, así como a Philip y a Capitant, ocasión de hacer oir públicamente el tono y la pauta que serían, en lo sucesivo, oficia.
les. Ni que decir tiene que las misiones americanas e inglesas no mostraron el menor afán de de.
jar que nuestros discursos se difundiesen por el mundo.
TRO hubiera sido el caso, si en junio de 1940, el Gobierno de la Repúbkca, revestido del aparato de la legitimidad, acompañado del núcleo de la administración central, disponiendo de la di.
plomacia, se hubiera trasladado a Africa con los 500. 000 hombres que llenaban los centros de re, clutamiento, los de las unidades de campaña quo podían embarcarse, toda la flota de guerra, toda la mercante, todo el personal de la aviación do caza, toda la aviación de bombardeo. que fue alli, por lo demás, en efecto, y a la que se hizo regresar para poner sus aparatos en manos del invasor Lo que Francia poseía, en aquella épo.
ca, como oro y como crédito, hubiera permitido adquirir en América abundante material en espéra de la ley de Préstamo y Arriendo. Gracias al conjunto de esos medios, unidos a los que se encontraban ya en Argelia, en Marruecos, en Tú.
nez, en el Levante y en el Africa Negra, había pa.
ra rehacer una fuerza militar imponente al abrigo del amplio mar y bajo la protección de la escuadra francesa y británica, especialmente con cien submarinos. Con lo cual, los aliados, viniendo a instalarse cerca de nosotros, en las bases de partia da del Africa del Norte francesa, hubieran reco.
nocido como cosa natural en aquel teatro, la autoridad suprema de un general o de un almi rante franceses.
NO me sorprendin, pues, recibir el de junio, una carta firmada por el Comandante jefe civil y mintar pero cuyo estilo revelaba de dón.
de provenia la inspiración. En el tono habitual de los emigrados no adictos de Londres. me veía en ella acusado de querer destituir de sus puestos a los hombres dignos de confianza, quebrantar nues.
tras alianzas e instaurar mi dictadura y la de los conspiradores de derecha que formaban mi séquito, Cuando esa misión llegó a mi conocimiento, me informaron que la guarnición estaba acuertelada, que en el parque del Palacio de Verano se concentraban numerosos carros blindados, que en Argel quedaban prohibidas toda clase de reuniones y desfiles, que la tropa y la gendarmería ocupaba las salidas de la ciudad y los aeropuertos vecinos. Entretanto, en Les Glycines. bajo la sola guardia de diez spahis que Larminat me había enviado allí, comprobé que aquel bullicio no alteraba la diligencia con que las personalidades que deseaba yo consultar respondían a mi convo.
catoria, Avanzada la noche, hice saber a Giraud que aquella atmósfera de putsch (1) creada ante el extranjero, me parecía deplorable, que era preciso o que rompiéramos o que llegáramo a un acuerdo y que una nueva explicación se imponía al dia siguiente, El día de junio, a las 10, log Sei te estaban reunidos, PERO el pánico espantoso luego desastroso abandono, que habían impedido llevar al Imperio los medios todavía disponibles, entregado o desmovilizado a la mayoría de los que allí 88 encontraban, poniendo los poderes públicos y el mando militar a merced del enemigo y ordenando que se recibiese a los aliados a cañonazos, bían quitado de antemano a Francia aquella o.
portunidad como tantas otras. Nunca, hasta en tonces, lo había sentido yo con tanto dolor como en aquellas amargas circunstancias.
El mal humor de los aliados no se limitaba, por o demás, al terreno de la información. así como, habiendo telegrafiado a Londres para requerir con urgencia a varios de mis compaeñros lla.
mados a formar parte del Gobierno, no vi a na die en diez días; los ingleses, con diversos pretextos, tardaron en dejarlos salir. Por otra parte, en el propio Argel, el Gobierno británico, ya fuera o no sólo por su propia cuenta, seguía sin benevolencia el desenvolvimiento de nuestros asuntos (1)
Insurrección, sublevación. del SIN embargo, si la experiencia y la capacidad del general Giraud no podían desplegarse al frente de las operaciones, no por eso eran menos capaces de prestar grandes servicios. Ya fue se que, renunciando a presidir el Gobierno des.
empeñage en él las funciones de ministros del Ejército, o ya fuera que, poco inclinado a des empeñar ese papel administrativo, pasase a ser inspector general de nuestras fuerzas al mismo tiempo que consejero militar del Comité y re.
presentante suyo cerca del mando interaliado.
Debo decir que, sin oponerme a la primera solución, me parecía, que la segunda era la más a propiada. En muchas ocasiones, propuse las dos a elecciones del general Giraud. Pero no se decla dió nunca a hacer suya ni la una ni la otra. Sus ilusiones, las instancias de ciertos medios e intereses, la influencia de los aliados, le determina.
ron querer conservar personalmente la entera disposición del ejército y al mismo tiempo, gracias a la firma conjunta de las órdenes y decretos, la posibilidad de impedir que el poder hiclera nada sin su propio consentimiento APENAS aterricé, el 30, en Bufarik, me enteré de que el proio señor Churchill, seguido después del señor Eden, había llegado con gran misterio.
Desde entonces, permanecía en un chalet aislado.
no sin hacer que le informase secretamente el general Georges de la marcha de nuestras discusio nes. Una vez instituido el Comité Francés, el PrL mer Ministro se dejó ver el de junio, invitando nos a Giraud y a ml, así como a varios comisarios, a una comida llamada campestre. que las consideraciones debidas a su persona me impidieron rechazar. Al hacerle notar lo que su presencia en aquellos días y en aquellas condiciones, tenía para nosotros de insólito, protesto diciendo que no in tentaba en modo alguno inmiscuirse en los asuntos franceses. Sin embargo añadió la situación militar impone al Gobierno de Su Majestad tener EN esta ocasión, el general Giraud cedió en su obstinación, Había yo llevado el texto de una orden y de una declaración instituyendo el nue.
vo Comité. Los dos proyectos fueron adoptados sin modificación. Declarábamos: El general De Gaulle y el general Giraud ordenan, conjuntamen.
te, la creación del Comité Francés de Liberación Nacional. Pagábamos a ser ambos presidentes de dicho Comité; Catroux, Georges, Massigli, Monnet y Philip eran los primeros miembros: El Comité es el poder central francés. Dirige el esfuerzos en la guerra bado todas sus formas y en todos los luEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica
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