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Las memorias de De Gaulle veva pudo salvar del fuego y del hierro de Atila.
San Luis cruzado abandonado. mur en los arena.
les africanos. En la puerta de Saint Honoré, Juana de Arco fue rechazada por la Villa que ella acababa de devolver a Francia, Muy cerca de aqui.
Enrique IV cayó víctima de un odio fanático. La sublevación de las Barricadas, la matanza de la Noche de San Bartolomé, los atentados de la Fronda, y el torrente furioso del 10 de agosto, ensangrentaron las murallas de Louvre. En la Concordia rodaron por el suelo las cabezas del rey de la reina de Francia. Las Tullerias presenciaTon el naufragio de la vieja monarquia, la salida para el destierro de Carlos y de Luis Felipe, la desesperación de la Emperatriz, para quedar al final convertida en cenizas, como el antiguo Hôtel de Ville o Casa Consistorial. De qué desastrosa confusión fue escenario frecuente el Palais Bourbon! Cuatro veces, en el espacio de dos vidas, los Campos Elísecs tuvieron que sufrir el ultraje de log invasores desfilando detrás de odiosas mar.
chas militares. Si París resplandece esta tarde con las grandezas de Francia, recoge también las lecciones de los días aciagos, dido por una política que quisiera, merced la emoción de la multitud, justificar el mantenimiens to de un poder revolucionario y de una fuerza do excepción. Haciendo disparar, a la hora fijada, unos tiros hacia el cielo, sin prever quizá las rá fagas que traerían como consecuencia, se ha in: tentado dar la impresión de que se tramaban unas amenazas en la sombra, que los organismos de la Resistencia debían seguir armados y vigilantes que el Comae. el Comité Parisiense de la Libera ción y los comités de barrio, debían efectuar ellos mismos todas las operaciones de Policía, de jus.
ticia y de depuración que protegerían al pueblo contra peligrosas conspiraciones.
NI que decir tiene que es el orden lo que me propongo, por el contrario, hacer imperar. El ene.
migo, por otra parte, se encarga de recordar que la guerra no admite otra ley. medianoche, sus aviones vienen bombardear la capital, destru.
yendo 500 casas, incendiando el Mercado y los Vi nos y matando o hiriendo a un millar de perso nas. Si el domingo 27 de agosto es, para la pobla.
ción, un día de relativa tranquilidad, si tengo la oportunidad de asistir en medio de varios miles de hombres de las fuerzas del interior al oficio celebrado por su capellán, el Bruckeberger, st desde el fondo de un coche puedo recorrer la ciudad, ver las facciones de las gentes y el aspecto de las cosas sin ser muchas veces reconocido, no por eso la División blindada deia de combatir violentamente desde la mañana a la noche. Al pre.
cio de pérdidas sensibles, el grupo Dio se apodera del aeródromo de Le Bourget y el grupo Langla.
de toma Staine, Pierrefitte y Montmagny. Como la luz de un proyector revela el monumento, así la liberación de Paris asegurada por los propios franceses y la prueba dada por el pueblo de su confianza en De Gaulle. disipan las sombras que ocultaban todavía la realidad nacional. Consecuen cia o coincidencia se produce una especie de sa cudida con la que se derrumban diversos obstácu los que obstruían todavía el camino. La tornada del 28 de agosto me trae un puñado de noticias satisfactorias. La Unidad (1942 44)
ALREDEDOR de las cuatro y media, voy, como estaba previsto, a entrar en Notre Dame.
Poco antes, en la calle de Rivoli, subo al coche, y después de una breve parada en la escalinata del Hôtel de Ville, llego a la plaza del Parvis. El car.
denal arzobispo no me acogerá en el umbral de la basílica. No porque no lo hubiera el deseado.
Pero la nueva autoridad le ha rogado que se abs.
tenga. En efecto, monseñor Suhard se creyó en el deber, hace cuatro meses, de recibir solemnemente aquí al mariscal Pétain a raíz de su paso por Paris ocupado por los alemanes, y luego, el mes ultimo, de presidir el oficio fúnebre que Vichy hizo celebrar después de la muerte de Philinde Herriot. Por lo cual, muchos resistentes se indig.
nan ante la idea de que el prelado pudiera, ahora, Introducir en la catedral al general De Gau: lle. Por mi parte, sabiendo que la Iglesia se con.
sidera como obligada a aceptar el orden instau.
rado. no Ignorando que en el cardenal la piedad y la caridad son tan eminentes que no defan Ade.
nas sitio en su alma a la apreciación de lo que es temporal. hubiera hecho caso omiso de ella.
Pero el estado de tensión de un gran número de combatientes al día siguiente de la batalla y mi plan de evitar trda manifestación descortés para monenñor Suhard me han hecho aprobar a ml de.
Jeannin. re le ha ricado que permanezca en el ohienado durante la ceremonia. Lo que va a nanmir ma confirmorá en la idea de que esa me.
dida era conveniente. Capítulo LVIsse por nuestra so cuai pone yo, en el centro de este desencadena.
miento, siento que desempeño una función que su.
pera con mucho mi persona, que sirvo de instrumento al desitno. Pero no hay alegria sin reverso, pasta para quien recorre la vía triunfal. Con los Gozosos pensamientos que se apiñan en mi espí.
ritu se mezclan muchas preocupaciones. Só muy bien que Francia entera no quiere más que su li.
beración. El mismo ardor por revivir que estallaba ayer en Rennes y en Marsella y que, hoy, arre.
bataba a Paris, se revelerá mañana en Lyon, en Ruan, Lila, Dijón, Estrasburgo o Burdeos. No hay más que ver y oir para tener la seguridad de que el país quiere ponerse de nuevo en pie. Pero la guerra continúa. Nos queda ganarla. qué precio, en total, habrá que pagar el resultado. Qué ruinas se añadirán a nuestras ruinas. Qué nue.
vas pérdidas diezmarán nuestros soldados. Qué penas morales y físicas tendrán que sufrir aún los franceses prisioneros de guerra. Cuántos volverán de nuestros deportados, los más militantes, los más doloridos, los más meritorios de todos nosotros? Y, finalmente. en qué estado se encontra.
rá nuestro pueblo y en medio de qué universo. Verdad es que surgen a mi alrededor extraordinarios testimonios de unidad. Se puede, por tanto, creer que la nación dominará sus escisiones hasta el final del conflicto; que los franceses, habiéndose reconocido, querrán permanecer unidos a fin de rehacer su potencia; que una vez elegida su fi.
nalidad y hallado su guía, implantarán unas insti.
tuciones que les permitan ser conducidos. Pero no puedo, tampoco, ignorar el obstinado afán de los comunistas, ni el rencor de tantas personali.
dades que no me perdonan su error, ni el prurito de agitación que perturba de nuevo los partidos.
Mientras camino a la cabeza del cortelo. siento que en este instante mismo me dan escolta unas ambiciones al mismo tiempo que unas adhesiones.
Bajo las oleados de confianza del pueblo, no de Jan de aflorar los escollos de la política.
EN el momento en que me apeo del coche, suenan unos disparos en la plaza. Luego, en seguida, es un fuego graneado. Todo el que tiene un arma se pone a disparar a porfía. Apuntan a los tejados, al azar, Los hombres de las fuerzas del interior tiran por todas partes. Pero veo incluso a log veteranos del destacamento de la División, en posición junto al pórtico, acribillar las torres de Notre Dame, Me parece en seguida evidente que se trata de uno de esos tiroteos contagiosos que ocasiona a veces la emoción en tropas excitadas.
con motivo de algún incidente fortuito o provoca.
do. En lo que a mí se refiere, lo que importa más es no ceder al remolino. Entro, pues, en la cated dral. Por falta de corriente, los órganos están mu.
dos. En cambio suenan tiros en el interior. Mientras me dirlio hacia el coro, la concurrencia, mág o menog inclinada, lanza sus aclamaciones. Ocuno ml sitio, teniendo detrás a mis dos ministros. Le Troquer y Parodi. Los canónigog están en sus si llas de coro. El arcipreste monseñor Brot, viene transmitirme al saludo, el disgusto la protes.
ta cardenal. Te encargo ane exprese a Su Emla nencia mi resneto en materia religiosa, mi deseo de reconciliación doede el punto de vista racional y ml intención de recibirle dentro de poco.
MAE informan lo primero de que en los suburbios del Norte, después de la toma de Gone sse por nuestras tropas, los alemanes, están en plena retirada, lo cua, pone el punto final a la batalla de Paris. Por otro lado, Juin me presenta los partes del Primer Ejército, confirmando la Tendición de las guarniciones enemigas, el 22 en Tolón, el 23 en Marsella, y anunciando que nues.
tras fuerzas avanzan rápidamente hacia Lyon por ambas orillas del Ródano, mientras que los amo!
ricanos, siguiendo la ruta de Napoleón, despejada por los maquisards. han llegado Grenoble.
Además, los informes de nuestros principales delegados, al sur del río Loire Benouville en el Macizo Central y el general Pfister en el Sudoes.
te señalan el repliegue de los alemanes, que si unos intentan llegar a Borgoña para escapar del cerco, y otros van a encerrarse en los reductos for tificados de la costa del Atlántico, todos, luchan contra las Fuerzas Francesas del Interior, qua atacan sus columnas y acosan sus acantonamien.
tos. Bourgés Maunoury. delegado en el Sudeste, comunica que los maquisards son dueños del terreno en los Alpes, el Ain, el Drome, el Ardeche, el Cantal y el Puy de Dóme, lo cual no pue.
de más que acelerar el avance de los generales Patch y De Lattre. En el Este y el Norte, en fin, se multiplica la actividad de los nuestros, en tan to que en las Andrenas, el Hainaut y Brabante.
la Resistencia belga, combate en vivas guerrillas.
Se puede prever que el enemigo, atropellado jun.
to al Sena, perseguido a lo largo del Ródano, asaltado en todos los puntos de nuestro suelo, no se recuperará hasta la proximidad inmediata de la frontera del Reich. Así nuestro país, cualesquiera que sean sus heridas, va a encontrar en breve plazo la posibilidad del resurgimiento nacional. cada paso que doy sobre el eje más ilustre dei munuo, me parece que las gorias del pasauo 50 asoman a la de hoy. Da o el Arco, en nucstio honor, la lama se eiuva alegremente. Esta avenl.
da, que reconó el ejerc. co triunzante hace ve.
ticinco anos, se abre radiante ante nosctros. Sobre su pedestal, Clemenceau, a quien saludo al pasar, par ce abacanzarse para venir a nuestro lado. Los castanos de los Campos Elíseos, con que soñaba el Aguilucho prisionero y que vieron, durante tantos lustros, desplegarse la gracia y los prestigios franceses, se ofrecen como alegres estrados a miles de espectadores. Las Tullerias, que encuadra.
ron la majestad del Estado bajo dog emperadores y dos realezas, la Concordia y el Carrusel que asistieron a los desencadenamientos del entusiasmo revolucionario y a las revistas de los regimienots vencedores; las calles y los puentes con nombres de batallas ganadas; en la otra orilla del Sena, los Inválidos, cúpula que resplandece aún con el esplandor del Rey Scl, tumba de Turena, de Na.
poleon, e Foch; el Instituto, que honraron tantos espiritus ilustres, son los testigos benévolos de la rada humana que corre junto a ellos. He aquí que a su vez, el Louvre, donde la continuidad de los reyes consiguió construir Francia: sobre su zócalo, las estatuas de Juana de Arco y de Enri.
que IV: el palacio de San Luis cuya fiesta se celebraba aver precisamente; Nuestra Señora, oración de Paris, y la Cité, su cuna, participa en el acontecimiento. Diríase que la Historia, recogida en estas piedras y en estas plazas, nos sonríen.
Se eleva el Magnificat. Se ha cantado nunca otro más ardiente? Sin embargo, siguen los dis.
paros. Varios individucs, apostados en las galerías superiores, mantienen el tiroteo. Ninguna ba.
la silba a mis oidos. Pero los proyectiles dirigidos hacia la bóveda, arrancan cascotes, rebotan, caen.
Varias personas resultan alcanzadas. Los agentes que el prefecto de Policía hace subir hasta las partes más altas del edificio encuentra allí algu nos hombres armados: dicen éstos que han disparado contra unos enemigos indistintos. Aunque la actitud del clero, de los personajes oficiales y de los asistentes, no deja de ser ejemplar, abrevib la ceremonia. Pero a la salida me dicen que en puntos fan alejados como Etoile, el Rond Point y el Hotel de Ville, se han producido los mismos hechos exactamente a la misma hora. Hay herl.
dos, casi todos de resultas de los empujones y las caidas.
condición de estar gobernado, lo cual excluye todo poder paralelo al mío. El hierro está cas!
liente y lo bato de repente. Por la mañana de ese 28 de agosto reuno a los veinte principales jefes de los guerrilleros parisienses, para conocerlos, felicitarlos y enterarlos de mi decisión de adscrie bir las fuerzas del interior a las filas del ejército regular. Entran, después, los secretarios genera.
les, que no esperan visiblemente más órdenes que las mías y las de mis ministros. Luego, recibo los dirigentes del Consejo Nacional de la Resistend cia. En el espíritu de mis compañeros que se sien tan ante mi, existen a la vez dos tendencias que acojo de manera muy diferente. Su orgullo por lo que han hecho, lo apruebo sin reservas. Las intenciones ocultas de algunos en cuanto a la de rección del Estado, no puedo admitirlas. Ahors bien, aunque la demostración popular del 26 do agosto ha acabado de dejar bien patente la pria macia del general De Gaulle, hay algunos que abrigan aún el proyecto de constituir, al margen y fuera de él, una autoridad autónoma de ele var el Consejo a organismo permanente que fa calice al Gobierno, de confiar al Comac las formaciones militares de la resistencia de formar con éstas unas milicias llamadas patrióticas quo actuarán por cuenta del pueblo. entendido en cierto sentido. Además, el Consejo ha adoptado un programa del CNR. que enumera las medidas a aplicar en todos los terernos, que algunos propo nen esgrimir constantemente ante el poder eje.
cutivo. QUIEN ha disparado los primeros tiros. Las di. ligencias judiciales no podrán averiguarlo. La hipótesis de que los tiradores desde los tejados hayan sido soldados alemanes o milicianos de Vi.
chy, parece muy inverosimil. Pese a todas las in.
vestigaciones no se ha detenido a ninguno. Ade.
más, como imaginar que unos enemigos hubiesen elegido como blanco las chimeneas en vez de puntarme a mí mismo cuando pasé al descubierto?
Se puede, si se quiere, suponer que la coincidencia de los tiroteos en varios puntos de Paris ha sido puramente fortuita. Por mi parte, tengo la Impresión de que se ha tratado de un asunto urPero también nos advierte. Esta misma Cité fue Lutecia, subyugadora por las legiones de ce.
sar; luego Paris, al que sólo la cración de GenoEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica

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