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Miércoles 10 de setiembre de 1971 DIARIO DE COSTA RICA. manes. Ahora, Bertaux se esforzaba en manejar lag palancas de mando. Pero el coronel Asher, alias Ravanel, jefe de los maquis del Alto Garona, había tomado el mando de la región militar y ejer.
cía una autoridad tan amplia como mal definida.
Las memorias de De Gaulle rigí a los bordeleses. Fui a la Casa Consistorial, donde me esperaba el nuevo alcalde. Fernand Aus deguil, y recorrí los diversos barrios. Finalmente, inspeccioré, en el Paseo de la Intendencia, las fuerzas del interior que estaban todavía allí. Ca.
si todas mostraban un aspecto inmejorable, por el que las felicité. algunos jefes que aparens taban ser refractarios les ofreci la elección inme.
diata entre dos soluciones: someterse a las ór.
dones del coronel que tenia el mando de la re.
gión o ir a la cárcel. Todos prefirieron la pri mera. Al salir de Burdeos, me parecía que el sues lo se había consolidado, su alrededor, jefes de fracciones armadas constituían como un soviet. Los miembros de este consejo pretendían realizar por sí mismos con sus hombres la depuración, mientras que la gendarmería y la guardia móvil estaban encerrados en cuarteles alejados. Verdad es que el jefe de Estado Mayor, coronel Noetinger, oficial de gran experiencia, se dedicaba a desviar los abusos en el laberinto administrativo. Pero no siempre lo conseguía. Para colmo, un general inglés, con el titulo de coronel Hilario e introducido en el maquis del Gers por los servicios británicos, te.
nía bajo su mando varias unidades que no esperaban órdenes más que de Londres.
EL 17 por la mañana, con una solemnidad calculada, pasé revista a todos los elementos. Al tomar contacto directo con los maquisars contaba yo con suscitar en cada uno de ellos el soldado que deseaba ser. medida que abordaba las filas, cierto estremecimiento me hizo ver que habían comprendido. Luego, el coronel Ravanel hizo desfilar a todo el mundo. El cortejo ear pintoresco.
En cabeza, con las bayonetas caladas, marchaba un batallón ruso formado por hombres del ejér.
cito Vlassov. enrolados antes en las Illas alema.
nas y que habían desertado a tiempo para unirse a nuestra resistencia. Benían después los españoles mandados por sus generales. continuación, desfilaron las fuerzas francesas del interior. La vista de sus banderas y guiones improvisados, el esfuerzo que habían hecho para dar a sus ropag una apariencia uniforme, por encima de todo, las actitudes, las miradas, las lágrimas de log hombres que desfilaban ante mí, mostraban hasta qué punto posee virtud y eficacia la regla mili.
tar. Pero había allí también, con respecto a mi, la misma especie de plebiscito que se manifestaba por todas partes.
ME dirigí hacia Saintes con objeto de ponerme en contacto con las tropas del coronel Adeli.
ne. La Saintonge, bajo las banderas de la libera.
ción que ondeaban en todas las ventanas, vivía en estado de alerta. Porque los alemanes ocupaban.
por una parte, Royan y la isla de Oléron, y por otra La Rochela y Ré. Habíanse instalado allí al abrigo de importantes cbras de defensas, creyens do al principio en la intervención de grandes uni.
dades aliadas. El general Chevance Bertin, encar.
gado en el tumulto de los primeros días de coordi.
nar, hasta donde fuera posible, las acciones de nuestras fuerzas del interior del Sudoeste, logró impresionar al almirante Schirlitz, comandante del centro de resistencia de La Rochela, hasta el punto de decidirle a evacuar Rochefort. Pero pa.
Enban los días sin que los alemanes viesen ante ellos más que nuestros guerrilleros, completamen.
te desprovistos de armas pesadas, de cañones, blin dados y aviones. En cuanto a los nuestros, for.
mados en bandas como lo estaban en el maquis.
a fluían de la Gironda, de las dos Charentas, de la Vienne, de Dordoña, etc. muy ansiosos de comba.
tir, pero privados de lo que se precisaba para opee rar en un frente. Además, careciendo de servicios, depósitos y convoyer, vivían de lo que cogían alls donde se encontraban. Lo cual promovía un desor den frecuente, agravado por los abusos cometidos por estos o aquellos jefes que juzgaban que la jerarquía no se elevaba por encima de ellos. finalmente, las intervenciones del Comac da sus agentes dejahan sentir sus efectos. Jean Schu.
hler, comisario de la República en la región de Poitiers, el prefecto Verneuil, los alcaldes, tenían que luchar con numerosas dificultades.
La salvación (1944 61. Capítulo III En ningún sitio mejor que en esta gran ciudad tumultuosa y herida he sentido que el movi.
miento de la resistencia podía determinar el renacer de Francia, pero que esta esperanza suprema no dejaria de frustrarse si la liberacion se confundia con el desorden. Por lo demás, las mismas autoridades que en Marsella practicaban el compromiso. se mostraban muy satisfechas de mi propia firmeza. Hay que decir que la aparición del general De Gaulle hablando a la multitud agrupada en la plaza del Muy y en la calle de Saint Férreol, o recorriendo la Canebiére, o recibido en la Casa Consistorial por el alcalde Gaston Defferre, levantaba una oleada de adhesión popular que da.
ba a los problemas la apariencia de haberse simplificado. Sin duda lo estaban, en efecto, en cunto así lo parecían.
Había yo podido, el día anterior, recoger un testimonio semejante de la Prefectura y en la Alcaldía donde recibí a las planas mayores y a los notables, en cuya primera fila estaba el valiente arzobispo Monseñor Saliége. En cuanto a la multitud, gritando su alegría en la plaza del Capitolio, donde se había apiñado para oírme, o bien ali.
neada en las calles en dos filas de aclamaciones, llevó a cabo la misma demostración. En realidad, yo no estaba seguro, en absoluto, de que aquella adhesión supliria todo lo que faltaba para garantizar el orden público. Podía contar, cuando me.
nos, con que permitiría impedir, ya fuese la dictadura de algunog o ya fuese la anarquía general El coronel Adeline ponía todo su empeño en hacer que cesase la confusión. En contacto con las dos bolsas alemanas de Royan y de La Rochela, instalaba puestos, fomaba unidades lo más re.
gulares posible e intentaba organizar su abastes cimiento, Cuando aquel conjunto hubiera recibi.
do armas y tomado consistencia, se podria pensar en el ataque, Pasé revista en Saintes, a varios mi.
les de hombres mal provistos, pero henchidos de ardor. El desfile fue impresionante. Reuní después a mi alrededor a los oficiales de todos los oríge.
nes, la mayoría de los cuales ostentaban grados improvisados, pero orgullosos todos, a justo título, de estar alli voluntariamente y vibrantes al ver en medio de ellos a De Gaulle, quien, bajo la apa.
riencia de una serenidad deliberada, estaba tan emocionado como ellos. Les dije lo que tenía que decir, luego me separé de aquella fuerza en gestación, resuelto a obrar de tal modo que los combates de la costa atlántica acabasen en una victoria.
ANTES de abandonar Toulouse, mandé anular la orden que confinaba a los gendarmes y reintegrar aquellas buenas gentes a su servicio normal. Decidi nombrar al general Collet, traído de Marruecos, para el mando de la región militar.
Hice saber a los jefes españoles que el gobierno francés no olvidaría los servicios que ellos mismos y sus hombres habían prestado en nuestros maquis, pero que el acceso a la frontera pirenaica les estaba prohibido. Además, con arreglo a mis instrucciones, el Primer Ejército había destacado hacia Tarbes y Perpiñán una sólida agrupación para consclicar el servicio de orden en los pasos de los Pirineos. En cuanto al coronel Hilario.
fue, en el término de dos horas, conducido a Lyon para regresar en seguida a Inglaterra, EN el curso de la tarde, un rápido vuelo me tras.
ladó a Tolón. Como caso de desolación, nada superaba el espectáculo que ofrecía el arsenal, el malecón Cronstadt, los barrios vecinos en ruinas de arriba abajo, y la visión de los restos de barcos bombardeados en la rada o en la dársena. Pero, en comparacion, nada era más confortador que el aspecto de la escuadra alineada en alta mar para la revista. Tres divisiones me fueron presentadas a las órdenes, respectivamente, de los almirantes Auboyneau y Jujard y del capitán de navío Lancelot. Comprendían en total: el acorazado Lorraine; los cruceros Georges Leygues, Duguay Trouin.
Emile Bertin, Jeanne Arc, Montcalm, Gloire; los cruceros ligeros Fantasque, Malin, Terrible; una treintena de torpederos, submarinos, barcos de escolta, dragaminas, Acompañado de Louis Jacqui.
not, ministro de Marina; del almirante Lemonnier, jefe del Estado Mayor, general y comandante de las fuerzas navales; del almirante Lambert, prefecto maritimo, subi a bordo del navío de escolta La Pique y costcé la línea. Pasando ante los cuarenta barcos empayesados, recibiendo los saludos que desde las pasarelas me dirigían los Estados Mayores, oyendo los vítores lanzados por los tri.
pula ciones alineadas en la banda de los navios.
comprendi que nuestra Marina había devorado sus pesares y recobrado sus esperanzas.
ORLEANS fue la última etapa de este viaje. Con el corazón oprimido al ver los escombros, res corri la ciudad destrozada. El com. sario de la kes pública, André Mars, me expuso los problimas que el afrontaba con calma. Por lo demas, su region aun habiendo pasado por tantas pruebas, no se mostraba nada agitada. En contraste con lo que sucedía en el Garona, los ribereños del Loira pa.
recían muy moderados. Hay que decir que 109 coroneles Bertrand y Chomel, que mandaban las fuerzas del interior de la Beuce, del Berri y de la Turena, los habían organizado en batallones regu.
lares y conducido después a brillantes combates contra las tropas alemanas, en retirada al Sur del Loira. consecuencia de ello, los maquisards, dis.
ciplinados y orgullosos de sí mismos, se constituían defensores del orden Viendo, en el terreno de Bricy, el soberbio destacamento que me presen.
taba armas, pensé con melancolía en lo que hu.
biesen sido las fuerzas de la resistencia si Vichy no hubiera impedido a los cuadros militares estar en todas partes a la cabeza de estas tropas juve.
niles. El 18 de setiembre, por la noche regresé a la capital.
EL 17 de setiembre, en Burdeos, encontré los áni.
mos tensos, Los alemanes se habían retirado de alli. Pero seguían en las proximidades atrincherados en Royan y en la punta de Grave, prohib. enlo el acceso del puerto y amenazando con volver.
Bajo el mando del coronel Adelin, las fuerzas del nterior de Burdeos y de los alrededores habían, en su mayoría, establecido contacto con el enemizo en las dos orillas del Gironda, mientras que el soronel Druille, comandante de la región militar.
se esforzaba en procurarles equipo y encuadra.
miento. decir verdad, el almirante alemán Meyer, cuando evacuaba la aglomeración bordelesa y ocupaba los reductos preparados en la costa del Océano. había dejado suponer que pensaba ren dirse. Todavía continuaba negociando en el mo.
mento de mi llegada. Pero pronto se vio que se trataba tan sólo de una treta empleada por el ene.
migo par aliberarse sin daño. Como éste disponía de un material y unos efectivos considerables y nuestras fuerzas del interior no estaban ni siquie.
ra organizadas, ni armadas para sostener una ba.
talla campal, Burdeos mezclaba la alegría de ser libre otra vez con el temor a dejar de serlo. Ade.
más, muchos agravios, acumulados durante la ocu pación en el seno de una ciudad cuyo alcalde. Mar.
quete, era un colaboracionista notorio, salían a la luz. En aquella atmósfera revuelta evoluciona.
ban diversos grupos armados que se negaban a obedecer a las autoridades oficiales, El 16 de setiembre, estaba yo en Toulouse, clu.
dad un tanto agitada. En el Sudoeste las desuniones eran ardientes desde siempre. Pero la política de Vichy y el drama de la ocupación las habían exasperado. Además, habían sostenido una lucha muy dura. Tanto más cuanto que las tropas enemigas que operaban en Aquitania se habían entregado a tropelías especialmente crueles, no sin odiosas complicidades. Sin embargo, entre las fuer zas del interior, las mejores unidades corrían ya hacia Borgoña para unirse al Primer Ejército.
Quedaban alli unos grupos más mezclados. Por último, la proximidad inmediata de España hacía más aguada la tensión. Porque muchos españoles, refugiados desde la guerra civil en Gers, el Ariege, el Alto Garona, habíanse lanzado antes al maquis. Naturalmente, los comunistas, bien situados y organizados, atizaban los focos de desorden a fin de tomar el mando en sus manos, Lo habian conseguido en parte.
El 25, después de haber pasado dos días con el Primer Ejército, me trasladé a Nancy que las tropas del general Patton acababan de liberar, Para la Lorena, el invasor no había sido siempre sino el enemigo. Por eso ali no se planteaba ningún problema político. No peligraba el orden público. El civismo era perfectamente natural. Aquel día, las aclamaciones de la multitud en las calles de Mirecourt, de Estrasburgo, Saint Dizier, SaintGeorges y de los Dominicos, por las que atravesó la capital lorenesa, y luego en la plaza Stanislas donde hablé desde el balcón del Ayuntamento, lag alocuciones del comisario de la República, Chailley Bert y del alcalde Prouvé, los mensajes de las delegaciones, la actitud de los 000 ms.
quisards que con su jefe, el coronel Grandval, ha zo desfilar ante mí, demostraban la fe en Francis de aquella provincia asolada y una de cuyas par tes estaba aún en manos germanas.
ENCONTRE al comisario de la República víctima de las usurpaciones de ciertos jefes de las fuerzas del interior. Pierre Bertaux, que dirigía en la resistencia un importante sector, se encontró designado para ocupar aquel puesto cuando el titular, Jean Cassou, fue gravemente herido durante las luchas que señalaron la huida de los aleAlls, como en otras partes, me dediqué a pres.
tigiar aquellas autoridades. Gaston Cusin, comi.
sario de la República, que era por lo demás un hombre lleno de buen sentido y de sangre fría, me presentó en la Prefectura el habitual cortejo de funcicnarios, oficiales y delegaciones. El arzo bispo Monseñor Feltin iba a la cabeza de los vis Bitantes. Desde el mismo balcón en que Gambe.
tta había arengado a la multitud en 1870, me dle Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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