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EL CORONEL INO TIENE QUIEN LE ESCRIBA. No te preocupes la consolo el coronel Mañana viene el correo.
Al día siguiente esperó las lanchas frente al consultorio del médico. El avión es una cosa maravillosa dijo el coronel, los ojos apoyados en el saco del correo Dicen que puede llegar a Europa en una noche. Así es. dijo el médico, abanicándose con una Tevista ilustrada. El coronel descubrió al adminis trador postal en un grupo que esperaba el final de la maniobra para saltar a la lancha. Saltó el primero. Recibió del capitán un sobre lacrado.
Después subió al techo. El saco del correo estaba amarrado entre dos tambores de petróleo. Pero no deja de tener sus peligros dijo el coronel. Perdió de vista al admin strados, pero lo recobró entre los frascos de colores del carrito de refrescos La humanidad no progresa de balde. En la actualidad es más seguro que ena lans cha dijo el médico. veinte mil pies de altura se vuela por encima de las tempestades. Veinte mil pies. repitió el coronel, perple jo, sin concebir la noción de la cifra, El médico se interesó. Estiró la revista con las dos mancs hasta lograr una inmovilidad absoluta. Hay una estabilidad perfecta dijo.
Pero el coronel estaba pendiente del adminis trador sosteniendo el vaso con la mano izquierda Sostenía con la derecha el saco del correo. Además, en el mar hay barcos anclados en permanente contacto con los aviones nocturnog siguió diciendo el médico Con tantas pre.
cauciones es más seguro que una lancha.
El coronel lo miró. Por supuesto dijo. Debe ser como las alfombras.
El administrador se dirigió directamente hacia ellos. El coronel retrocedió impulsado por una ansiedad irresistible tratando de descifrar el nom bre escrito en el sobre lacrado. El administrador abrió el saco. Entregó al médico el sobre de la com rrespondencia privada, verificó la exactitud de la remesa y leyó en las cartas los nombre de log destinatarios. El médico abrió los periódicos. Todavía el problema de Suez di o, leyen: do los titulares destacados. El occidente pierde terreno.
El coronel no leyó los titulares. Hizo un est fuerzo para reaccionar contra su estómago. Desde que hay censura lcs periódicos no hablan sino de Europa. dijo. Lo mejor será que los euros peos se vengan para acá y que nosotros nos vaya.
mos para Europa. Así sabrá todo el mundo lo que pasa en su respectivo país.
Gabriel García (Márquez Capítulo IV Si tienen ganas de cantar, canta dijo el coronel Eso es bueno para la bilis.
El médico vino después del almuerzo. El coTonel y su esposa tomaban el café en la cocina cuando él empujó la puerta de la calle y gritó. Se murieron los enfermos.
El coronel se levantó a recibirlo. Así es, doctor dijo dirigiéndose a la saYo siempre he dicho que su reloj anda con el de los gallinazos.
La mujer fue al cuarto a prepararse para el examen. El médico permaneció en la sala con el coronel. pesar del calor, su traje de lino in tachable exahalaba un hálito de frescura. Cuando la mujer anunció que estaba preparada, el médico entregó al coronel tres pliegos dentro de un sobre.
Entró al cuarto, dicendo: Es lo que no decían los periódicos de ayer.
El coronel lo suponía. Era una síntesis de los últimos acontecimientos nacionales impresa en mimeógrafo para la circulación clandestina. Re.
velaciones sobre el estado de la resistencia arma.
da en el interior del país. Se sintió demolido. Diez años de informaciones clandestinas no le habían enseñado que ninguna noticia era más sorprendente que la del mes entrante. Había terminado de leer cuando el médico volvió a la sala. Esta paciente está mejor que yo dijo Con un asma como esa yo estaría preparado para vivir elen años.
El coronel lo miró sombríamente. Le devolvió e sobre sin pronunciar una palabra, pero el médico lo rechazó. Hágala circular dijo en voz baja.
El coronel guardó el sobre en el bo. sillo del pantalón. La mujer salió del cuarto diciendo: Un dia de estos me muero y me lo llevo a las infiernos, doctor. El médico respondió en silencio coa el estereotipado esmalte de sug dientes. Rodó una silla hacia la mesita y extrajo del maletín varios frascos de muestras gratuitas. La mujer pasó de largo hacia la cocina. Espérese y le caliento el café. No, muchas gracias dijo el médico. Es.
cribió la dcsis en una hoja del formulario Le niego rotundamente la oportunidad de envene.
narme.
Ella rio en la cocina. Cuando acabó de escribir, el médico leyó la fórmula en voz alta pues tenia conciencia de que nadie podía desetirar su escritura. El coronel trató de concentrar in a ención. De regreso de la cocina la mujer descubrió en su rostro los estragos de la ncche anterior. Esta madrugada tuvo fiebre dijo, refiriéndose a su marido. Estuvo como dos horas di ciendo disparates de la guerra civil.
El coronel se sobresaltó. No era fiebre. insistió, recobrando su coma postura. Además dijo el día que me enta mal no me pongo en manos de nadie. Me boto yo mismo en el cajón de la basura. Fue al cuarto a buscar los periódicos. Gracias por la flor dijo el médico.
Cam naron juntos hacia la plaza. El aire ese taba seco. El betún de las calles empezaba a fundirse con el calcr. Cuando el médico se despidió el coronel le preguntó en voz baja, con los dien.
tes apretados. Cuánto le debemos, doctor. Por ahora nada dijo el médico, y le dio una palmadita en la espalda. Ya le pasare una cuenta gorda cuando gane el gallo.
El coronel se dirigió a la sastrería a llevar la carta clandestina a los compañeros de Agustín.
Era su único refugio desde cuando sus copartidarios fueron muertos o expulsados del pueblo, y él quedó convertido en un hombre solo sin otra ocupación que esperar el correo todos los viernes.
El calor de la tarde estimuló el dinamismo de la mujer. Sentada entre las begonias del coredor junto a una caja de ropa inservible, hizo otra vez el eterno milagro de sacar prendas nuevas do la nada. Hizo cuellos de mangas y paños de tela de la espalda y remiendos cuadrados perfectos, aun con retazos de diferente culor. Una cigarra instaló su pito en el patio. El sol maduro. Pero ella no lo vio agonizar sobre las begunias. Sólo levantó la cabeza al anochecer cuando el coronel volvió a la casa. Entonces se apretó el cuello con las dos manos, se desajustó las coyunturas, dijo. Tengo el cerebro tieso como un palo. Siempre lo has tenido así dijo el coronel, pero luego observó el cuerpo de la mujer entera.
mente cubierto de retazos de colores. Pareces un pájaro carpintero. Hay que ser medio carpintero para vestirse dijo ella. Extendió una camisa fabricada con género de tres colores diferentes, sal o el cuello y los puños que eran del mismo color. En los carnavales te bastará con quitarte el saco.
La interrumpieron las campanadas de las seis. El ángel del señor anunció a María. rezen voz alta, dirigiéndose con la ropa al dormitorio. El corcnel conversó con los niños que al salir de la escuela habían ido a contemplar el gallo. Luego recordó que no había maiz para el día siguiente y entró al dormitorio a pedir dinero a su mujer. Creo que ya no quedan sino cincuenta cen.
tavog dijo ella.
Guardaba el dinero bajo la estera de la cama, anudado en la punta de un pañuelo. Era el producto de la máquina de coser de Agustín. Durante nueve meses habían gastado ese dinero centavo a centavo, repartiéndolo entre sus propias necesidades y las necesidades del gallo. Ahora sólo había dos monedas de a veinte y una de a diez centavos. Compras una libra de maíz dijo la muJer Compras con los vueltos el café de mañana y cuatro onzas de queso. un elefante dorado para colgarlo en la puerta. prosiguió el coronel Sólo el maíz cuesta cuarenta y dos Pensaron un momento. El gallo es un animal y por lo mismo puede esperar. dijo la mujer inicialmente. Pero la expresión de su marido la obligó a reflexionar. El coronel se sentó en la cama, los ccdos apoyados en las rodillas, haciendo sonar las monedas entre las manos. No es por mí. dijo al cabo de un momento. Si de mi dependiera haría esta misma noche un sancocho de gallo. Debe ser muy buena una indigestión de cincuenta pesos. Hizo una pausa para destriper un zancudo en el cuello. Luego siguió a su mujer con la mirada alrededor del cuarto. Lo que me preocupa es que esos pobres muchachos están ahorrando.
Entonces ella empezó a pensar. Dio una vuel.
ta completa con la bomba de insecticida. El coronel descubrió algo de irreal en su actitud, como Bi estuviera convocando para consultarlos a los espíritus de la casa. Por úitimo puso la bomba sobre el altarcillo de litografias y fijó sus ojos color de almibar en los ojos de color de almíbar del coronel Compra el maíz dijo Ya sabrá Dios cómo hacemos nosotros para arreglarnog Este es el milagro de la multiplicación de los panes. repitió el coronel cada vez que se senta.
ron a la mesa en el curso de la semana siguiente.
Con su asombrosa habilidad para componer, zur.
cir y remendar, ella parecía haber descubierto la clave para sostener la economía domést ca en el vacío. Octubre prolongó la tregua. La humedad fue sustituida por el sopor. Reconfortada por el scl de cobre la mu er destinó tres tardes a su laborioso peinado. Ahora empieza la misa con.
tada. dijo el coronel la tarde en que ella desenredó las largas hebras azules con un peine de dientes separados. La segunda tarde, sentada en el patio con una sábana blanca en el regazo, utilizó un peine más fino para sacar los piojos que ha bía proliferado durante la crisis. Por último 92 Lavó la cabeza con agua de alhucema, espero a que secara, y se enrolló el cabello en la nuca en dos vueltas sostenidas con una peineta. El coronel esperó. De noche, desvelado en la hamaca, sufrió muchas horas por la suerte del gallo. Pero el miércoles lo pesaron y estaba en forma Esa misma tarde, cuando los compañeros de Agustín abandonaron la casa haciendo cuentas alegres sobre la victoria del gallo, también el co.
ronel se sintió en forma. La mujer le cortó el cabello. Me has quitado veinte años de enc ma.
dijo él, examinándose la cabeza con las manos.
La mujer pensó que su marido tenía razón. Cuando estoy bien soy capaz de resucitar un muerto dijo.
Pero su convicción duró muy pocas horas. Ya no quedaba en la casa nada que vender, salvo el reloj y el cuadro. El jueves en la noche, en el ultimo extremo de los recursos, la mujer mani.
festó su inquietud ante la situación. Para los europeos América del Sur egun hombre de bigotes, con una guitarra y un revólver dijo el médico, riendo sobre el periódico No entienden el problema.
El administrador le entregó la correspondencia. Metió el resto en el saco y lo volvió a cerrar. El médico se dispuso a leer des cartas persona es.
Pero antes de romper los sobres miró al coronel.
Luego miró al administrador. Nada para el coronel?
El coronel sintió el terror. El administrador Se echó el saco al hombro, bajó el andén y respond dió sin volver la cabeza: El coroncl no tiene quien le escriba.
Contrariando su costumbre no se dirigió direc tamente a la casa. Tomó café en la sastrería mientras los compañeros de Agustin hojeaban los pe: Tiédicos. Se sentia defraudado. Habría prefer do permanecer allí hasta el viernes sigu ente para no presentarse esa noche ante su mujer con las manog vacías. Pero cuando cerraron la sastrería tuvo que hacerte frente a la realidad. La mujer lo esperaba. Nada. preguntó.
Nada respondió el coronel El viernes siguiente volvió a las lanchas. como todos los viernes regresó a su casa sin la carta esperada. Ya hemos cumplido con esperar.
le dijo esa noche su mujer. Se necesita tener esa paciencia de buey que tú tienes para esperar una carta durante quince años. El coronel se metió en la hamaca a leer lor periódicos. Hay que esperar el turno dijo Nuestro número es el mil ochocientos veintitrés. Desde que estamos esperando, ese número ha salido dos veces en la lotería. replicó la mujer.
El coronel leyó, como siempre, desde la pri mera página hasta la última, incluso los avisos, Pero esta vez no se concentró. Durante la lectura pensó en su pensión de veterano. Diecinueve años antes, cuando el congreso promulgó la ley, se inició un proceso de justificación que duró ocho años. Luego necesitó seis años más para hacerse incluir en el escalafón. Esa fue la última carta que recibió el coronel.
Terminó después del toque de queda. Cuando iba a apagar la lámpara cayó en la cuenta de que su mujer estaba despierta. Tienes todavía aquel recorte. La mujer pensó. Si. Debe estar con los otros papeles.
Salió del mosquitero y extrajo del armario un cofre de madera con un paquete de cartas orde.
nadas por las fechas y aseguradas con una cints elástica. Localizó un anuncio de una agencia do abogados que se comprometía a una gestión activa de las pensiones de guerra.
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