Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.

TEL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA Gabriel García Márquez Capítulo IX Te estoy hablando en serio dijo. Ahomismo llevo el gallo a mi compadre y te apuesto lo que quieras que regreso dentro de media hora con los novecientos pesos.
Se te subieron los ceros a la cabeza dijo el coronel Ya empiezas a jugar la plata del gallo.
Le costó trabajo disuadirla. Ella había dedi.
cado la mañana a organizar mentalmente el programa de tres años sin la agonía de los viernes.
Preparó la casa para recibir los novecientos pesos.
Hizo una lista de las cosas esenciales de que ca.
recian, sin olvidar un par de zapatos nuevos para el coronel. Destinó en el dormitorio un sitio para el espejo. La momentánea frustración de sus proyectos lo produjo una confusa sensación de ver.
güenza y resentimiento.
Hizo una corta siesta. Cuando se incorporb, el coronel estaba sentado en el patio. ahora qué haces. preguntó ella. Estoy pensando dijo el coronel Entonces está resuelto el problema. Ya se po drá contar con esa plata dentro de cincuenta años.
Pero en realidad el coronel había decidido vender el gallo esa misma tarde. Pongó en don Sabas, solo en su oficina, preserándose frente al ventilador eléctrico para la inyección diaria. Te nía previstas sus respuestas. Lleva el gallo. le recomendó su mujer al salir La cara del santo hace el milagro.
El coronel se opuso. Ella lo persiguió hasta la puerta de la calle con una desesperante ansiedad. No importa que esté la tropa en su oficina oljo Lo agarras por el brazo y no lo dejas moverse hasta que no de té los novecientos pesos. Van a crer que estamos preparando un asalto.
Ella no le hizo caso. Acuérdate que tú eres el dueño del gallo insist:6 Acuérdate que eres tú quien va a hacerle el favor. Bueno.
Don Sabas estaba con el médico en el dormi.
torio. Aprovéchelo ahora, compadre. le dijo su esposa al coronel. El doctor lo está preparando para viajar a la finca y no vuelve hasta el jue.
ves. El coronel Se debatió entre dos fuerzas con trarias: a pesar de su determinación de vender el gallo quiso haber llegado una hora más tarde pa.
ra no encontrar a don Sabas. Puedo esperar dijo.
Pero la mujer insistió. Lo condujo al dormi.
torio donde estaba su marido sentado en la cama tronal, en calzoncil! 03, fijos en el méd. co los ojos sin color. El coronel esperó hasta cuando el mé.
dico calentó el tubo de vidrio con la crina del paciente, clfateo el vapor e hizo a don Sabas un signo aprobatorio. Habrá que fusilarlo dijo el médico diri.
giéndose al coronel. La diabetes es demasiado lerta para acabar con los ricos. Ya usted ha hecho lo posible con sus maldi.
tas Inyecciones de insuiina. dijo don Sasas, y dio un salto sobre sus nalgas flácidas. Pero yo soy!
un clavo duro de morder. luego, hacia el coroncl. Adelante, compadre. Cuando sali a buscarlo esta tarde no encontré ni el sombrero. No lo uso para no tener que quitármelo delante de nadie.
Don Sabas empezó a vestirse. El médico se!
metió en el bolsillo del saco un tubo de cristal con una muestra de sangre. Luego puso orden en el maletín. El coronel pensó que se disponías despedirse. Yo en su lugar le pasaría ml con padre una cuenta de cien mil pesos, doctor difo Asi no estará tan ocupado.
Ya le he propuesto el negocio, pero con un millón dijo el médico. La pobreza es el me.
for remedio contra la diabetes. Gracias por la receta. dijo don Sabas tra.
tando de meter su vientre voluminoso en los pan.
talones de montar. Pero no la acepto para evitar le a usted la calamidad de ser rico. El médico vio sus propios dientes reflejados en la cerradura nie quelada del maletín. Miró su reloj sin manifestar.
Impaciencia. En el momento de ponerse las botas don Sabas se dirigió al coronel intempestivamen.
te. Bueno, compadre, qué es lo que pasa con.
el gallo.
El coronel se dio cuenta de que también el médico estaba pendiente de su respuesta. preto los dientes. Nada, compadre murmuró Que vengo a vendérselo.
Don Sabas acabo de ponerse las botas. Muy bien, compadre. dijo sin emoción, Es la cosa más sensata que se le podía ocurrir. Ya yo estoy muy viejo para estos enredos. se justificó el coronel frente a la expresión im penetrable del médico Si tuviera veinte años menos sería diferente. Usted siempre tendrá veinte años menos replicó el médico.
El coronel recupero el aliento. Esperó a que don Sabas dijera algo más. pero no lo hizo. Se puso una chaqueta de cuero con cerradura de cremallera y se preparo para salir del dormitorio. Si quiere hablamos la semana entrante, com padre. dijo el coronel Eso le iba a decir dijo don Sabas Ten.
go un cliente que quizá le dé cuatrocientos pe.
sos. Pero tenemos que esperar hasta el jueves. Cuánto. preguntó el médico Cuatrocientos pesos Había oído decir que valía mucho más dijo el médico. Usted me había hablado de novecientos pe.
sos dijo el coronel, amparado en la perpl:jidad del doctor Es el mejor gallo de todo el Depar.
tamento.
Don Sabas respondió al médico. En otro tiempo cualquiera hubiera dado mil.
explicó. Pero ahora nadie se atreve a soltar un buen gallo. Siempre hay el riesgo de salir muerto a tiros de la gallers. Se volvió hacia el coronel con una desolación aplicada. Eso fue lo que quise decirle, compadre.
El coronel aprobó con la cabeza. Bueno dijo Los siguió por el corredor. El médico quedó en la sala requerido por la mujer de don Sabas que le pidió un remedio para esas cosas que de pronto le dan a uno y que no se sabe qué es.
El coronel lo espero en la oficina. Don Sabas abrió la caja fuerte, se metió dinero en todos los bolsillos y extendio cuatro billetes al coronel. Ahí tiene sesenta pesos, compadra dijoCuando se venda el gallo arreglaremos cuentas.
El coronel acompañó al médico a través de los bazares del puerto que empezaban a revivir con el fresco de la tarde. Una barcaza cargada de canla de azúcar descendia por el hilo de la corriente. El coronel encontró en el médico un hermetismo in.
sólito. usted cómo está, doctor?
El médico se encogió de hombros. Regular dijo Creo que estoy necesi.
tando un médico. Es el invierno dijo el coronel. mí me!
descompone los intestinos.
El médico lo examinó con una mirada abso.
lutamente desprovista de interés profesional. Sa ludo sucesivamente a los sirios sentados a la puer.
ta de sus almacenes. En la puerta del consultorio el coronel expuso su opinión sobre la venta del gallo. No podía hacer otra cosa le explicó Ese animal se alimenta de carne humana. El único animal que se alimenta de carno humana es don Sabas dijo el médico. Estoy seguro de que revenderá el gallo por los nove cientos pesos. Usted cree. Estoy seguro dijo el médico Es un ne.
gocio tan redondo como su famoso pacto patriótico con el alcalde, El coronel se resistió a creerlo. Mi compadre hizo se pacto para salvar el pellejo. dijo. Por eso pudo quedarse en el pueblo. por eso pudo comprar a mitad de precio los bienes de sus propios copartidarios que el alcalde cxpulsaba del pueblo. replicó el médico.
Llamó a la puerta pues no encontró las llaves en los bolsillos. Luego se enfrentó a la increduli.
dud del coronel. No res fngenuo dijo. don Sabas lo Interesa la plata mucho más que su propio po llejo.
La esposa del coronel salió de compras esa noche. El la acompañó hasta los almacenes de los sirios rumiando las revelaciones del médico. Busca en seguida a los muchachos y diles que el gallo está vendido le dijo eilaN o hay que dejarlos con la ilusión. El gallo no estará vendido mientras no venga mi compadre Sabas respondió el coronel Encontró a Alvaro jugando ruleta en el salón de billares. El establecimiento hervía en la noche del domingo. El calor parecía más intenso a causa de las vibraciones del radio a todo volumen. El coronel se entretuvo con los números de vivos colores pintados en un largo tapiz de hule negro e iluminados por una linterna de petróleo puesta sobre un cajón en el centro de la mesa. Alvaro se obstinó en perder en el veintitrés. Siguiendo el juego por encima de su hombre el coronel ob.
servó que el once salió cuatro veces en nueva vueltas. Apuesta al once murmuró al ofdo de Al.
Varo Es el que más sale.
Alvaro examinó el tapiz. No apostó en la vuelta siguiente. Sacó dinero del bolsillo del pantalón, y con el dinero una hoja de papel. Se la dio al coronel por debajo de la mesa. Es de Agustín dijo.
El coronel guardó en el bolsillo la hoja clandestina. Alvaro apostó fuerte al once. Empieza por poco dijo el coronel Puede ser una buena corazonada. replicó Alvaro. Un grupo de jugadores vecinos retiró las Apuestas de otros números y apostaron al once cuando ya había empezado a girar la enorme rue.
da de colores. El coronel se sintió oprimido. Por primera vez experimentó la fascinación, el gobre.
salto y la amargura del azar.
Salló el cinco Lo siento difo el coronel avergonzado, y siguió con un irresistible sentimiento de culoa el rastrillo de madera que arrastró el dinero de Alvaro. Esto me pasa por meterme en lo que no me importa Alvaro sonrió sin mirarlo. No se preocupe, coronel. Pruebe en el amor, De pronto se interrumpieron las trompetas del mambo. Los jugadores se dispersaron con las ma nos en alto. El coronel sintó a sus espaldas el cruido seco, articulado y frío de un fusil al ser montado. Comprendió que había caído fatalmente en una batida de la policía con la hoja clandes tina en el bolsillo. Dio media vuelta sin levantar las manos. entonces vio de cerca, nor la primera vez en su vida, al hombre que disraró contra su hijo. Estaba exactamente frente a él con el cafión del fusil apuntando contra su vientre. Era pe qucño, aindiado, de piel curtida, y exhalaba un tufo infantil. El coronel apretó los dientes y apar to suavemente con la punta de los dedos el cañón del fusil. Permiso dijo.
Se enfrentó a unos pequeños y redondos ojos de murciélago. En un instante se sintió tragado por esos ojos, triturado, digerido e inmediatamen.
te expulsado. Pase usied, coronel.
No necitó abrir la ventana para identificar a diciembre, Lo descubrió en sus propios huesos cuando picaba en la cocina las frutas para el des ayuno del gallo. Luego abrió la puerta y la visión dil patio confirmó su intuición. Era un patio maTavilloso, con la hierba y los árboles y el cuertito del excusado flotando en la claridad, a un milímetro sobre el nivel del suelo.
Su esposa permaneció en la cama hasta las nue!
ve. Cuando apareció en la cocina ya el coronel había puesto orden en la casa y conversaba con los niños en torno al gallo. Ella tuvo que hacer un rodeo para llegar a la hornilla. Quítense del medio grito. Dirigió al animal una mirada sombría No veo la hora de salir de este pájaro de mal agüero.
El coronel examinó a través del gallo el humor de su esposa. Nada en el merecía rencor. Estaba listo para los entrenamientos. El cuello y los mus.
los pelados y cárdenos, la cresta rebanada, el animal había adquirido una forma ezoueta, un aire inde.
fenso. Asómate a la ventana y alvídate del gallo dijo el coronel cuando se fueron los niños En una mañana así dan ganas de sacarse un retrato.
reveló ninguna emoción. Me gustaría sembrar las Ella se asomó a la ventana pero su rostro no rosas. dijo de regreso a la hornilla. El coronel colgó el espejo en el horcón para afeitarge. Si quieres sembrar las rosas, siembralas dijo.
Trató de acordar sus movimientos a los de la imagen. Se las comen los puercos dijo ella. Mejor dijo el coronel. Deben ser muy buenos los puercos engordados con rosas.
Buscó a la mujer en el espejo y se dio cuenta de que continuaba con la misma expresión. Al resplandor del fuego su rostro parecía modelado en la materia de la hornilla. Sin advertirlo, fijos!
los ojos en clla, el coronel siguió afeitándose al tacto como lo había hecho durante muchos años.
La mujer pensó, en un largo silencio.
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica.
Este documento no posee notas.