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ST CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA. Los zapatos se devuelven dijo el com nel Son trece pesos más para mi compadre. No los reciben dijo ella.
Tienen que recibirlos. Teplicó el coronel Solo me los he puesto dos veces. Los turcos no entienden de esas cosas to la mujer. Tienen que entender si no entienden. Pues entonces que no entiendan.
Se acostaron sin comer. El coronel esperó que su esposa terminara el rosario para apagar la lámpara. Pero no pudo dormir. Oyó las campanas de la censura cinematográfica, y casi en seguida. tres horas después el toque de queda. La pedregosa respiración de la mujer se hizo angus.
tiosa con el aire helado de la madrugada. El co.
ronel tenía aún log ojos abiertos cuando ella had!
bló con una voz reposada, conciliatoria. Estás despierto.
Si.
Gabriel García Márquez Trata de entrar en razón dijo la mujer Habla mañana con mi compadre Sabas. No viene hasta el lunes. Mejor dijo la mujer Así tendrás tres días para recapacitar. No hay nada que recapacitar dijo el co.
ronel.
El viscoso aire de octubre había sustituido por una frescura apasible. El coronel volvió a reconocer a diciembre en el horario de los alcaravanes. Cuando dieron las dos todavía no había podido dormir. Pero sabía que su mujer también estaba despierta. Trató de cambiar de posición en La hamaca. Estás desvelado dijo la mujer. Si.
Ella pensó un momento. No estamos en condiciones de hacer esto. dijo. Ponte a pensar cuántos son cuatrocientos pesos juntos. Ya falta poco para que venga la pensión. dijo el coronel Estás diciendo lo mismo desde hace quinco Capítulo años.
No necesito abrir la ventana para identificar a. Asómate a la ventana y olvídate del gallo Es que no quiero sembrarlag dijo. Bueno dijo el coronel. Entonces no las siembres, Se sentía bien. Diciembre había marchitado la flora de sus vísceras. Sufrió una contrariedad esa mañana tratando de ponerse los zapatos nuevos.
Pero después de intentarlo varias veces comprendió que era un esfuerzo inútil y se puso los botines de charol, Su esposa advirtió el cambio. Si no te pones los nuevos no acabarás de amansarlos nunca dijo. Son zapatos de paralítico protestó el coronel El calzado debían venderlo con un mes de uso.
Salió a la calle estimulado por el presentimien to de que esa tarde llegaría la carta. Como aún no era la hora de las lanchas esperó a don Sabas en su oficina. Pero le confirmaron que no llegaria sino el lunes. No se desesperó a pesar de que no había previsto ese contratiempo. Tarde o temprano tiene que venir. se dijo, y se dirigió al puerto, en ese instante prodigioso, hecho de una claridad todavía sin usar. Todo el año debía ser diciembre. murmuro, sentado en el almacén del sirio Moisés Se siente uno como si fuera de vidrio.
El sirio Moisés debió hacer un esfuerzo para traducir la idea a su arabe casi olvidado. Era un oriental plácido forrado hasta el cráneo en una piel lisa y estirada, con densos movimientos de ahogado: Parecía efectivamente salvado de las aguas. Así era antes dijo Si ahora fuera lo mismo yo tendría ochocientos noventa y siete años ¿Y tú. Setena y cinco. dijo el coronel, persiguiendo con la mirada al administrador de correos. Sólo entonces descubrió el circo. Reconoció la carpa Temendada en el techo de la lancha del correo entre un montón de objetos de colores. Por un instante perdió al administrador para buscar las fieras entre las cajas apelotonadas sobre las otras lanchas. No las encontró. En un circo dijo. Es el primero que viene en diez años.
El sirio Moisés verificó la información. Hablo a su mujer en una mezcolanza de árabe y español.
Ella respondió desde la trastienda. El hizo un co mentario para si mismo y luego tradujo su preocupación al coronel Esconde al gato, coronel. Los muchachos se lo roban para vendérselo al circo.
El coronel se dispuso a seguir al administrador No es un circo de fieras dijo. No importa replicó el sirio Los maro.
meros comen gatos para no romperse los huesos.
Siguió al administrador a través de los basares del puerto hasta la plaza. Allí lo sorprendió el turbulento clamor de la gallera. Alguien, al pasar, le dijo algo de su gallo. Sólo entonces recordó que era el día fijado para iniciar los entrenamientos Paso de largo por la oficina de correos. Un!
nomento después estaba sumergido en la turbulenta atmósfera de la gallera. Vio su gallo en le centro de la pista, solo, indefenso, las espuelas envueltas en trapos, con algo de miedo evidente en el temblor de las patas, El adversario era un gallo triste y eenlclento, El coronel to experimento ninguna emoción.
Fue una sucesión de asaltos iguales. Una instantánea trabazón de plumas y patas y pescuezos en el centro de una alborotada ovación. Despedido contra las tablas de la barrera el adversario daba una vuelta sobre sí mismo y regresaba al asalto.
Su gallo no atach. Rechazó cada asalto y volvie a caer exactamente en el mismo sitio. Pero ahora sus patas no temblaban, Germán saltó la barrera, lo levantó con las dog manos y lo mostró al público de las graderías: Hubo una frenética explosión de aplausos y gritos.
El coronel notó la desproporción entre el entusiasmo de la ovación y la intensidad del espec.
táculo. Le pareció una fatsa a la cual voluntaria y conscientemente se prestaban también log gallos.
Examinó la galería circular impulsado por una curiosidad un poco despreciativa. Una multitud exaltada se precipitó por las graderías hacia la pista. El coronel observó la confusión de ros.
tros cálidos, ansiosos, terriblemente vivos. Era gente nueva. Toda la gente nueva del pueblo. Revivió como en un presagio un instante borrado en el horizonte de su memoria. Entonces salto la barrera, se abrió paso a través de la multitud concentrada en el redondel y se enfrentó a los tranquilos ojos de Germán. Se miraron sin par.
padear. Buenas tardes, coronel.
El coronel le quitó el gallo. Buenas tardes.
murmuró. no dijo nada más porque lo estreme.
ció la caliente y profunda palpitación del ani.
mal, Pensó que nunca había tenido una cosa tan viva entre las manos. Usted no estaba en la casa dijo Germán, perplejo.
Lo interrumpió una nueva ovación. El coronel se sintió intimidado. Volvió a abrirse paso, sin mirar a nadie, aturdido por los aplausos y los gritos, y salió a la calle con el gallo bajo el bar.
zo.
Todo el pueblo la gente de abajo. salib a verlo pasar seguido por los niños de la escuela.
Un negro gigantesco trepado en una mesa y con una culebra enrollada en el cuello vendía medicinas sin licencia en una esquina de la plaza. De regreso del puerto un grupo numeroso se había detenido a escuchar su pregón. Pero cuando pasó el coronel con el gallo la atención se desplazo hacia él. Nunca había sido tan largo el camino de su casa.
No se arrepintió. Desde hacía mucho tiempo el pueblo yacia en una especie de sopor, estragado por diez años de historia. Esa tarde otro viernes sin carta la gente había despertado. El coronel se acordo de otra época. Se vio a sí mismo con su mujer y su hijo asistiendo bajo el paraguas a un espectáculo que no fue interrumpido a pesar de la lluvia. Se acordo de los dirigentes de su partido, escrupulosamente peinados, abanicándose en el patio de su casa al compás de la música, Revivió casi la dolorosa resonancia del bombo en sus intestinos.
Cruzó por la calle paralela al río y también allí encontró la tumultosa muchedumbre de los remotos domingos electorales. Observaban el descargue del circo. Desde el interior de una tienda una mujer gritó algo relacionado con el gallo. El siguió absorto hasta su casa, todavía oyendo voces dispersas, como si lo persiguieran los desperdicios de la ovación de la gallera.
En la puerta se dirigió a los niños. Todos para su casa dijo. Al que entre. lo saco a correazos.
Puso la tranca y se dirigió directamente a la cocina. Su mujer salió asfixiándose del dormitirio. Se lo llevaron a la fuerza. grito. Les dije que el gallo no saldría de esta casa mientras yo estuviera viva. El coronel amarró el gallo al soporte de la hornilla. Cambio de agua al tarro per seguido por la voz frenética de la mujer. Dijeron que se lo llevarían por encima de nuestros cadáveres. dijo. Dijeron que el gallo no era nuestro sino de todo el pueblo.
Sólo cuando terminó con el gallo el coronel Se enfrentó al rostro trastornado de su mujer. Deg cubrió sin asombro que no le producía remordi.
miento ni compasión. Hicieron bien. dijo calmadamente. luego, registrándose los bolsillos, agregó con una especie de insondable dulzura. El gallo no se vende.
Ella lo siguió hasta el dormitorio. Lo sintió completamente humano, pero inasible, como si lo estuviera viendo en la pantalla de un cine. El co.
ronel extrajo del ropero un rollo de billetes, lo!
junto al que tenía en los bolsillos, contó el total y lo guardó en el ropero. Ahí hay veintinueve pesos para devolver.
selos a mi compadre Sabas dijo. El resto se le paga cuando venga la pensión. si no viene preguntó la mujer. Vendrá. Pero si no viene. Pues entonces no se le paga.
Encontró los zapatos nuevos debajo de la cama. Volvió al armario por la caja de cartón, limpió la suela con un trapo y metió los zapatos en la caja, como los llevó su esposa el domingo en la noche. Ella no se moyib. Por eso dijo el coronel Ya no puedo demorar mucho más.
Ella hizo un silencio. Pero cuando volvió a hablar, al coronel le pareció que el tiempo no había transcurrido. Tengo la impresión de que esa plata no lle.
gará nunca dijo la mujer. Llegará. si no llega.
El no encontró la voz para responder. Al primer canto del gallo tropezó con la realidad pero volvió a hundirse en un sueño denso, seguro, sin remordimientos. Cuando despertó ya el sol estaba alto. Su mujer dormía. El coronel repitió metódi.
camente, con dos horas de retraso, sus movimientos matinales, y esperó a su esposa para desayunar.
Ella se levantó impenetrable. Se dieron los buenos días y se sentaron a desayunar en silencio.
El coronel sorbió una taza de café negro acompañado con un pedazo de queso y un pan de dulce.
Pasó toda la mañana en la sastrería. la una volvió a la casa y encontró a su mujer remendando entre las begonias. Es hora de almuerzo dijo.
El se encogió de hombros. Trató de tapar los portillos de la cerca del patio para evitar que los niños entraran a la cocina. Cuando regresó al corredor la mesa estaba servida.
En el curso del almuerzo el coronel compren dió que su esposa se estaba esforzando para no llorar. Esa certidumbre lo alarmó. Conocía el ca.
rácter de su mujer, naturalmente duro, y endurecido todavía más por cuarenta años de amargu.
ra, La muerte de su hijo no le arrancó una lá grima Fijó directamente en sus ojos una mirada de reprobación. Ella se mordió los labios, se seco los párpados con la manga y siguió almorzando. Eres un desconsiderado dijo.
El coronel no habló. Eres caprichoso, terco y desconsiderado repitió ella. Cruzó los cubiertos sobre el plato, pero en seguida rectificó supersticiosamente la posi.
ción. Toda una vida comiendo tierra para que ahora resulte que merezco menos consideración que un gallo. Es distinto dijo el coronel Es lo mismo replicó la mujer Debías darte cuenta de que me estoy muriendo, que esto que tengo no es una enfermedad sino una agonía.
El coronel no habló hasta cuando no termi nó de almorzar. Si el doctor me garantiza que vendiendo el gallo se te quita el asma, lo vendo en seguida dijo. Pero si no, no.
Esa tarde llevó el gallo a la gallera. De regreso encontró a su esposa al borde de la crisis. So paseaba a lo largo del corredor, el cabello suelto a la espalda, los brazos abiertos, buscando el aire por encima del silbido de sus pulmones. Allí estuvo hasta la noche. Luego se acostó sin dirigirse a su marido.
Masticó oraciones hasta un poco después del toque de queda. Entonces el coronel se dispuso la apagar la lámpara. Pero ella se opuso. No quiero morirme en tinieblas dijo Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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