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ciones mi anda telefónica Anduvo vaan por las calles durante horas, sumido on gran de sesperación. Aun después de conocer la verdad sobre el segundo informe, su mal humor per la tió, según cuenta, cediendo momentáneamento las presiones inhumanas de aquella prueba, hasta el extremo de que llevó a cabo un intento do sul cidio.
Llama aml secretaria, que se hallaba en la habitación contigua y le pedí que me preparase una conferencia con Nueva York para hablar con Chambers. Estoy en lo cierto al decir que los dicho sos documentos fueron pasados al microfilmen 1938? le pregunté sin darle ocasión a decir una palabra Si contestó Chambers, claramente confun dido ante la pregunta. Acabamos de recibir un informe de la Eastman Kodak Company. Afirman que el tipo de microfilm que usted nos entregó no ha sido fabricado por ella hasta 1945. repuse yo. Qué tiene que decir a esto?
Por Richard Nixon Pensándolo detenidamente, comprendo el es tado de ánimo en que se encontraba. Habla per dido su carrera, su reputación estaba arruinado y su esposa e hijos habían sido humillados. Sin embargo no le habría importado todo esto si la causa por la que corrió aquellos calculados ries gos hubiera tenido ocasión de prevalecer. Mas, en aquel momento, parecía que Dios estaba con tra él. Desde su declaración del de agosto, en el transcurso de los meses de verano y otoño, yo fui el único funcionario público que perma neció a su lado y el único en quien él creía que podia confiar. ahora le abandonaba. Durante los dos juicios de Hiss, Chambers soportaria muchas crisis, pero éste de la ironía que fuera yo quien considerase necesario someterlo a semejan te prueba. y todo a causa de un error en el primer informe.
Seis crisis Capítulo XIII AL otro extremo del cable hubo un prolongado silencio. Por un momento, pensé que había colgado. Finalmente, respondió con una voz lle.
na de desespero y resignación. No puedo entenderlo. El clelo tiene que haberse aliado contra mí.
Entonces descargué sobre él toda la furia y frustración que había acumulado. Valdría más que diera una respuesta me.
jor le dije. El Subcomité se traslada esta no.
che a Nueva York y queremos verlo a usted a las nueve en punto en el Hotel Comodoro. Haria muy bien en no faltar!
Colgué de golpe el teléfono, sin darle opción a responder. qué vamos a hacer ahora. pregunto Stripling. Sólo nos queda un camino contesté Quiero que diga a nuestro personal que avisen a los periodistas que informan sobre este Comité pa ra que estén en mi oficina dentro de media hora.
Voy a hacerles unas declaraciones.
Durante mi vida he tomado decisiones mu.
cho más difíciles que ésta, pero ninguna la iguald en cuanto a turbación y sofoco. No obstante, no quedaba otra solución. Recordé a Stripling que el Comité tenía por misión averiguar cuál de log!
dos estaba diciendo la verdad, no probar la culpa.
bilidad de Hiss.
Posteriormente, discutí el caso con William Bullit, que había sido embajador en Francia y en la Unión Soviética durante dicho período. Va.
rios de los mensajes secretos que aparecían en el microfilm habían sido enviados por él. Puso de relieve la razón por la cual habían revestido un extraordinario valor para el Gobierno soviético. Los informes que un embajador envía a su Gobierno serán tan fidedignos como lo sea la fuente de información donde se obtuvieron. Estos mensajes contienen los nombres de mis mejores fuentes: representantes de otros Gobiernos que me estaban facilitando información bajo una base confidencial. Una vez que sus actividades llegan a.
ser conocidas por los demás, la fuente de informa.
ción se extingue inmediatamente.
UANDO llegamos a Nueva York, a las 30 de aquella tarde, fuimos recibidos por represen tantes del Departamento de Justicia, los cuales nos acompañaron al Hotel Comodoro. donde te niamos pensado reunirnos con Chambers a las nueve en punto Alli nos enfrascamos en una violenta batalla oral en cuanto a si el Comité debía continuar sus investigaciones sobre el caso o si debía transferir el microfilm al Departamento de Justicia, dejando en sus manos toda la responsa bilidad. Hice saber que sentíamos el mayor res.
peto por todos los funcionarios del Departamento de Justica, tan interesados como nosotros en esclarecer la verdad en torno al caso. Pero también puse de manifiesto mi falta de confianza en algu nos de sus superiores, quienes se hallaban bajo grandes presiones políticas y que, a juzgar por los hechos y expresándolo en palabras suaves, levantaban graves dudas. Intentaban sacar a la luz hechos que pudieran resultar embarazosos pa ra la Administración nacional?
COMO resultado de nuestras audiencias durante aquellos días y de la opinión pública surgi.
da, fracasaron estrepitosamente las tentativas que Be hicieron para demostrar que los documentos sustraídos carecían de importancia. El Post.
Dispatch de San Luis, que hasta entonces había defendido vigorosamente a Hiss en sus editoria les, ahora decía: STRIPLING hizo varias llamadas telefónicas a la Prensa desde mi oficina, mientras su secreta ria hacia otras. Mientras tanto, traté de contro.
lar mis ideas y tomé algunas notas acerca de las declaraciones que iba a facilitar a la Prensa. Esto!
sería el caso más grande de retractación conocido en la historia de Capitol Hill, pero me sentía dig puesto a llevarlo adelante.
Cinco minutos antes del tiempo previsto para la conferencia de Prensa, y después de haberse presentado ya a la sala de recepción de mi ofici na algunos periodistas, empezó a zumbar el dic táfono. Respondí y mi secretaria dijo: EN suma, no nos fiábamos de que el Departa mento de Justica llevara el caso adelante con la energía que pensábamos merecía. Los cinco rollos de microfilm que poseíamos, más la amenaza de celebrar una audiencia pública parlamentaria, eran las únicas armas de que disponíamog para garantizar tal prosecución. Ahora que lo pienso me imagino que algunos funcionarios del Departa.
mento de justicia sospecharían que nuestros moti.
vos eran principalmente políticos y que, con la retención de nuestras pruebas, estábamos cohi.
biendo a los órganos del poder ejecutivo. Llega mos por fin a un acuerdo sobre la cuestión, acce.
diendo a proporcionar al Departamento copias completas de los documentos que aparecían en el microfilm, mientras que el Departamento convi.
no en permitirnos interrogar a Chambers, a pesar de hallarse sometido a su emplazamiento.
Cualquier otra cosa que el presidente Truman pueda decir en el futuro acerca de la investigación sobre espionaje, ya no podra seguir llamándola pesca de arenques ro.
jos. Ha dejado de ser tal pesca desde que se sacaron a la luz más de doscientos documentos que se hallan fuera de sus lu.
gares respectivos en los archivos secretos del Departamento de Estado. Llaman al teléfono de la Eastman Ko.
dak. Dicen que desean hablar con Mr. Stripling!
otra vez.
Cuando comenzó a hablar, vi que su rostro cambiaba a un completo alborozo. Así que sufrieron un error. grito sobre el micro. Que fabricaron esta clase de microfilm durante el año 1938 y luego dejaron de ha.
cerlo durante la guerra. No tenía necesidad de oír las respuestas. Stri.
pling colgó el auricular, profirió el alarido rebel.
de de Texas y después me agarró de los brazos, zarandeándome alrededor de la estancia. La historia de Chambers ha prevalecido de nuevo dijo lleno de regocijo. Sempre que comprobamos alguna cosa que parece dudosa sala airoso de la prueba.
DERO el testigo clave en el caso era todavía Chambers, que se encontraba en Nueva York.
declarando ante el Tribunal de Acusación. El De.
partamento de Justicia no le permitiría venir al Washington para comparecer ante el Comité. En consecuencia, decidimos trasladarnos a Nueva York el lunes e interrogarlo aquella misma noche después de haber declarado ante el Tribunal da Acusación.
Sin embargo, aquella mañana, antes de to.
mar el tren para Nueva York, Stripling recibió una llamada telefónica. Era de Keith Lewis, de la Eastman Kodak Company. Habíamos pedido la Eastman que comprobara el microfilm que Chambers nos habla entregado para determinar la fecha de su fabricación. Habían circulado rumo.
res de que Chambers pudo haber fotografiado los documentos, no diez años atrás, sino sólo des.
pués de celebrar el Comité sus audiencias el ve Tano pasado, con el fin de reunir pruebas que sus.
tentaran sus acusaciones. Cuando recibió la lla mada, se dibujó en el rostro de Stripling una pro funda consternacion. Le oi que decia. Dice usted que este microfilm no se ha fabricado antes de 1945. Bueno, ya lo sabemos. Eastman dice que el tipo de película que nos entregó Chambers no sa ha fabricado hasta 1945.
Fue tal el golpe que recibimos con esta no.
ticia que casi nos produjo una completa conmoción Permanecimos sentados mirándonos el uno al otro sin proferir una palabra. Esto significaba que Chambers era, después de todo, un embustero. Todo el trabajo y las largas horas empleadas en nuestra investigación habían sido Inútiles.
Hablamos sido embaucados por un maniático dia.
bolicamente habil, que, por altimo, cometió un error fetal Iniciamos el interrogatorio de Chambers a las nueve en punto y se prolongó hasta mediano che. Por último, se desdobló la historia completa, de la cual sólo nos había dicho parte en su comparecencia ante el Comité, el día de agosto.
Admitió que Hiss y otros funcionarios del Go bierno con quienes el trabajaba eran miembros activos de un círculo de espionaje. Sus procedimientos variaban, pero, por lo general, seguían esta forma: Alger Hiss se llevaba por la noche los documentos a casa, metidos en su cartera de mano. En algunas ocasiones, se los entregaba Chambers, quien los llevaba a un fotógrafo comunista, de Baltimore o Washington, para tomar los en microfilm, y luego devolvía a Hiss los mencionados documentos, para que éste, al día si.
guiente, volviera a colocarlos en los archivos correspondientes. En otras ocasiones, Mrs. Hiss sa caba copias o resúmenes de los documentos er casa, con la máquina de escribir Woodstock.
Entonces Chambers se llevaba a Nueva York los microfilms o las copias mecanografiadas por Mrs.
Hiss, entregándolos a un agente del Servicio de Inteligencia soviético llamado coronel Bykov, que era su superior, Bykoy, por su parte transmitía los documentos a Moscú.
CUANDO hubieron llegado todos los perlodistas, les pedi que entraran en mi oficina y les hice!
saber que, según habíamos podido comprobar en la Eastman Kodak Company. los microfilms empleados por Chambers habían sido fabricados por ella en el período que se dijo fueron usados!
Estoy seguro de que ellos se preguntarían por qué les habría convocado para darles una infor.
mación puramente rutinaria, pero yo les sali al paso afirmando que el Comité estaba haciendo ve.
rificaciones en todos los aspectos de la historia de Chambers y que serían informados, no sólo cuando aparecieran incongruencias, sino también cuando se corroborasen los detalles de la misma.
Pero si a Stripling y a mí nos resultó descon certante la primera inexactitud del informe acer, Ca del microfilm, para Chambers fue casi fatal.
Inmediatamente pedi a Dorothy Cox, mi secreta ria, que me pusiera con Chambers, en Nueva York. Deseaba contarle la buena nueva y ex presarle mi pesar por cuanto le había dicho an.
tes. Pero no fue posible conseguir comunicación con el antes de dirigirnos por tren a Nueva York.
En su libro Witness, Chambers relata sus reac Cuando Chambers decidió abandonar el par tido comunista, fue reuniendo sistemáticamente lo documentos que le habían sido entregados por Hiss, White u otros miembros del grupo de es pionaje, con el fin de poder contar con pruebas tangibles de sus actividades que le sirvieran como medios de defensa en caso de represalias contra él. Estos eran los documentos de que hizo entrega en el acto de deposición de Baltimore y que ava recían en los rollos de microfilm que el Comité había emplazado.
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