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Por Richard Nixon Después de poner al corriente de la conver.
sación a los miembros de mi personal, nos pusia mos a trabajar. En los siguientes noventa mia, nutos, pudimos ponernos en contacto con Sherman Adams. Art Summerfiel y Bob Humphreys, perte.
necientes al Comité Nacional. Finalmente, reci.
bimos la respuesta de que el Comité Nacional y el Comité para Campañas del Congreso y del Senado habian ofrecido la suma de 75. 000 dola Yes, necesaria para comprar media hora de tiem.
po para la tarde del martes, justamente cuarenta y ocho horas después. Decidimos que el programa se transmiticra desde Los Angeles. Mientras mi personal se dedicaba a llevar a cabo las gestiones para la emisión, yo me senté solo en mi habitación y escribiendo sobre una gran libreta rayada de color amarillo que solía emplear para bosquejar mis discursos, reconstruí la conversa.
ción sostenida con el general y traté de valo, rarla.
Comprendi el dilema con que se enfrentaba.
Desde un punto de vista personal, no quería obligarme a abandonar la candidatura. En cambio.
al ser nombrado por el Partido asumía la responsabilidad de ganar las elecciones. Su modo de resolver el dilema fue depositando la responsabi.
lidad sobre mí. Yo debería presentarme ante la televisión y exponer mi caso completamente y con exactitud. Obrando así, él no tenía que tomar ninguna decisión, ni en un sentido ni en otro.
Era a mí a quien correspondía decidir si me que daba o retiraba mi candidatura.
Yo decidi en aquel momento cargar con toda la responsabilidad sin ningún compromiso. Si la emisión terminaba en victoria, continuaría adelante. Si, por el contrario, me parecía que era un fracaso, abandonaría. En aquel momento todo dependía ya de mí. El reto estaba lanzado, debía prepararme para arrostrarlo.
Mi primer objetivo consistía en informar a la Prensa de aquella decisión. Los periodistas que nos acompañaban recibieron la voz de alerta a las once de la noche para que acudieran a la conferencia de Prensa, la primera celebrada desde que se inició la crisis del Fondo. Jim Bassett, a quien durante aquellos cuatro últimos días la había tocado una misión sumamente difícil, hizo varias visitas al lugar en que se encontraban los periodistas para comunicárselo, mientras que en mi habitación hacíamos las gestiones finales pa.
ra cancelar mi campaña y poder ir a Los Ange.
les para la emisión.
Capítulo XXII ma, pida a la gente que le envie Los Angeles su veredicto. Posiblemente obtendrá más de un millón de respuestas y ello le dara tres o cuatro dias para pensárselo bien. Después de este tiempo, si ve que tiene a su favor el sesenta por cien.
to y el cuarenta en contra, entonces podrá decir que se marcha por no considerarla una mayoría suficiente. Si le apoya el noventa por ciento, quédese. De este modo, tanto si se va como si se queda, no podrá nadie achacárselo a Ike. Aquí, en Nuova York, todos están de acuerdo conmigo.
La idea de dejar que decidieran los votos del telespectador no cautivó a algunos de mis acompanantes. Temian que se concertara una campana capaz de desviar contra mi las respuestas. Sin embargo, yo sentia in gran respeto por el juicio politico de Dewey y, cuando abandoné el hotel para dirigirme a la conferencia que tenia programada para aquclla noche en el Temple Club.
de Portland, intenté pensar la manera de llevarlo a cabo. Una vez en el club, traté de alejar de mi mente el furor del Fondo y explicar ante una audiencia grande y receptiva uno de los infundios más maliciosos vertidos contra mi después de mi participación en el caso Hiss: que yo era antijudío, Llegué de vuelta al hotel alrededor de las nueve y allí continuamos nuestra discusión relativa a la emisión. Chotiner insistia en que el Comité Nacional debia patrocinar el programa. Dijo. Ya han sido realizados dos programas emi.
tidos para todo el país en favor de un candidato a la vicepresidencia. Tenemos que lograr que se den cuenta de que esta emisión es tan importante para el éxito de la campaña como las otras dos emisiones anteriores. En esto consistió la reticencia de la campafra de 1952!
Mientras estábamos deliberando acerca de la emisión. Rose Mary Woods, mi secretaria particu lar, entró en la estancia y me anunció: Yo me encontraba retrepado en el diván, con las piernas apoyadas sobre la mesita del té. Me protegi mentalmente contra su decisión y levanté el auricular. Hola, general. Hola, Dick. me dijo con voz cálida y amigable. Estos dos últimos días han sido agitados para ti. Supongo que habrán sido muy duros.
Le contesté que, en efecto, los últimos cuatro días habían sido bastante desapacibles. Tienes que comprender que para mí resulta penoso decidir siguió diciendo. He llegado a la conclusión de que eres tú quien ha de deci.
dirlo. Después de todo, tienes muchos seguidores en este país y, si se extiende por ahí la im.
presión de que fui yo quien te obligó a marchar, las consecuencias serán malas. En cambio, si declaro públicamente en tu favor, la gente me acusará de hacer la vista gorda.
PERO, según había aprendido en el caso Hiss, el período de indecisión, el examen necesa.
rio, era el más duro. Ahora las emociones, el im pulso, el intenso deseo de actuar y hablar con decisión que había estado acumulando en mi in terior, podía ser liberado y dirigido hacia una sola meta: ganar una victoria, El programa previsto en la agenda de aquel domingo era de descanso, con el solo compromiso de una conferencia de carácter apolitico. Sin embargo, resultó ser otro interminable día de prueba, culminado por una nueva decisión clave. eso de las diez, Pat Hillings trajo una gran cantidad de cartas y telegramas que se había acu.
mulado últimamente. En una abrumadora mayoría de ellas, se me incitaba a proseguir en la candidatura. Pero Harold Stassen, en un telegrama de trescientas palabras, me aconsejaba solicitar la retirada de aquella competición. Incluso sugeria el texto para mi petición de renuncia y de claraba que, si se aceptaba mi oferta, debería ser nombrado como mi sustituto Earl Warren. Daba entender que, con ello, me fortalecería y ayu daría a mi carrera. medida que leia el telegrama, me daba cuenta de cuán voluble puede ser la fortuna en el campo de la política. Habían pasado solamente ocho meses desde que Stassen se presentara en mi oficina del Senado, insistiendo para que le respaldara en una propues ta a su favor a la presidencia, que tan afanosamente buscaba. Había sugerido que, si conseguía poner de su parte la delegación de California, parcial o totalmente, con ello se podria lograr un cambio en el bando popular y que, ante tal acontecimiento, yo sería un compañero de viaje ideal en su candidatura. influencia de Stassen en el país era todavía considerable. Comprendí que su oposición representaba un duro golpe. No obstante, en momentos como el presente, cuando mi situación era desesperada, las cosas pequeñas pueden tener los mismos efectos que las grandes. Tom Bewley, mi antiguo socio abogado, y John Reilly, que, como ex director del Rotary International. era uno de los más prominentes ciudadanos de nuestra ciudad de residencia, hicieron un viaje desde Whittier a Portland para verme. Estuvieron en mi habitación tan sólo durante un minuto. Hemos venido únicamente. me dijeronpara decirte que el ciento por ciento de la gente de Whittier está a tu lado.
Cuando se marcharon de mi habitación, me quedé con un nudo en la garganta. Whittier, en aquellos dias, no tenía mucho más de diez mil votantes. Lo que alli pensara la gente no signi.
ficaba mucho, al lado de los sesenta millones que votaban en todo el pais para determinar la elección. Pero semejantes actos de atención son tan Taros en la vida politica que representan bastante más que su significado en las urnas electorales (1. 1) Incluso desde el punto de vista político, debi haber recordado uno de los axiomas fa.
voritos de Jim Farley: La mejor lección que un politico puede aprender es la de saber si puede estar siempre seguro de conducir su propio distrito electoral.
CONTINUO diciendo que había cenado aquella noche con algunos amigos y todos se mostraban en desacuerdo en cuanto a si debía marchar o quedarme. Pero todos coincidían en que yo debería tener una oportunidad para explicarme ante todo el pais. No quiero verme en la posición de conde.
nar a un inocente continuó Creo que debes presentarte ante la televisión para que puedas explicar a todo el país cuanto tengas que decir, para que cuentes todo lo que recuerdes desde el día en que te incorporaste a la vida pública.
Cuéntales todo lo referente a tu dinero, hasta el último centavo que hayas recibido en tu vida pú.
blica. General, cree que, después de esta emisión de televisión, se podrá anunciar la resolución que se adopte, en un sentido u otro. le pregunté. Espero que después del programa no será absolutamente necesario anunciar nada, aunque si podremos publicar lo que se ha de hacer contestó. General. repliqué le hago saber que no debe prestar ninguna consideración a mis sen timientos personales. Comprendo la dificultad que supone este problema para usted. Pero llega un momento, en casos como el presente, en que uno se ve obligado a pescar o a cortar la cuerda. Si opina que mi permanencia en la candidatura reBulta perjudicial, abandonaré. No tiene más que hacérmelo saber y yo obedeceré. Sea como sea, este asunto hay que decidirlo lo antes posible.
Opino que, después del programa de televisión, habrá usted de decirme si me marcho o debo que darme. Lo más perjudicial en este caso es la indecisión.
No obstante, una de las características más notables de Eisenhower consiste en que no es hombre que tome decisiones atropelladas. Tendremos que esperar hasta después del programa para ver qué efecto ha causado en el público insistió.
FRA la una de la mañana cuando hice mi entra: da en la habitación de la Prensa. Podía cap.
tar la tensión reinante. Los periodistas estaban esperando sin duda alguna una resolución definitiva. omi renuncia o mi continuación en la candidatura. Pensé que también yo tenía derecho a un poco de broma, en una ocasión tan terrible mente seria He venido para anunciar que voy a inte.
rrumpir. hice una pausa deliberada. Un la esa tancia todos se quedaron visiblemente boquiabier tos. Clint Mosher, del Examiner, de San Francis co, casi se salió de su piel. Yo me eché a reir, quizá la primera vez en aquel día, y prosegui He venido para anunciar que voy a interrumpir mañana mi viaje en esta campaña, con el propó sito de marchar a Los Angeles, donde pronun ciaré un discurso ante la radio y televisión, emia tido para todo el país. Senador preguntó Mosher. significa esto que mantendrá su candidatura. Esto significa repuse yo que intento continuar en esta campaña. No tengo más comentarios que hacer. esto era cierto, pues, siguiera o no en la candidatura me proponía continuar en la campa fia para las elecciones de Eisenhower. Mas el re.
sultado de mi respuesta, que no era inesperado por lo que a mi concernía, fue aumentar el sus.
pense acerca de lo que yo diría ante la televi.
sión.
En mi vuelo desde Portland a Los Angeles tenía la esperanza de recuperar un poco de sued fio que tanto necesitaba, pero sólo pude dormir a intervalos. Mi cuerpo necesitaba descanso, pero mi cerebro hervía de ideas.
Una nueva tensión se estaba presentando: la tensión que precede al combate, cuando todos los planes han sido ya trazados y uno se mantiene en equilibrio en espera de la acción. Este discurso iba a ser el más importante de mi vida. En aquel momento, me parecía que se trataba de mi propia batalla personal. Me había abandonado mucho quienes yo consideraba amigos míos y que, sin embargo, habían sido presa del pánico tan pronto como se disparó el primer tiro de la batalla.
Comprendí que tenía la obligación de llevar, mi caso ante el pueblo y convencerlo de mi honradez e integridad. La reacción pública ante ml discurso determinaría si yo constituía o no un compromiso para la candidatura republicana. Du cidi que, si fracasaba, me retiraria de la candidad tura y cargaría con toda la responsabilidad inhe rente. Pero fui más lejos aún en mis propias delid beraciones, en cuanto a lo que debía realizat en dicha emisión. No sólo tenía que eliminar todo el compromiso que yo constituyera para la candi.
datura, sino que debía convertirme en un valok!
positivo. De no llegar a conseguts ambos objetivos, había decidido presentar mi resuncia. DURANTE toda la tarde, estuve discutiendo con mi personal acerca de las alternativas que nos quedaban para el programa de televisión.
Hasta aquel momento, varias firmas comerciales Tatrocinadoras me habian ofrecido un espacio de media hora sin interrupción, pero todavía se guiamos opinando que una patrocinación comer.
cial no era la más apropiada. última hora de la tarde, recibí una llamada telefónica del gobernador Dewey, que iba a tener gran influencia en la forma del programa. Creo que debe presentarse en la televisión me dijo Dewey Opino que esta decisión no es Eisenhower quien ha de tomarla. Que decida!
el pueblo norteamericano. Al final del progra.
CONTINUAMOS hablando sobre la campaña y sobre las reacciones de la gente y, por 11timo, el general terminó aquella conversación de quince minutos, la primera que hablamos soste.
nido desde que se iniciara el episodio del Fondo, añadiendo. Bueno, Dick, adelante con la televisión. Buena suerte y mantén elevada la cabeza!
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