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Por Richard Nixon Luego. volviendo a mis obligaciones de anfi.
trión apoyó mi mano sobre su hombre y me dis.
culpé con una sonrisa. Temo no haber sido un buen huésped.
Krushchev se volvió hacia el guía norteamericano que nos mostraba la cocina y le dijo. De las gracias al ama de casa por prestarnos su cocina para nuestra discusión.
En tanto nos alejábamos de la casa modelo, para seguir viendo el resto de la exposición, empecé a sentir los efectos del tremendo esfuerzo que había estado sometido durante las dos horas anteriores. Resulta mucho más agotador para el sistema nervioso reprimirse cuando uno tiene algo que decir que dar rienda suelta a las palabras.
Me sentia ecmo un luchador equipado con guantes de dieciséis onzas, obligado a seguir las reglas del marqués de Queensberry contra alguien que me estuviera zurrando a puño desnudo, zancadillean.
dome y dándome puntapiés. No estaba vo muy seguro de haber defendido bien mi pabellón, pe.
ro dos amplias fuentes de opinión distintas vi.
nieron a alegrarme a este respecto. Ernie Bar.
cella, corresponsal de la United Press International. se acercó a mí y me dijo al oído. Buen trabajo, señor vicepresidente.
TIN momento después, Mikoyan me llamó aparte y, por intermedio de mi intérprete, me hizo un inesperado cumplido. Al regresar de Washington informé a Mr.
Krushchev de que era usted muy hábil en el debate. Hoy ha vuelto a demostrarlo. crisis Capítulo LIII guyendo que era mejor disponer de un solo mo.
delo que de varios. Escuché su larga disertación sobre lavadoras, plenamente a sabiendas de que no lo hacía por casualidad o coincidencia. Tra!
taba de hacerme perder el equilibrio. No es mejor charlar sobre los méritos re.
lativos de nuestras lavadoras que de la potencia!
de nuestros cohetes. dije al final de su largo discurso. No es ésta la clase de competición que ustedes desean?
Esto pareció enfadarlo y apretando su dedo pulgar contra mi pecho, exclamo. Sí, esta es la clase de competición que que.
remos, pero vuestros generales dicen que debe mos competir en cohetes. Vuestros generales afir.
man que son tan poderosos que pueden destruir.
nos. Nosotros también podemos mostrarnos algo que os haga conocer el espíritu soviético. Somos fuertes y podemos abatiros. Pero, en este respec.
to, también podemos demostraros algo.
Mientras Akalovsky iba traduciéndome cuanto decia, comprendi que había llegado el momento de devolverle el golpe. De lo contrario, daría la im presión ante la prensa y ante el mundo entero de que yo, el segundo magistrado de los Estados Uni dos y del Gobierno que representaba, estaba tra.
tando con Kreshchev desde una postura de debi.
lidad militar, económica e ideológica. Tenía que mostrarme firme, sin ser belicista, postura ésta muy difícil de mantener. Con dicha idea en la mente, le apunte con el dedo y dije. mi entender, ambos somos fuertes. No.
sotros somos más fuertes en unas cosas y vosotros en otras. Pero creo que argüir en nuestros días acerca de quién es más o menos fuerte, no viene en absoluto al caso. Nadie debería usar jamás su fortaleza para colocar a otro en una posición real de ultimatum. Carece de objeto el que nos pongamos a discutir cuál de los dos es el más!
fuerte. Si estalla la guerra, ambos perderemos por igual, Krushchev desvió la cuestión. Intentó echar a broma sus anteriores palabras. Por cuarta vez he de decir que no coincido con mi amigo Mr. Nixon exclamó. Si todos los americanos piensan igual, por qué no hemos de estar de acuerdo con ellos? Eso es lo que de.
Beamos.
Mas esta vez me sentía resuelto a que no se me escapara de la mano. Insistí. Espero que el Primer Ministro se dé cuenta de lo que implica cuanto acabo de decir. Cuando coloca en tal situación a cualquiera de nuestras poderosas naciones y no le deja otra solución que aceptar la dictadura o la guerra, está jugando con la cosa más destructiva del mundo. Esto es algo muy importante en la presente situación mundial prosegui antes de que me interrumpie.
ra Algo extremadamente peligroso. Cuando dos potencias se sientan ante una mesa de confe.
rencias, no pueden hacerlo en forma unilateral.
Una parte no puede lanzar su ultimátum a la otra. Es inadmisible.
Tenderos los hay en todas partes le res.
pondi Incluso en el mercado que visité esta!
manana, vi que la gente repesaba las compras adquiridas al Estado. esta vez fue Krushchev quien cambió de tema. 1) Incluso Krushchey captó el humor del momento. Según continuábamos el paseo, yo iba de lante de él, en compañía de Voroshilov. AI volverme y preguntarle si no deseaba cami.
nar con nosotros, respondió con una sonrisa un tanto sardonica: No. Usted siga con el presidente. Yo ya conozco mi puesto. Entretanto, Krushchev se hallaba ocupado en sostener una especie de relaciones públicas. Daba la mano a los trabajadores soviéticos y, de pronto, habiendo localizado a una mujer anciana que le había estado vitoreando, se abrazó a ella con tanto impetu que ambos se tambalearon atrás y adelante durante varios segundos, mientras los fotógrafos obtenían sus placas.
Al aproximarnos a un objeto de los expues: tos, descubrí entre la concurrencia a Bill Hearst.
Le hice señas para que se acercara. Krushchev lo reconoció inmediatamente, pues Hearst había entrevistado varias veces al Primer Ministro soviético. Cogió ambas manos de Hearst y las sa cudió con énfasis, exclamando de muy buen humor. Hola, mi buen amigo capitalista, monopolista y periodista. Ha publicado alguna vez en sus periódicos algo con lo que esté en desacuerdo. Pues, claro que sí. respondió el editor de la cadena Hearst. Debería usted ver lo que algunos periódl.
cos escriben sobre mí tercié.
Krushchey pareció sorprendido, como si no creyera a ninguno de los dos. Un momento des pués, via Westbrook Pebler y lo llamé también.
Cuando los presenté el uno al otro pensé que probablemente jamás se habían estrechado la mano dos personas que se apreciasen menos entre sí.
AL fin llegamos a la mayor atracción de la fe.
ria: un hogar modelo americano, totalmente Amueblado y equipado con todas las comodidades modernas. La Prensa soviética había ridi.
culizado esta casa modelo durante toda la sema na anterior, arguyendo que representaba el hogar del trabajador en los Estados Unidos en la misma forma como podía representar el Taj Mahal a la India o el Palacio de Buckingham a la Gran Bretaña. Rrushchev y yo nos metimos en el fi.
gurado vestibulo central, examinamos las habita.
ciones y, por último, nos detuvimos en la cocina. aquí fue donde celebramos nuestra famosa conferencia de la cocina o, como algunos periodistas la calificaron, la Cumbre de Solkolniki.
Esta conversaciós, por supuesto, no pudo ser te.
levisada en Estados Unidos, más la publicaron los diarios.
Se inició de la manera más inocente. Empe.
zamos a discutir los méritos relativos de las má.
quinas lavadoras. Y, en aquel instante, decidí que el lugar era tan bueno como cualquier otro para salir al paso de las acusaciones hechas por la Prensa soviética de que sólo el hombre rico podía permitirse comprar una casa como ésta en los Es.
tados Unidos.
Puse de manifiesto que aquella era una caka típica norteamericana, que costaba unos cator.
ce mil dólares y que podia ser pagada en veinticin.
co o treinta años. Añadí que muchos veteranos de la Segunda Guerra Mundial, habían adquirido ca, sas como aquélla, a un precio de diez a quince mil dólares, añadiendo que cualquier metalúrgico podia comprarse asimismo una Nosotros también tenemos metalúrgicos y campesinos que pueden comprar al contado un piso de catorce mil dólares respondió Kresh chev.
Luego, continuó perorando acerca de que los capitalistas americanos construían casas para que durasen solo veinte años, mientras que los sovié.
ticas las construian para sus hijos y nietos. siguro hablando y hablando, claramente determi.
nado a negar toda la evidencia que tenía ante si. Se han imaginado ustedes que los rusos se iban a quedar boquiabiertos ante esta exposición.
Lo cierto es que todas las casas rusas de nueva construcción dispondrán de un equipo semejante.
En los Estados Unidos se necesitan dólares para construir esta casa, pero lo único necesario aqui es haber nacido ciudadano soviético. Si un ciuda.
dano americano carece de dólares, no puede con prar esta casa y tiene que dormir al raso. se atreven ustedes a decir que somos esclavos del comunismo!
Harto ya, le interrumpí: AHORA, marchábamos ambos a la par. quien nos escuchara podria parecerle que habíamos perdido el juicio. Sin embargo, ocurría exactamente lo contrario. Yo conservaba el pleno do.
minio de mi temperamento y estaba perfectamente consciente de ello. Conocía la importancia de mantenerme frio ante la crisis y mis palabras y mis actos surgian con una calma tan deliberada como me era posible en aquel rápido e impreme.
ditado debate, sostenido con un experto. Tam poco pensé nunca que Krushchev hubiera perdido el control de sus emociones. En situaciones ante.
riores y posteriores al debate de la cocina, pude comprobar que Krushchev nunca pierde su sangre fria, sino que, por el contrario, se sirve de ella.
Ahora, hac endo uso de esa sangre fría, Krush chev me devclvió el golpe. Me acusó de haberle Tanzado un ultimatum, negó vehementemente que la Unión Soviética impusiera su dictado y me advirtio que no le amenazase. Sus palabras me suenan igual que una ame naza. declaró golpeandome con el dedo También nosotros somos gigantes. Si preferis amenazar, responderemos amenaza con amenaza. No es eso lo que pretendo respondiJamás debemos proceder en ese sentido. Pues lo ha hecho usted de manera indirec.
ta replico. Pero también nosotros tenemos capacidad para amenazar. Por qué dice eso. pregunté. Porque ha hablado usted de implicaciones. continuo, demostrando cada vez mayor excita ción No he sido yo quien lo ha dicho. Tenemos medios a nuestro alcance. y mejores que los vuestros. Son ustedes quienes tratan de compe. QUELLA tarde, declaré oficialmente inaugu.
rada la Exposición Nacional Americana y pronuncié el trascendental discurso que había prepa rado antes de salir de Washington. Las autorida.
des soviéticas me prometieron que dicho discurso sería publicado en Pravda e Izvestia, promesa que cumplieron, de forma que pudieran llegar hasta millones de ciudadanos rusos. La revista Time calificó el discurso como una resonante ré.
plica a la propaganda interna soviética de que la exposición no representaba el verdadero nivel de vida norteamericano. Sin embargo, no era ése mi principal propósito. En realidad, me vall de la exposición para describir nuestra forma norma de vida y nuestras aspiraciones en rela.
ción con el pueblo ruso. Se me brindaba una oca.
sión única en las relaciones ruso americanas para informar al pueblo de la URSS de que los 67 millones de jornaleros existentes en la actuali.
dad en los Estados Unidos no eran las oprimidas masas de finales del siglo XIX y principios del actual pintados por los críticos del capitalismo Dije que la caricatura del capitalismo resultaba tan extemporánea como un arado de madera.
Cité cifras para demostrar que, para 44 mia llones de familias que vivian en los Estados Unid dos, existan 56 millones de automóviles. 50 millo nes de receptores de TV, 143 millones de receptor res de radio. Además, 31 millones de dichas fad milias eran propietarias de sus hogares. Señalé que ésta era la tónica predominante. Lo que de.
muestran de manera rotunda tales estadísticas es que los Estados Unidos, el país capitalista mig grande del mundo, ha llegado, con respecto a la distribución de la riqueza, al punto ideal de pros peridad común, en una sociedad exenta de cla.
ses.
En este momento, Krushchev, que había he.
cho uso de la palabra antes que yo y se hallaba sentabo en el estrado muy cerca de mi, trató de interrumpir levantándose exclamando: Nyet, niet. Yo le contuve amablemente pero con firme.
za, diciendo. Ahora tengo yo la palabra. Me toca hablar a mí.
Me results fácil de manejar en comparación con algunas de las sesiones del Senado que yo había presidido. Describf las libertades personales y políticas de que disfrutamos y que se nos conceden en los Estados Unidos, por encima y sobre el progreso material, tir. Estamos bien enterados de que Rusia dispone de medios suficientes. Para mí, carece de importancia quién sea el mejor Usted ha suscitado la cuestión replicó Nosotros queremos la paz y la amistad con todas las naciones, especialmente con América. En nuestro Senado le llamaríamos a usted obstruccionista. le dije Habla sin dejar expli.
carse a los demás. Deseo aclarar una cosa. No hemos pensado en ningún momento que esta feria fuese a dejar pasmado al pueblo ruso, pero puede que le interese, al igual que a nosotros nos interesa la vuestra. Para nosotros, el sabor de la vida radica en la diversidad, en el derecho de ele.
gir, en el hecho de tener a nuestra disposición miles de constructores diferentes. No nos gusta que la decision suprema sea llevada a cabo por un funcionario del Gobierno, el cual determina a su capricho cuál es el tipo de casa que hemos de habitar. Esta es la diferencia. Diferencias politicas con las que nunca es.
Saremos de acuerdo dijo Krushchev. cortándoma de nuevo Si le sigo, acabaré dando la razón a Mikoyan. él le gusta la sopa picante y a mi DO. Pero esto no significa que discrepemos.
EN aquel momento, me di cuenta de que Krushchey deseaba terminar la discusión y yo, por mi parte, no quería cargar con la responsabilidad de continuarla públicamente. Ambos teníamos ya bastante. Nosotros también deseamos la paz dije. Sí, lo creo respondió. asi terminamos nuestra discusión sobre la cuestión fundamental de todo el debate: la posibilidad de mitigar la tensión creada por la gue.
rra fria en la conferencia que por aquel entonces se estaba celebrando en Ginebra entre las cuatro grandes potencias. Seria un gran error y un tremendo golpe para la paz si fracasara la conferencia. dije. Eso es también lo que nosotros pensamos me respondió.
EN vano trató de sacar a relucir nuestra creen ela en la libertad de elegir y abogué por un mayor Intercambio entre nuestros países, que re.
dundaria en un mejor entendimiento. Krushchey no quedia pelear en mi terreno. Cambio otra vez el tema hacia las máquinas Lavadoras, ar Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica
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