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Por tanto, cuando Kennedy lanzaba sus ataques y sus nuevas demandas en pro de una política mi.
litante. tenía que enfrentarme a él como un luchador con una mano atada a la espalda. Yo sabía que existía en marcha un proyecto para enfrentarnos a Castro, pero ni siquiera podía insinuar su existencia y, mucho menos, publicarlo.
Por Richard Nixon levada opinión de Bunche, muy conocido por mí, ya que había vivido y se había educado en mi Es.
tado natal de California. Pero teníamos tantas cuestiones generales que debatir al tiempo de la dimisión de Lodge que decidimos proponera su experto lugarteniente, Jerry Wadsworth, para que lo sustituyera como embajador durante el resto de la Administracion Eisenhower. La sema.
na anterior, al llegar Lodge a Nueva York, va.
rios líderes republicanos de la ciudad le habían apremiado para que declarase en su discurso de Harlem que la Administración Nixon. Lodge iba a seguir la política de nombrar negros para aquellos puestos del Gobierno para los cuales estuvie.
ran cualificados. Por consiguiente. Lodge hizo se mejantes declaraciones pensando de manera espe cial en que nuestro embajador en la ONU formaba parte del Gabinete bajo la Administración Eisenhower y que Bunch podía ser perfectamente nombrado por mi para este puesto.
Seis crisis LASTA aquel momento, Kennedy sólo se había expresado a base de vagas generalidades y decidí que había llegado el momento y lugar la Convención de la Legion en Miami de contraata car. Tenía yo la idea de que, aparte nuestras ope.
raciones secretas, también podíamos robustecer nuestra política oficial y manifiesta en nuestros tratos con Castro. En mis conversaciones con los funcionarios del Departamento de Estado, insistí sobre varios cursos posibles de acción y, por último, encontré un aliado en el subsecretario del Departamento, Douglas Dillon. En sustancia, se trataba de cuanto yo había defendido y anuncia do en mi discurso de Miami, es decir, una política de completa cuarentena. diplomática, política y económica, hacia el régimen de Castro. Dije que el tiempo de la paciencia había llegado a su límite, que debíamos movernos enérgicamente, si era posible, en completo acuerdo con las Repúbli.
cas hermanas de América, para extirpar de nues.
tro propio hemisferio ese cáncer y evitar nue vas penetraciones soviéticas. Señalé que nucg.
tro Gobierno estaba ya planeando una serie de pasos y que muy pronto adoptaría las medidas eco nómicas más severas para responder al bandidaje económico que estaba practicando dicho régimen en contra de nuestro país y nuestros compatriotas.
CUANDO el relato de Lodge acaparó la atención y tomó aquel cariz tan fantástico, él fue el primero en quedar sorprendido. Inmediatamente declaró que sólo había expresado una opinión personal y que, desde luego, sería el nuevo presidente quien tomara las decisiones con respecto al Gabinete. Pero sus consecuencias continua ron atosigándonos por el resto de la campaña.
No hay duda de que nos perjudicó en el Sur y no nos hizo ningún bien en el Norte. Tanto para los negros como para los demás votantes, aparecía como una cruda tentativa para ganarse el apoyo de la raza de color, sin tener en cuenta si el individuo poseía las cualidades necesarias para un cargo elevado, algo que Lodge no había que rido dar a entender ni remotamente. Tales son los imponderables de una campaña, especialmente en estos tiempos de intercomunicación casi ins.
tantánea entre las gentes. excepción de este contratiempo, log informes que recibimos aquel domingo fueron alentadores, lo que nos hizo entrar en la tercera semana anterior al día de las elecciones confiados en que la marea corria a nuestro favor, impresión ésta confirmada por el ex presidente nacionai, Meade Alcorn, mientras dirigíamos la campaña a través del territorio de Kennedy por el sur de Nueva Inglaterra, el lunes, 17 de octubre.
Capitulo LXXI Bien avanzada aquella noche emprendimos vuelo hacai el Norte, y el miércoles, 19 de octubre, por la tarde, Kennedy y yo hicimos uso de la palabra en el banquete anual que ofrecía el cardenal Spellman en conmemoración de Alfred Smith. Kennedy fue el primero en hablar, leyendo un discurso que deleitó a la distinguida aus diencia por su ingenio, pero también la irritó por su increible despliegue de mal juicio. En un acto estrictamente apolítico, procedió a enarbolar unos armónicos con marcado y claro acento partidista. Cuando yo tomé la palabra, totalmente improvisada, cuanto tuve que hacer para superar su actuación fue eludir toda materia que rozara el partidismo. El efecto se adivina fácilmente: él recibió unos corteses aplausos y yo una prolongada ovación.
Fue el propio Kennedy quien se lamento de este incidente cuando nos reunimos en Miami, poco después de las elecciones. Estaba haciendo mención a la norma de votación seguida por los católicos y señaló que el factor económico, y no el religioso, era el que mayor influencia ejercia so.
bre los electores. Luego añadió con una sonrisa. Ya vio cómo reaccionaron aquellos adinerados católicos en el banquete Al Smith de Nueva York.
En lugar de volver de inmediato a Washington, como de costumbre, decidimos pasar el domingo en Hartford, con el fin de quedar mejor si tuados para iniciar el lunes nuestros movimientos a través de Connecticut. Según el programa, sería un día de descanso, pero, en el último mes de una campana, sé por experiencia que no puede haber días de descanso. En Hartford se unieron a nosotros, a fin de continuar el programa y trawar planes con miras a las dos semanas que que daban de campaña, Cabot Lodge, Len Hall, Bob Finch y otros asociados nuestros.
Después de conferenciar durante toda una tarde, llegamos a varias conclusiones clave. La no ticia más importante era que Eisenhower habia se Talado aquel momento para entrar en acción. Habia decidido pronunciar un discurso en un mitin celebrado en el aeropuerto de Minneapolis San Paul el 18 de octubre (el martes próximo y otro en una cena del Comité pro Nixon, ofrecido por el presidente de Filadelfia el 28 del mismo mes.
La verdadera culminación de la campaña tendría lugar el miércoles, de noviembre, en la ciudad de Nueva York, cuando nos encontrásemos alli Ei senhower, Lodge y yo para un anunciado desfile en caravana, con desplazamientos en helicóptero a ciertas zonas extremas de importancia. Según el Daily News, nuestras posibilidades en Nue va York eran muy escasas. Al tiempo de tomar quella determinación, las encuestas indicaban que perderíamos en dicho Estado por un millón de votos al menos. No obstante, resolvimos de todos modos concentrar allí nuestros esfuerzos. ello por dos razones: en primer lugar, no podía mos descartar un Estado tan grande e importan te como Nueva York, ni dar a entender que lo descartábamos. en segundo, que la ciudad de Nueva York es el centro nacional de Prensa, Radio y Televisión, por lo que pensamos que serían beneficiosos para nuestra campaña los relatos y emisiones a que ello daría lugar. Después de aquel importante día en Nueva York, con un apro piado mitin en el Coliseum. Eisenhower tenia planeado ocupar el dia de noviembre, el viernes anterior a las elecciones, en Cleveland Pit tsburgh Acordamos que Lodge continuará concentran do sus esfuerzos en los Estados y ciudades del Norte y Este, en donde contaba con numerosos partidarios. Otra decisión, derivibada de una idea que tuve una semana antes de iniciar la campa.
na, consistia en visitar las pobladas zonas de Pen nsylvania, Ohio, Indiana, Michigan e Illinois, dos semanas antes de las elecicones. Pensé que así nos pondriamos en contacto con un crecido número de habitantes de pequeñas ciudades que no se po dían incluir en las etapas aéreas y que al presentarnos con el tradicional tren propagandístico, cobrarian mayor sabor y colorido nuestros esfuer zos en el critico momento en que la atención nacicnal estaba centrada sobre nuestra actuación.
Quedaba una cuestión un tanto ardua que discuti en privado con Lodge. Se refería al cañoneo a que nos habían estado sometiendo a causa de nas declaraciones hechas por él en una conferencia celebrada en el Harlem de Nueva York, el 12 de octubre. Había dicho:. debería figurar un negro en el gabinete.
Esto constituye una parte y una promesa de nuestro programa. la semana siguiente, en Albany, Lodge aclaró que aquello era sólo una predicción personal. debiendo, además, entenderse que se trataba de un negro cuali.
ficado. pero, como de costumbre, esta aclaración no provocó grandes titulares. Cuando me preguntaron sobr ela cuestión, res ondí que no se habían hecho promesas sobre los nombraminetos para el Gabinete y que yo nombra ría el mio basándome en las cualidades personales, sin distinciones de raza, credo o color. El lugar donde Lodge hizo sus declaraciones influyó mucho sobre la resonancia del caso.
Al presentar Lodge su dimisión como emba Jador en las Naciones Unidas, al principio de la campaña, consideró que uno de los hombres más cualificados del país para para remplazarlo era Ralph Bunche, miembro desde hacia tiempo de la Delegación y Secretario Norteamericano en la ONU. Lodge no ignoraba que yo compartía su En la Convención de la Legión Americana.
celebrada el martes en Miami, rompí el fuego poniendo de relieve lo que iba a ser el mayor tema de discusión en el cuarto y último debate, fi ado para el viernes, 21 de octubre, en Nueva York. Kennedy llevaba semanas insistiendo acer.
ca de la política seguida en Cuba por la Administración, aunque sin demasiada consistencia. primeros de año en un libro publicado en ene.
ro donde se englobaban sus discursos todavía describía a Fidel Castro como parte de la he.
rencia de Bolivar o, más simplemente, como un furibundo joven rebelde. Durante una entrevista de televisión, celebrada en mayo, dijo que, por el momento, apoyaba a la Administración, aunque la situación de Cuba seguía empeorando. Sin embargo, a mediados de setiembre, con la campaña en pleno movimiento, adoptaba Va una li nea muy distinta, llegando incluso a asegurar, el dia 15, que la existencia de los reactores comunistas a ocho minutos de las costas de Florida era imputable a la Administración. En un espacio de TV, el 30 de setiembre, nos cargó en ge.
neral la responsabilidad de la subida al poder de Castro, diciendo que habíamos hecho mal en no usar nuestra gran influesncia sobre Batista para que suavizara su dictadura y permitiera elec ciones libres. Kennedy tenía mucho que critia car y poco sustancial que ofrecer en forma de nuevas politicas y proposiciones.
Necesité todo el jueves para preparar el cuar to y último debate de televisión. El único tema que se iba a discutir era la política exterior, con lo cual sabía que contaba con una gran oportuni.
dad para situarme por delante, no sólo en aquella serie sino en la campaña misma. Pero Kennedy, reconociendo que mi discurso de Miami había apar tado la mayor parte del viento de sus velas en relación con la cuestión de Cuba, eligió este día, antes de presentarse al cuarto debate, para lanzar uno de sus principales contrataques. En todos los periódicos de la tarde aparecieron gandes titulares negros que decían sucintamente: KENNEDY DEFIENDE LA INTERVENCION NORTEAMERICANA EN CUBA.
KENNEDY PIDE AYUDA PARA LAS FUERZAS REBELDES DE CUBA.
APENAS podía dar crédito a mis ojos. El 23 de setiembre, Kennedy había hecho unas de.
claraciones en exclusiva para la cadena de periódicos Scripps Howard. Habría que prestar ayuda y asistencia a las fuerzas que luchan por la libertad en el exilio y en las montañas de Cu.
ba. Pero, hasta este momento, no había emprendido ninguna acción para defender la interven ción directa en Cuba, lo que, en efecto, iba en con tra de nuestros tratados con otros países de la América Latina. En esta ocasión, 20 de octubre, decía: ESTO constituye una excelente ilustración de las desventajas que aquejan a un candidato que a la vez representa a la Administración abogó largo tiempo atrás, por que se empleara una politica más enérgica en relación con Castro. Cuando éste visitó Washington, en abril de 1959, sos.
tuve con él una conferencia que duró tres horas.
después de las cuales redacté un memorándum confidencial para su entrega a la CIA, al Departamento de Estado y a la Casa Blanca. En él declaraba abiertamente mi convicción de que Castro no era tan increíblemente ingenuo con respecto al comunismo ni a la disciplina de éste y que no debíamos considerarlo ilusoriamente como a un rebelde furibundo, al estilo de Bolívar. por lo cual habría que obrar en consecuencia. Mi pos.
tura fue seguida por una minoría dentro de la Administración, particularmente reclutada entre el personal para la América Latina del Departa.
mento de Estado. La línea seguida por el De.
partamento de Estado consistió en tratar de coexistencia y comprensión con Castro, a pe.
Bar de mis fuertes recomendaciones en contrario Dicha línea fue, por cierto, compartida por Edgar Hoover y por dos de nuestros ex embajadores en Cuba, Arthur Gardner y Earl Smith, así como por William Pawley, que había ocupado varios puestos diplomáticos en las administraciones demócratas y era un reconocidísimo experto en asuntos latinoamericanos. primeros de 1960, llegó a pervalecer por fin la postura que yo había estado sosteniendo durante nueve meses y la CIA recibió instruccio.
nes de facilitar armas, munición y entrenamiento a los cubanos huidos del régimen de Castro exi.
liados en los Estados Unidos y otros países de la América Latina. Este proyecto entró en funcionamiento seis meses antes de que se iniciara la campaña de 1960. Era un proyecto, no obstante, al que nada tenía yo que objetar. La operación se realizaba en secreto. Bajo ninguna circung.
tancia podig descubrirse ni incluso mencionarse.
Debemos apoyar las fuerzas democráticas no partidarias de Batista y anti castristas en el exilio y en Ouba misma, las cuales ofrecen la consiguiente esperanza de derrocar a Cas.
tro. Hasta ahora, estos combatientes de la libertad han carecido virtualmente de toda ayuda por parte de nuestro Gobierno.
TAN pronto como lei aquellas declaraciones, pedí a Fred Seaton que viniera a mi habitación del hotel. Yo sabia que el presidente Eisenho wer había dispuesto que Kennedy recibiera infor mes regulares, facilitados por Allen Dulles, direc tor de la CIA, sobre todas las operaciones secret tas mundiales, así como sobre las más recientes apreciaciones del Servicio de Inteligencia, con objeto de que se hallara tan al corriente como yo de nuestra política y proyectos. Pedi a Seaton que llamara inmediatamente a la Casa Blanca por la línea de seguridad y averiguase si Dulles había informado a Kennedy de que la CIA llevaba meses, no solo prestando ayuda y asistencia a las fuerzas exiliadas cubanas, sino entrenándolas con el fin de apoyar una invasión de la propia Cuba Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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