Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
NUMERO 136.
SAN JOSE, LUNES 21 de Agosto de 1933 Dirige: VALE CENT IMOS Suscrición mensual UN COLON Ahora JOSE MARIN CASAS lit Apdo. Teléfonos: 2933. 2220, 3252.
TREN SENSACIONAL REPORTAJE DE LA HORA otro pie.
as altas MIS HORAS de ANGUSTIA en la HABANA en 18 el boxeo mbró ed un di auismo. na bats Obligó en los minó la clientes, relimina las. Un joven comerciante costarricense que regresó del viaje de compras a los EE. UU. presencia al sedem siguiente día de la caida de Gerardo Machado, los terribles acontecimientos de las represalias, y los cuenta detalladamente para los lectores de La hora La Habana en los bordo del Quirigua. Desembarcando. El poder de un billete de cinco do dias ilguientes a la caída del ti lares. En los muelles. El incendio. El linchamiento horrible de un po comerciante rrista. Qué es un porrista? Otro linchamiento en plena calle. Los refu giados. El general Herrera y el comandante Barrera. Sumner Weiles. La a cadaveriana. Con mis temo de compras, tocó en la bella ca salida de La Habana. Kingston. Un taxi con explosiones. El bizcocho de aquella multitud compacta que Cartago Llueve en San José La HORA ofrece hoy a sus lectores la narración de los acontecimientos que se desarro.
llaron en los secuaces del tirano. Se bablaba de matar, de estripar, de desmenuzar. Las manos de todos estaban crispadas, los ojos de la gente tenian miradas de tragedia. Recorrera pié, toda La Habana, era un placer que ela als y a rano Machado, contados por un costarricense, en grande, que de regreso de los Estados Unidos, de su viaje res inicio la perforación de al pri de un empsey se deb a ung og ara med Fianzada 20, los e e afecta to hasta la com enemigo ana fort eunmi tados, chando La Habana entera se retoreía en las convulsiones revolucionarias y precaóticas que luego culminaron en las escenas terribles que presencié.
piial antillana cuando la efervescencia trágica de aquellos días era como un bullir de volcán. LA HORA ha podido obtener, gracias a su actividad y cuidado, empre atentos at servir a sus numerosos lectores, esta narración que toma importancia enorme por ser hecha personalmente a uno de nuestros redactores por un tes.
tigo de los suciedɔs.
El viajero no analiza la siEuación política, sino que se reduce a contar lo que vió, lo a vivió los momentos de angus tia de una capital presa de terribles convulsiones politico sociale.
dor. Un tipo alto, huesudo, me salió al paso. Le corté la frase que le iba a brotar de los laDios con la punta misteriosa de un billete.
El remolcadar se separó del Quirigua y enfila.
mos hacia el muelle más cercano de La Habana.
FONDEADOS PIE EN LA CAPITAL ta a la para los ison Sqd favor las card no se podia dar un paso. Los grupos gesticulaban, hablaban, algunos corrian de un lado a otro.
Trate de averiguar y me dijeron todo. Machado habia caído. Yo no lo sabia. Hasta el barco no había llegado todavía la notieia cumbre que encendia una pira en la blanca perla de la Isla. Pasó un pregonero corriendo: El Pais, 11 País. Lo llamé. De pié, en el hueco de una puerta, devoré el periódico.
Quedaba enterado de todo. Hui.
do Machado, nombrado Céspedes la efervescencia se estaba restando en las conciencias y pronto estallaria al menor pretexto. Oi conversaciones en vaTios corrillos. le has posi ne tiene las mej 10.
INFORHABLA NUESTRO MANTE Los muelles estaban llenos de gente, que discutian acaloradamente. Se hablaba a gritos. Me meti dentro de los corrillos, no sin antes a visarle al remolcador que en mi bolsillo había otra billete de cinco dólares y la convenieneia ineludible de vol ver al barco al atardecer por cualquier via, menos la nata oria.
La Habana al desembarcar, tenía raro aspecto por la distribución de la gente. En algunas callejuelas, nadie. En otras, ird ock Fondeado el barco, las autoridades comunicaron al pasaje que no se podia desembarcar.
El estado político del momento no lo permitía. Una intensa curiosidad se apoderó del pú blico que viajaba en el Quirigua. Pero si todos sintieron cu ricidad, yo sentia aún más.
Era necesario desembarear, llabía que desembarcar a toda cos ta, a trucque de cualquier cosa para poder presenciar les acontecimentos que se desarro Ilaban en la cap Me acerqué al gendarme que custodiaba la escalinata del buque, Se nego rotundamente. No fué po sible obtciter la salida franea ni tras del asomo de un billete de cinco dólares.
Era domingo. Ilabiamos llegudo en la mañana. Nos ibamos en la madrugada para ama necer Lunes. No había tiempo que perder.
EN LOS ORRILLOS Parecia que toda la gente estaba dominad: por un mismo pensamiento: veranza contra Nuestro buen amigo, quien va a contar sus dias en La llabana, a nuestros lectores por medio de su periódico favorito, LA HORA, es un comerciante joven, de gran responsabilidad económica, socio de una de las más poderosas firmas de la pia za. Cada año lleva a cabo um viaje a los Estados Unidos con el objeto de hacer compras para su tienda, y en este año le tecó llegar a La Habana, pre cisamente al siguiente dia de la caida del Tirano.
ADES 30.
cerraba el paso en una calle. codazos me fui abriendo paso.
De pronto un claro. Camine holgadamente. No tenia cigarros. Quise comprar. Todos los establecimientos estaban cerrados. Al degembocar en una esquina. puede ver a lejos un grupo de soldados. Tenían montada una ametralladora, y la.
boca enfilada hacia sitio por donde yo atravesaba. Di un salto. Posiblemente nunca he saltado tanto. Ya estaba dentro de la capital. Era preciso andar con cuidado, Oi de pronto gritos. Miré hacia atrás. La gente estacionada en los muelles co menzó a desfilar. Me venian pisando los talones. Me refugié en un hueco de puerta y los dejé que nte alcanzaran. Pasaron.
Gritaban, iban furiosos. Decian algo de quemar.
Caminé con ellos, metido dentro del apretado nudo de gente. Caminamos recto, doblamos, atravesamos una plaza. Los soldados, apoi tados en varias esquinas, nos dejaban. De pronto sonó un tiro. Luego otro. La multitud roncó. Quise salir corriendo, pe ro estaba metido dentro de toda la gente. De improviso, de Mejos, vino el golpear de una ametralladora, Nosotros seguiamos caminando. De repente se detuvo la comitiva, Fue un mo mento de espera, como cuando el tigre coge fuerzas para saltar. De improviso echaron a correr hacia adelante y se tiraron contra la puerta de una easa. Cayó la puerta, cayeron los cristales. La multitud irrum pió dentro de aquella mansión y a poco una gruesa columna de hu mo se redondeaba por las ventanas hechas trịzas. En pocos minutos la casa era un horno.
Bajo el sol sofocante, la pira.
enorme de aquel incendio tornaba todo color almagre.
Temeroso de una represalia del Gobierno, me aparte del gru po y segui caninando. Otros tiros. Estos eran muy lejanos. De pronto, uno silbando trágicamen te, muy cerca. Me resguardo en otra puerta. Pasó un silencio. De cerca llegaban los griPasa a la pág. DOS 4. EL VO DESEMBARCANDO BORDO DEL QUIRIGUA Clar La Sei SK LAZ Se inic al de bal Gimnas Salas bordo del Quirigua, hermoso barco que hace el servicio de New York a Limon via Habana y Colón, salió de New York nuestro amigo. El viaje era bueno. El tiem po empléndido. En pocos días asomamos la proa por el Morro de la Habana. El gigante de piedra continuaba dormido, pero en los pies del gigante se agitaban los días convulsos de la revolución. Creo innecesario relatar al periódico todas las incidencias que tuvo en su curso la caída de Machado. Solamente me limitare a decirle que el Quirigua entró en la bahía de La Habana cuando la efer.
vescencia popular era enorme, cuando los ánimos estaban exal Dándole vuelta al Quirigua andaba un vaporeito de los que sirven para atracar a los barcos. Estaba de maniobra y tenia pegada la proa a la popa BIODE del Quirigua. El calor era sofocante. El sol caia de plano so bre la bahía, sobre La Habana, blanca y restallante como hecha en sal. Una escalerilla bajalia del trasatlántico hasta la borda misma del barquito, por donde un cubano, acholados panzón trepaba para amarrar un cabo. Lo pensé un instante y salté la barandilla. Ya estaba en la escalera de mano. Bajé un peldaño, me dieron una voz. Ba je dos, bajé tres, creo que des.
pués bajé de cinco en cinco.
Cuando me dieron la segunda Vista de una de las manifestaciones que recorrieron las calles de voz ya estaba yo en el remolcaLa Habana, protestando contra Machado. Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica. EL RO juntos la fiesta
Este documento no posee notas.