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concierto de gala por la Filarmonía de Santo Domingo.
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COTO, RINCON DE OLVIDO.
como nadie le preguntó por el nombre, desde aquel momento, el borracho tuvo que quedarse, sumarse y echar para adelante, Nanca llegué a saber su nombre: ya tenía uno: el borracho.
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sta señord se les ha que tengan las tarjetas. senel Cuer pan sumar. Son máquinas automáticas. Lo presumo. Pero veces se apuntan cifras sin que se produzcan.
Hespués de En eso no se mete el reporcecido des. tero. El reportero, ante los combates, mira, oye y apun18. lectores. Me gustan tus erónicas. de vaca. Mauuchas gracias!
ze se pre. Si pierdes esta noche, te en trá tiraré de lo lindo.
erlos a la Por supuesto. Cuando a mi este mome critican justamente, lo aan tenido gradezco. Lo que me endemosido enor nia es que me censuren sin mo tivo o razón. Mire, Slammer el reportevacaciones ro de LA HORA es un señor al eemos que cual le sobran los motivos para 50 seráni tirarle a los prójimos o censuy aproverarlos.
certes em. Lo he visto.
do traba. De la guitarra saltó una 343.
rumba. vibrante. Slammer mirabs al reportero. El repor.
tero miraba la guitarra, que es más bonita que Slammer.
La misiea. un poco tango y un poco tamborillo picó el espíritu del reportero. El de portero siente como cualquier mortal. Se improvisó un baile: el reportero bailó con el ñato Chavarria; Mora Molina con Bagás; el ingeniero Aguilar con Romualdo Bolaños.
Era la pareja ideal. Fue.
Yon declarados reyes. Vine de la página SEIS)
das, que traían sueño. Gentes de Alajuela, sencillas y rudas, sinceras y bravas. El tren bajó la pendiente, llegamos a la estación del Pacifico, desbordamos el patio, atravesamos el barrio del Sur y salimos a la Sabana. Desbordado el límite ciudadano, el tren se llenó de gritos. Eran güipipías clásicos de las fiestas del llano, eran los roncos alaridos de pelea de Rio Segundo, de San Josesito, del barrio de la Agonis. મન LA NOCHE Cinco horas de viaje para llegar a Puntarenas. Serian las cuatro de la madrugada cuando entramos en la región donde huele a yodo. Los gritos se habian ido apagando. La gente, arracimada y compacta, comenzó en el largo trayecto, a sentir sueño. Los más viejos eambiaron el güipipía pendenciero por el humilde ronquido hogareño, y con el compás de esa música, desfilaron las luces fugaces de Rio Grande, Orotina, Cambalache, Barranca, Chacarita.
Iba a despuntar el dia, cuando lamia las ruedas del tren la amplitud oscura del mar. Como una pantalla tras de nosotros, el sol comenzaba a asomar el pelo rubio de un domingo de febrero. LA ESPERANZA Atravesamos Puntarenas silenciosamente. La ciudad dormia y ia arena es eordina para los pasos. En el muellecito estaba atracada la Esperanza. El embarque fué rápido. Los jefes del batallón, Obregón y yo, hicimos embarcar inmediatamente para no perder tiempo en el zarpe, y a eso de las cinco y media, la EspeTanza enfilaba mar afuera y el timonel daba vuelta a la rueda, para que la brújula marcara el camino de sangre de Coto.
DOS DIAS El dia calurosísimo, pasó lenta nte. La Esperanza. buen marinero, ni mucho andador, iba surcando el mar con para simonía. El sol caia de plano y cocinaba los cráneos de la gente.
Bajo la tolda se tiraban las gentes y se armaban las conversaciones. Al principio, las conversaciones fueron animadas. El paisaje, el mar, los peces que saltaban sobre las olas, las puestas de sol, el calor. Había añoranzas de los sembradios de caña de Alajuela.
Unos echaban de menos las piñas, otros el frescor y la sombre to nía el mango del rio Ciruelas. Llegó la noche. Una noche que se inició cálida y se fué enfriando. Hubo necesidad de abrigarse con las cobijas. Las noches eran malas. La gente se levantaba ago biada por el mal dormir.
Comenzó a surgir en nosotros una personalidad distinta. Nog sentíamos desarraigados, extraños, como si con la distancia, cout el sol, con todo aquello tan raro, los hombres que viajaban ahora no eran los mismos. Las malas noches, la incomodidad, la falta de descanso, la nerviosidad que representaba la próxima aventura se acercaba, todo había hecho de nuestros nervios un nuevo sis.
tema, y comenzábamos a sentir ese embrutecimiento que produe cen las largas vigiiias, las impresiones continuas, el calor sofo cante, el navegar despacio.
En las noches, algunos cantaban tonadas. La voz de aquellas gentes tenia pereza, y subia sobre el corro tumbado como un vaho de añoranzas. Eran tonadas tristes. Cuartetas campesings.
Pasillos que sabian a velas, a los jolgorios de los turnos dominia cales en algun pueblo remoto.
Obregón y yo formábamos. Como las noches eran despejadas, nos tirábamos boca arriba, mirando la enorme cantidad de puntitos luminosos del cielo. Miguel Angel contaba cuentos y conta.
apellido. Pero sin el solaz amable de la conversación, del cigarri.
Bio y del biftee, dificii es, porque encargo tenemos de no decir al ha estrellas. La Esperanza seguía cabeesando al compás de su motor cansado.
La costa, que se adivinaba como un reguero de tinta, era brava, alta, clara bajo el claror lunar. El mar corrugado tenía un daro contraste, plano e ilimite, al chocar con la áspera tierra que iba a sorber la vida de tanto muchacho de aquellos que ahora cantaban las tonadas tristes de la región cañera. así nos sorprendió la aparición, entre una arruga de la cesta, del puertecillo al que íbamos a atracar. Golfo Dulee, lai tierra septentrional nuestra, se abría ante nosotros.
El paisaje era azul. Azul el cielo, azul el mar, azul la mond atwa. Febrero era azul. Le rojo lo ibamos a poner nosotros.
DE SE ESTACA HORRIBLEMENTE NAVEGANDO Desatracada la Esperanza. comenzó el bailoteo sobre las olas. Las costas iban poco a poco perdiendo altura y cubriéndose del velo de la distancia. Las gentes se habían echado en la berda. Era bastante grande la Esperanza. y los treinta hombres que iban con nosotros, fácilmente encontraron buen acomo do. Algunos comenzaban a marearse. Entonces recordamos un incidente cómico en el muellecito. Estábamos en la faena de enirar a la gente en la lancha, cuando se presentó un borracho. Venía hasta el puro seserete y tenía la cara abotagada por el sueño, por el madrugón y por el guaro. Yo soy un hombre, mi coronel! donde usted vaya voy yo, porque yo soy un hombre. Se le tuvo que decir que se retirara. Como no obedecía, se le despachó en mala forma. Ultimamente, se le hizo salir del muellecito.
El borracho desapareció. El incidente sirvió para que en la noche conversáramos. La navegación era lenta, el dia apenas despuntaba. Obregón se sentia un poco acalenturado. De pronto se nos presentó uno de los muchachos: Mi coronel, hemos descubierto un espía. Sacado el espia a la luz, lo reconocimos: el borracho.
Se le había bajado la jama y estaba asustado de verse entre tanto fusil. Se dió cuenta entonces de que se había metido en una aventura peligrosa, y pidió que lo volviéramos al puerto. Era inposible. Pidió que le dieran la lanchita de remolque para retor nar, Se negó aquello porque produciria mal efecto en la gente. Continuará mafiana. Heriberto Vargas ha sido hospitalizado. Es vecino de Alajuela. En momentos que estaba trabajando en sus Jabores agrícolas, sufrió un accidente al estacarse. La estacada ea herrible. Se la dió en la planta del pie y según se nos dice, le atraveso el empeine.
Lea en nuestro número de mañana, los capítulos: Desembareando. Un poeta mexicano. El fonógrafo rio Coto Remontando El combate Los balazos Dónde me meto mi coronel? etc. ete.
Miércoles 21 de Febrero de 1934, PAGINA SIETE LA HORA 243 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
Este documento no posee notas.