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Miercoles 16 de Abril de 1930, Página seva Cristo Nos Redimió Con Su Vida Balreclame ARENA MOJO PADRE MIO, PERDONALOS IV PORQUE NO SABEN LO DIOS MIO, POR QUE ME HAS ABANDONADO?
QUE HACEN Después de todo el espantoso suplicto, desde el prendimiento hasta que le clavan en la cruz, Jesús tiene un instante de desfallecimiento y su interrogante y dolorida. Pero es sólo su carne mortal la que se queja. Su espíritu se eleva triunfante sobre la materia corruptible y terrena.
Voz se alza La cruz se alza, y hasta el monte, más piadoso que los hombres, se estremece de horror al ver clavado a Dios en su cima, El sol redondo, viejo, amarillo, va dejando, al ocul.
tarse, jirones de luz en las grises lontananzas ju dias. Se ha consumado el espantoso deicidio. Las turbas miran por última vez a Jesús, y, después de escarnecerle, se van alejando, ruidosas, hacia la ciudad. es entonces, en medio de su mayor suplicio, cuando de sus labios trémulos y miseri cordiosos, que sólo se abren para bendecir y otar, brotan las palabras del último pendón sobre la tierra. TENGO SED EN VERDAD TE DIGO, QUE HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO Jesús lleva cerca de dos horas clavado en la cruz. Lentamente se va extinguiendo su vida. Ya sólo se percibe un débil quejido. La fiebre le abrasa, se consume, y apenas si sus párpados pueden alzarse. De sus labios resecos brota una voz tenue, desolada, suplicante. Tengo sed!
VI. TODO ESTA CONSUMADO! El semblante de Jesús se llena de luz blanca y resplandeciente Ha llegado la última hora de la jornada. Se ha cumplido la santa profecia y con ella la obra de la Redención. Ahi queda su vida y su sacrificio, que empieza e Belén y acaba en la cumbre del Gólgota.
VII EN TUS MANOS. SE FOR, ENCOMIENDO MI ESPIRITU.
Mediaba la hora sexta, y el Gólgota se iba poblando de tinieblas. Junto a la cruz, los soldados se repartían las įvestiduras del Señor, santas y humildes vestiduras, que todavía conservaban el calor dei cuerpo llagado y la sangre de sus heridas. Los escribas seguían mofándose del Crucificado, y hasta Gestas, el mal ladrón, unia su burla a la de la canalla. Si es verdad que eres Cristo, sálvate a ti mismo y sálvarios también a nosotros.
Dimas, al oír aquellas palabras, le respondió diciendo. Cómo, nilauri tú temes a Dios estando como estás en el mismo suplicio? Nosotros pagamos la pena de nuestro delito; pero éste no ha hecho mal a nadie. volviéndose después a Jesús le suplicó humilde y esperanzado. Señor, acuérdate de mi cuando hayas llegado a tu reino.
En los ojos de Jesús, vidriados por la agonía, se cuajó una lágrima, y de sus labios brotó la promesa.
Es la hora nona. La noche, cerrada, tiene un hosco semblante, De las vertientes del monte arido y pedregoso suben trepando las sombras como una negra mortaja. Cerca pasa rasgando el aire el silbido agorero de un buho. Jesús muere, mansa, resignadamente. Su cabeza se dobla dulcemente, como la corola de un lirio; sus ojos apagados y vio driosos, se abren por última vez para contemplar a la humanidad doliente, y de su pecho armonioso se escapa el último aliento. La escena adquiere un hondo y sublime patetismo.
TI MUJER, AHI TIENES TU HIJO; HIJO, AHI TIENES TU MADRE.
Las mujeres lloran desconsoladas al pie de la cruz. yo también, Jesus mío, lloro en este dia lleno de aflicción por tu soledad en la noche más noche de tu alma, por el sudor de tu frente serena, Hadiante y luminosa, en huerto de Getsemans por las lágrimas de tus ojos cargados de terrura, de iluminación y de mansedumbre, por tus cabellos nazarenos, olorosos y acariciantes, rizados por las brisas de todos los vergeles, iluminados por las luces de todos los horizontes; por tus pies sangrantes, que han recogido el polvo de todos los caminos y han dejado su divina huella en la calle de la Amargura; por las llagas de tu cuerpo, tronco de luz de una altísima judia palmera que remonta a los cielos su flecha; por mis pecados, buen Jesús, mis ojos lloran, bi alma reza, y mi corazón sigue Jos pasos de Ti siempre en pos.
Maria, pudo, por fin, llegar al Calvario. Iba rendida, tronchada, desfalleciente. Salomé y Magdalena la sostenían piadosas, y Juan las acompanaba. Al ver así a su Hijo, tiende sus brazos suplicantes. Es la hora del dolor, de lo único que va a quedar permanente sobre la tierra. El Señor se dirigia a Maria, y al despedirse de la madre deja a Juan y con él a todos los hombres.
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