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LA PIONS LI316 LECTURA PARA EL DOMINGOJE ESTIVAL La tigre de Bengala, con su lustrosa piel manchada trechos, está alegre y gentil, está de gala.
Salta de los repechos de un ribazo, al tupido carrizal de un bambú; luego a la roca que se pergue la entrada de su gruta.
Allí lanza un rugido, eriza de placer su piel hirsuta.
La fiera virgen ama.
Es el mes del ardor. Parece el suelo reşcoldo; y en el cielo el sol inmensa llama.
Por el ramaje oscuro salta huyendo el kanguro.
El boa se infla, duerme, se calienta la tórrida lumbre; el pájaro se sienta reposar sobre la verde cumbre. Siéntense vahos de horno; y la selva indiana en alas del bochorno, lanza, bajo el sereno cielo, un soplo ds sí. La tigre ufana respira pulmón lleno, y al verse hermosa, altiva, soberana, le late el corazón, se le hincha el seno.
Contempla su gran zarpa, en ella la uña de marfil; luego toca el filo de una roca, y prueba y lo rasguña.
Mírase luego el flanco que azota con el rabo puntiagudo de color negro y blanco, y móvil y felpudo; luego el vientre. En seguida abre las anchas fauces, altanera como reina que exige vasallaje; después husmea, busca, va. La fiera exhala algo manera de un suspiro salvaje.
Un rugido callado escucho. Con presteza volvió la vista de uno y otro lado chispeó su ojo verde y dilatado cuando miro de un tigre la cabeza surgir sobre la cima de un collado.
El tigre se acercaba.
LA PRENSA LIBRE bajo las vastas sclvas primitivas, del cerezo, con el cuello extendiNo el de las musas de las bandas horas, do, con su mano en la mía, y las miradas perdidils entre el verile suaves, expresivas, en la rientes auroras ramaje, donde resaltabau los fru.
tos maduros. Eran cerezas blan y las azules noches pensativas; sino el que todo enciende, anima, exalta, cas y rosadas, de pulpa carnosa Una polen, sabia, calor, nervio, corteza, y de color provocativo.
escalera estaba apoyada casualy en torrentes de vida brota y salta mente al pie del árbol.
del seno de la gran naturaleza. Si fuésemos ocupar el puesto de la oropéndola insinuó ella, IV soltándome la mano recogienEl príncipe de Gales va de caza do su traje con pie ligero; subió por bosques y por cerros, los escalones, y yo, desde abajo, con su gran servidumbre y con sus perros distinguía en la penunbra su pie de la más fina raza.
diminuto bajo la orla de su traje rosado. En la mitad del camino volvió la cabeza y con una burAcallando el tropel de los vasallos, lona sonrisa, me grito: deteniendo trahillas y caballos. Cómo. No sube usted?
con la mirada inquieta, No era deseo lo que me faltaba, contempla a los dos tigres, de la gruta pero no me había atrevido a sus la entrada. Requiere la escopeta, bir sin ser invitado. La seguí, y avanza, y no se inmuta.
enrojecido, y bien pronto nos hallamos juntos en el centro del ramaje.
Las fieras se acarician. No han oído tropel de cazadores.
La posición era, si no cómoda, ésos terribles séres, lo menos muy agradable: cada movimiento que hacíamos, su embriagados de amores, brazo y sus cabellos rozaban mís con cadenas de flores mejillas, y ella reía mientras que se les hubiera uncido yo tenía aire de bohería y de corà la nevada concha de Citeres, tedad. Por fin mi compañera se al carro de Cupido.
agarró con una mano al tronco del árbol, y se sentó en una rama El príncipe atrevido horizontal, con los pies al aire; adelanta, se acerca, ya se para; yo hice otro tanto y nos enconya apunta y cierra un ojo; ya dispara; tramos el uno cerca del otro, ya del arma el estruendo muellemente balanceados por la por el espeso bosque ha resonado; elástica y flexible rama, sólo que El tigre sale huyendo, yo no tenía, como ella, un punto y la hembra queda, el vientre desgarrado.
de apoyo para sostenerme cómoOh, va morir. Pero antes, débil, yerta, damente, o más bien, lo único chorreando sangre por la herida abierta, que se me ofrecía era su hombro con ojo dolorido, o su talle, y mi horrible timidez miró aquel cazador, lanzó un gemido me impedía servirme de él.
como un ay! de mujer. y cayó muerta.
Cuánto envidié entonces la ligereza y agilidad de la oropéndoV la, la comedora deguindas, que se sostiene en equilibrio sobre las Aquel macho que huyó, bravo y zahareño ramas, y a quien el estar tun alto los raya ardientes entre cielo y tierra, no le impide del sol, en su cubil después dormía.
satisfacer su glotonería, ni estar Entonces tuvo un sueño: alegre. que enterraba las garras y los dientes Bien puede el viento sacudir el Én vientres soprosados árbol, la oropéndola se balancea y pechos de mujer; y que engullía con el ramaje y no pierde por espor postres delicados to ni su apetito ni su presencia de comidas y cenas, de ánimo.
como tigre goloso entre golosos No podía decir otro tanto de unas cuantas docenas mí, y a pesar de la deliciosa comde niños tiernos, rubios y sabrosos.
pañía de mi adorable vecina, me RUBÉN DARIO.
sentía muy mal y más tonto entonces que antes. Ella parecía notar ésto, y comía alegremente las cerezas que hallaba al alcance LA OROPENDOLA Me fue entonces neeesario pinde su mano, o de sus labios.
tarle este pájaro; gran goloso de suspiro. no le parece que somos. Qué sabroso es estar aquí! POR ANDRE THEURIET cerezas, de pecho amarillo claro, como la oropéndola en su colgan.
Era en el fondo del Potosí (en alas negras y cola parte negra y te. 10 era ésta una invitación el mes de San Juan. en la época parte amarilla. Se lo retraté tal imitar la oropéndola hasta el en que se corta el beno, en que como era, con su largo pico color fin?
los tallos se cubren de millares de de púrpura, fuerte y bendido lo Yo no supe comprenderla; por Aores perfumadas y en que las ce largo, ventanas de nariz bien otra parte, yo sufría la pena ne.
rezas están maduras. Me pasea abiertas, los ojos grandes, redon gra para poderme sostener en la ba en un soto colmado de fruta dos, rojos como una guinda im rama y al cabo de cinco minutos les, en compañía de una sobrina pregnados de una humedad revelhice un movimiento en falso y me del propietario de aquellas tie Iadora, de buen apetito su per dejé caer estúpidamente al pie rras. El soto era verde, planta queño mostacho negro, que acen del árbol. Ella soltó una carcado de cerezas, manzanos y albér túa aquella fisonomia de epicureo. jada, una risita breve y nerviosa, chigos en plena cosecha, cerca Le dije que la oropéndola lley después de haber llenado sus no un bosque poblado de pája gaba de los países cálidos cuando bolsillos de cerezas bajó, su vez.
ros. Era mi compañera una be las cerezas empiezan madurar, Estaba furioso conmigo mismo, lla campesina de mi edad; veinte. que construía su nido en la casi sin hablar, triste, languiaños, fresca, rosada, delgada, de punta de las altas ramas. Undeciente y con desagrado, volviojos negros, labios rojos y cabe nido muellemente acolchado de mos tomar el camino de la callos castaños. Apenas éramos yerba y telas de arañas, suspensa, y, entre tanto, en la orilla del conocidos de la víspera, pero en dido como una hamaca entre dos bosque, la oropéndola con su arel campo, y cuando uno es joven, ramas, por medio de flexibles y monioso canto parecía burlarse se traba amistad fácilmente. El sólidas ligaduras que lo balad de mi tontería.
aire fresco de la mañana, el claro cean al menor soplo del viento, sol y el sabroso olor de là yerba lo que añade una voluptuosidad recién cortada, nos había hecho más al. confort de esa aerea habiNADA expansivos y caminábamos por tación.
entre los árboles de la huerta, El jugo de las cerezas, añadí, la He cumplido veinte y cinco a.
charlando como un par de ami predispone la ternura; cuando nos y me hallo, sin embargo, en gos; ella alegre, curiosa, pregun stá ebria de cerezas y guindas, el invierno de la vida. Mis cabe tona; yo, tímido, un poco román al suave balanceo de su nido es llos se emblanquecen y el frío de tico, pronto enardecerme, y cuando entona el canto que le re la indiferencia ha esterilizado mi ocultando bajo un exterior mecuerda su país.
imaginación.
dio estúpido, una ternura que no Este detalle causó risas mi Me incomodan las risas de un pedía más sino libertad para cre compañera.
festín porque cuando no son sarcer. Oh! dijo de buena gana que casmos, son muecas de adulación Mientras que así andaregueárria ver una oropéndola. un poderoso de quien se espera bamos dulcemente, el canto de No es fácil le contesté por un faror; una mujer quien se un pájaro llegó hasta nosotros que este animal es por naturale: pretende engañar; un pobre al través del ramaje, un canto za desconfiado y es muy difícil marido a quien se desea perder.
compuesto, lo más, de tres no acercárcele; sin embargo pode las lágrimas derramadas sobre tas muy cortas, pero de uua somos ensayar.
el ataúd me irritan por que son noridad y de una suavidad ex Cogidos de la mano nos fuimos el resultado de la costumbre, de quisitas. No se le podía compa los dos acercando con precaución la influencia social, por lo merar sino al sonido de una flauta y por entre la yerba más espesa, nos menguadas pruebas de un de oro. Era una melodía llena y a un alto cerezo, de donde salía dolor que desde entonces empiepura, como unida a veces por un el melodioso canto. Mas apenas za disminuir.
trino lleno de sensualidad. llegamos al pie del árbol, cuando Todo lo de este mundo es una La joven se detuvo para escu ei pájaro asustadizo levantó el pura farsa, farsa detestable, nacharlo.
vuelo, pero al través de las ra da de realidad. Qué pájaro es ese que canta mas pudimos entrever su cuerpo El desdichado que alimenta utan lindamente. me preguntó. esbelto y bien tallado y sus alas na esperanza, que tiene fé, que. La oropéndola.
negras y amarillas, que agitaba cree en el porvenir, ese tiene ex Sí? Como es la oropéndola al huir hacia el bosque.
traviada la imaginación. EL. jamás la he visto, Nos habíamos quedado al pie hombre si puede persuadirse de Era muy bello.
Gigantesca la talla, el pelo fino, apretado el hijar, robusto el cuello, era un don Juan felino en el bosque. Anda trancos callados; ve la tigre inquieta, sola, y le muestra los blancos dientes, y luego arbola con donaire la cola.
Al caminar se vía su cuerpo ondear, con garbo y bizarría.
Se miraban los músculos hinchados debajo de la piel. se diría ser aquella alimaña un rudo gladiador de la montaña.
Los pelos erizados del labio relamía. Cuando andaba, con su peso chafaba la yerba verde y muelle; y el ruido de su aliento semejaba el resollar de un fuelle.
Él es, él es el rey. Cetro de oro no, sino la ancha garra que se hinca recia en el testuz del toro y las carnes desgarra.
La negra águila enorme, de pupilas de fuego y corpo pico relumbrante, tiene Aquilón; las hondas y tranquilas aguas el gran caimán; el elefante la cañada y la estepa; la vívora, los juncos por do trepa; y su caliente nido del árbol suspendido, el ave dulce y tierna que ama la primer luz.
El, la caverna.
No envidia al león la crin, ni al potro rudo casco, ni al membrudo hipopótamo el lomo corpulento, quien bajo los ramajes del copudo baobab, ruge al viento.
Así ya el orgulloso, llega, halaga; corresponde la tigre que le espera, y con caricias las caricias paga en sti salvaje ardor; la carnicera.
Después, el misterioso tacto, las impulsivas fuerzas que arrastran con poder pasmoso; yioh gran Pan! el idilio monstruoso APOLLINARIS NACIONAL.
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