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LA PRENSA LIBRELECTURA PARA EL DOMINGO En la playa BITS Los mágicos pinceles de Febo en el poniente De lila y de naranja, de rojo y carmesí, Dejaban como rastros de luz languidescente Sobre la azul paleta del diáfano turquí.
El mar inmenso y grave, sobre las verdes olas Copiaba los cambiantes del moribundo albor.
Las ondas murmuraban salvajes barcarolas, Al viento echaba trapos el bote pescador.
Sobre la faja obscura de la arenosa playa Suelto collar de perlas dejaba el ebrio mar, Cual deja caer la virgen que inquieta se desmaya El velo puro y blanco y el ramo de azahar.
Cual misteriosas sobre el azul tranquilo Las alas grises iban batiendo sobre el mar, Buscando entre las rocas su misterioso asilo Bandadas de gaviotas cansadas de volar. allá en el horizonte, donde la esponja de oro Borraba los matices del moribundo albor, Sobre un jirón de cielo de ocaso ya incoloro, Desvaneciéndose iba la mancha del vapor.
De pronto su ala negra tendió la noche umbría, La brisa entre las palmas monótona gimió: El buque allá lo lejos como un fantasma huía.
La noche con su manto de sombras me envolvió. ERNESTO PALACIO Limón. 1901.
oculta sus encantos de agreste diosa. Dónde te has manchado el Del sol los primeros rubios reflejos, sarafán, cochina?
Sale grácil y bella, soñando amores. Malachka me lo ha salpicado con el cántaro rojo, de la cabaña.
de barro. piensa en el arriero que desde lejos La madre de Akulina cogió le manda sus cantares en los rumores Malachka y la dió un cogotazo.
de las heladas brisas de la montaña. Malachka atronó gritos to.
III da la ealle. Ogóla su madre y se La RIÑA precipitó fuera de casa.
Empieza la disputa: ya se cantean. Por qué pegas la mía? diLas ruanas, y furiosos se precipitan; jo, insultando su vecina.
Cual lagartos de fuego que al sol se agitan Agravábase la disputa.
Relumbran las navajas y culebrean.
Las madres iban agarrarse Los ojos furibundos brillan, flamean; del moño.
Con los brazos izquierdo el golpe evitan; Salieron de las casas los aldea.
Se insultan, se acometen, rugen y gritan; nos y formáronse corrillos en toComo tigres en celo, saltan, jadean.
da la calle.
Un torrente de sangre, luego un gemido; Todo el mundo gritaba la Un hombre cae tierra, y el otro, herido vez y nadie quería oír su vecino.
Va áocultarse en las quiebras de la montaña.
Dirigíanse improperios, era inEl vencido agoniza. Ya se demuda.
minente venir las manos, cuanY mientras muere. lejos, en su cabaña, Canta alegres banbucos la pobre viuda.
do una vieja, la abuela de AkuliJULIO YIVES GUERRA.
na, se arrojó en medio de los aldeanos para que se diesen razones. Qué vais hacer, amigos míos? exclamó. además en un LA PRENSA LIBRE Las niñas se descalzaron, reco día como éste. Pecar de esa manegiéronse las sayas, y fueron por ra, cuando debemos regocijarnos!
DIRECTOR dentro del charco al encuentro u. Pero nadie la hizo caso, y hasANTONIO ZAMBRANA na de otra.
ta poco faltó para que la tirasen Malachka se metió en el agua al suelo.
Administrador hasta los tobillos, y dijo: la vieja no hubiera podido a. A, Lomónaco. Qué hondo está, Akulina; paciguarlos, sin Akulina y Ma.
tengo miedo!
lachka. Eso no es nada replicó la o. Mientras que las madres le daMalachka y Akulina. tra. En ningún sitio estará más ban al pico, Akulina se había limhondo. Ven mi encuentro en piado el traje. Volvióse corrienderechura.
do al charco, tomó un guijarrito Aquel año cayó baja la Sema. na Santa. Apenas acababan de Cuando se acercaban una o y con él empezó a escavar la tie rra para que corriese el agua por.
cesar los viajes en trineo, la nieve tra, dijo Akulina: la calle.
cubria aún los patios y deslizá. Ten cuidado, Malachka, cuiEstando en esta tarea, se acercó banse los arroyos por la campiña. dadito de no salpicarme de lodo.
por su parte Malachka, y armaEn una calle entre dos puer Anda más despacio.
da con un palo la ayudó hacer tas se había formado un char Pero, apenas acababa de hauna canaleta.
co grande; y dos niñitas de dos blar, cuando Malachka revolvió casas diferentes se encontraron el pié dentro del agua, y salpicó darse de golpes, cuando, escapánComenzaban ya los aldea nos la orilla, una pequeña y la otra de barro el traje de Akulina.
dose el agua calle abajo por la de un poco más de edad. Lleva. no sólo el traje de Akulina canaleta, llegó precisamente a ban traje nuevo, azul la menor, quedó salpicado todo él, sino que sitio donde la anciana abuela amarillo con dibujos la mayor. le saltó el agua también la na trataba en vano de separar los Ambas iban con pañuelo de seda riz y los ojos.
aldeanos. Las niñas corrían por la cabeza.
Al ver manchas en su vestido ambos lados del arroyuelo.
Al salir de misa habían corrido nuevo, enfadose contra MalachEl agua corre más que nosoal charco; se enseñaron los trajes ka, grito diciéndola injurias y co tras; atájala, Malachka gritay se pusieron jugar. Querían rrió detrás de ella con ánimo de ba Akulina. Atájala.
divertirse haciendo saltar el a pegarla.
Malachka quiso decir alguna gua. Como la menor se dispu Malachka tuvo miedo. Com cosa, pero el exceso de alegría la siera meterse en el charco con prendió que había hecho, necedad cortó la palabra.
botitas y todo, la de más años la dirigió sn casa al vuelo.
Las dos niñas no cesaban de dijo: valiose escape del charco y se correr, y se reían viendo las zam Nu lagas eso, Nalachka, por En aquel momento pasaba la bullidas de un palito en el agua que te reñiría tu madre. Yo voy madre de Akulina. Al ver la ca del arroyuelo. Así llegaron hasá quitarme las botas, haz tú lo miseta y el traje de su hija tan ta en medio de los aldeanos. Las mismo.
sucios, exclamó: vió la anciana y gritó: AUO Sonetos antioqueños EL ARRIERO Pantalones de manta; blanco sombrero; Sucio guarniel de nutria con reata roja; Camisa de coleta que, holgada y floja, Hace pliegues si sopla viento ligero.
Faz alegrey bronceada, miembros de acero; Frente altiva y serena que el sudor moja, Blandida por sus manos, al aire arroja Chasquidos la zurriaga de recio cuero.
Entona todo pecho cantos sentidos Que interrumpe con ſhupas! y con silbidos para animar la recua ya perezosa. subiendo el camino por la montaña, Piensa en sus tiernos hijos y en su cabaña, Piensa en la montañera, su casta esposa!
20 II LA MONTAÑERA Montera azul de paño guarda su airosa cabeza, que en los hombros gentil se empina; viene cargando helechos de la colina andando entre la hierba verde y jugosa.
Camisa de zaraza color de rosa cubre su lindo busto de eampesina, y una flotante saya de muselina FOLLETIN EL PADRE TRISTAN DE JESUS Un cuento POR ANTONIO ZAMBR N como una persona que ta tirse aún aturdido, como una persona que ha recibido un fuerte golpe en la cabeza. Qué quería decir aquella escena que acababa de presenciar. Porqué lo insultaban. Porqué estaba Rosa en su alcoba. Porqué estaba semi desnuda?
De todo aquello salía para él un miedo horrible, una repugnancia tormentosa; pero, en primer lugar, no hubiera podi definir que era lo que temía; tenía miedo como un niño que se encuentra solo en las tinieblas, y después su impresión, más que de temor, era como de asco, como la que experimentaría una persona que se hubiese visto obligada pasar cerca de algún reptil espantoso inmundo. Sentía agitarse eu lado el álito de pasiones deformes. Se paseó un largo rato por la salita meditando sobre si debía salir en busca de una explicación aguardar los sucesos.
Oró de nuevo, se acostó en seguida y durmió sosegadamente.
Al día siguiente, empezó enársele la casa de amigos. La ciudad entera, según le dijeron, estaba estremecida por el escándalo, y venían pedirle informes del suceso. Nada sé, dijo el padre Tristán, sino lo que ya ustedes conocen de seguro. Mi hermana Agustina. así designaba a su criada. ignora la causa por la cual vino Rosa esconderse en mi cuarto. La puerta de la calle nunca está asegurada contra quien quiera entrar en la casa: muchas personas lo saben. Es claro, dijo un caballero respetable que era uno de los visitantes. Quién que lo conozca puede creer de usted lo que dicen esas viles calumnias. relaciones de no poco tiempo; un hijo en perspectiva.
Todas las malas gentes que hay en la ciudad parecen aber recibido dinero de alguien, porque no lo esconden sino que lo están gastando en la taberna.
Hacen cuentos ridículos, aseguran que lo han visto usted besando Rosa, aquí en la sala, estando abierta la puerta de la calle. Otros, que no son malos, reconocen que han visto con frecuencia salir misteriosamente Rosa de la casa.
En esto hay algún misterio, que importa mucho desvanecer. Cómo? preguntó Tristán. Lo mejor es que consulte usted algún abogado. Para pleitos, para acusaciones judiciales. no, seguramente. Yo acudiré al señor obispo hoy mismo, por el correo, y pondré el asunto en sus manos.
La carta del padre no tuvo respuesta; pero pocos días más tarde, recibió una orden del bispo llamándolo la capital.
En esa nota se daba por cierta la culpabilidad del padre, en virtud de informes fidedignos del lugar, según se decía: esta fué una nueva amargura para Tristán.
Antes de recibir ese llamamiento había procurado en vano tener una entrevista con Rosa. No se sabía de ella. Dirijióse la casa del señor Da Ponte; pero allí lo recibió don Enrique, que en previsión del caso, estaba muy vigilante y que lo trató con dureza. Sus amigos verdaderos no eran gentes muy avisadas que pudieran darle buen consejo. La vieja criada ninguna luz arrojó sobre el asunto; ni aun refiriendo las visitas que Rosa solía hacerle, porque temió haber obrado mal en su intimidad con la muchacha. Los artesanos, discípulos cariñosos de Tristán, al principio muy acalorados en su defensa, fueron lentamente enfriándose: la duda empezó apoderarse de ellos.
Era tal la congoja de Tristán, que la idea de alejarse por algún tiempo del sitio de su desventura llegó serle grata. Hizo rápidamente sus preparativos. Apenas tenía dinero, y dadas las circunstancias, nadie vino ofrecérselo. Púsose un envoltorio con las cosas más indispensables la espalda, tomó un largo bastón, que era una especie de báculo y emprendió pié el viaje hacia la capital: había ferrocarril, pero no podía pagar el pasaje; la Iglesia quedó cargo de un Vicario que había llegado ya. La carretera que unía ambas ciudades era muy transitable por lo común; en tiempo de lluvia, y aquél lo era, no dejaba de presentar dificultades. A1 medio día un aguacero fuerte sorprendió al peregrino en despoblado. La lluvia, no sólo lo mojó por completo, sino que lo hizo resbalar y caer en el fango más de una vez; al fin, divisó una especie de albergue, construído probablemente por algún campesino: unas cuantas tablas que formaban rústico co bertizo; allí fué refugiarse, cansado, hambriento, enfermo de alma y cuerpo, calado de agua hasta los huesos.
Sintió gran alivio cuando se halló en aquel amparo; calentóse un tanto, y allí, sobre las pidras, en aquel agujero hecho en la lluvia, por decirlo así, echado aunque no cómodamente, sintió una suerte de dulce desmayo, y se quedó dormido.
Entonces el padre Tristán tuvo un ensueño.
FIN DE LA PRIMERA PARTE Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura Juventud, Costa Rica.
Este documento no posee notas.