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Que Satanas veut emporter. Vadiri? dinon pas étoile Pouvant ternir Virginité.
Joncaro, ne sois pas feroce It toi, Guzruin, prends air peine Otez camisole de force u don Quichotte confesse.
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con aquel aire que helaba el mercario y que él había afronTade en Rusia.
Inmensa multitud se agrupaba alrededor del lago, y la afluencia de carruajes era tanta como en los mejores días del otoño de la primavera, cuando se corren caballos cèle.
bres en el hipódromo de Longchamp, y la gente se ve arras trada por este atractivo: Veranse, medio acostados. en los asientos de los carruajes vle och muelles, sobre una inmensa piel de oso blanco dentellada de escarlata, las verdaderas inujeres de mund. oprimiendo con los abrigos de seda forrados de pieles los, cálidos manguitos de niarta zibelina. Sobre los pescantes, adornados con gru s cordones de pasamanería, los cocheros de las casas ricas estaban sentados majestuosameste, con los hombres abrigados con uina esclarina de piel de zorra, y mirando pasar con ojo aun inás desdeñoŠo quc el de sus señoras, a esas señoritas que guían por sí mismas los caballos enganchados un vehículo tan extravagante como pretencioso. Había también muchos carruajes cerrados. porque en París la idea de ir en carruaje descubierto con cinco o seis grasos de frío, parece demasiado ártico y boreal. Había unos cuantos trincos que llamaban la atención entre todos aquelles rehículos con ruedas, que parecían no haber tenido, noticia de la niere, pero el trinco de Julirert lo llumaba sobre todos. Algunos señores rusos que pasea an por allí, contentos como el rengifero en la nieve, no pudieron menos de alahar la elegante curra de la duuga y la manera corectísima como estaban enganchadas las finas correas del arnés Eran las tres próximamante: una ligera niebla ocoitaba bordes del horizonte y sobre el fondo gris se destacaban los lelicados nerfios de las árboles desnudos que, con sus delgadas ramas, parecían esas lojas de las cuales se ha quitado la pulpa para conservar sólo las fibras, Un sol sin rayos parecido un ancho sello de lacre encarnado bajaba entre la niebla. El lago estaba cubierto de patinadores. Treso cuatro días de helada habían bastado para formar u hielo que soportase el peso de aquella multitad. La nievė barrida y amontonada en las orillas dejaba entrever la superficie Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio Cultura y Juventud, Costa Rica.
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