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TIP DE LA PRENSA LIBRE 30 13. 924. 89pero sin la cojera, un agregado a una de las cubajadas del Norte y algunos otros vinieron a inscribirse en mi camnet.
Aun cuando el viejo maesix) do baile del convento decí: que yo era una de las discípulas más aventajadas y alababa mi gracia, ligereza y exactitud en el compás, cunfieso que no las tenía todas conmigo. Experimenté, como dicen los periódicos, la enció propia del estr901. y me parecía, come les pasa las perso2as tímidas, que tu:ios los ojos estaban fijos en mi afortunadaninte mi húngaro era un excelent bailarín y como sostuviese inis primeros pasos, bien pronto enardecida por la música y embriagada por el movi.
miento conseguí tranquilizar. me y me dejó arrastrar con cierto placer nervioso en aquel torbellino de faldas flotantes, pero sin olvidar mi pensa niento habitual y el objeto que me había ezado ai baile. Cando pasaba por cerca de las puertas miraba rápidamnenta los vecinos salones por ver si os descubría. Por fin os si janto una puerta hablando con 10 personaje morene, de aacha barba begra, con gorro turco, uniforme de Nizam y la placa de ledjitiet: Algún bey pachá. Cuanda la evolución de la danza me llevó otra vez al mismo sitio, aun estábais allí hablando animadamente con aquel turco de placilez oriental; pero vos no os dignabais echar ana oje:da sobre los lindos rostros que pasaban por delante, soarcsodos por el baile y, por el parpa deo de la luz.
Sin embargo, no renuncié la esperanza y por el momento me contenté coa la satisfacción de saber que estábais allí. Además, no había terminado aun la noche, y cualquier casualidad afortunada podía acercarnos.
reja ine levolvió al sitio, y de nuevo capezaron circular los hombres en el espacio liaitado por las banquetas. Disteis algunos paseos con vuestro turco entre aquella moregro y cadena de plata al cuello, quien con voz más menos sonora, según la importancia del título, decía en el primer salón los nombres de los recién venirlos.
El duque, alto y delgado, no presentaba a la vista más que líneas prolongadas coino un galgo de raza, tenía un aire verdaderamente noble, á pesar de la edad conservaba los Vestigios de su antigua elegancia. En la calle, nadie hubiese dudado de su origen. Colocado algunos pasos de la puerta recibía los invitados con una palabra graciosa.
un apretón de manos, un saludo, una inclinación de cabeza, o una sourisa, con un sentimiento exquisito de lo que se debía cada uno, y una gracia tan perfecta que todos estaban satisfechos y se creían especialmente favorecidos. Saluto a mi madre con respeto y amistad, y, como era la primera vez que me veía, me dirigió en pocas palabras un padrigal entre galante y paternal, muy propio de su edad.
Junto la chimenea estaba la duquesa, desprovista de toda ilusión, coó una peluca muy visible y llevando sobre el pecho ilaco, pero muy escotado, los diamantes históricos.
Estaba como consumida por la imaginación, y bajo sus an.
chas cejas, borrosas aun, trillaban sus ojos con fuego ex. traordinario. La duquesa vestía un traje de terciopelo gra: nate oscuro con grandes volantes. de punto de Inglaterra y un latiguillo de diamantes en el pecho. Con nano distraida se en riabil de vez en cuando a la cara algunas ondas de.
aire fresco por medio de un grande ahápico pintario por Watteau, y la vez hablaba a los grapos que iban complimentarla. Entonces tenía verdadera distinción. Cainbió algunas frases con mi madre al tiempo de hacer mi presentacióti. y cuando yo ine inclinaba me dió un beso en la frente coa sus labios fríos, y le dijo: Id, piña, y no perdáis ni un solo baile.
Mi paEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio Cultura y Juventud, Costa Rica.