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TIP. DE LA PRENSA LB 12.
97 DE MADERAS.
pero fundidades más vertiginošas, veíause otras y otras, de mane.
ra que el fondo del firmanientu no se reía en ninguna parte y hubiese podido creerme čerrado en una esfera toda tapiza da de astros en el interior. Sus luces blancas, amarillas, 2zülés, Ferdes y, encarnadas, llegaban tales intensidades brillos que hubiesen hecho parecer negra la claridad de nuestro sol; los ojos de mi alma lo soportaban sin dific cultad. Iha, venía, subía, bajaba, recorría en un segundo millones de legiias a través de los resplandores de las auroTas; de los réflejos del iris, de las irradiaciones de oro y. de plata, de las fosforescencias diamantiñas, de los fuegos estelarés, de todas las magnificencias, de todas las beatitudes y de todas las maravillas de la luz divina. Oía aquella inúsica de las esferas, de la que llegó un eco al oído de Pitágolås; sus números misteriosos, ejes del nniverso, marcaban el ritmo. Con un ruido armónico, poderosos como el trueno y como la flauta, nuestro mundo círculaba lentamente por el espacio, arrastrado por su astro central.
sola mirada abracé los planetas desde Mercurio hasta Neptuno, describiendo sus elipses en compañía de sus satélites.
Uva intuición rápida me reveló los combres con que eran conocidos en el cielo y y süpe su estructura; su pensamiento y su objeto, sin que me quedése ocult ninguno de los secretòs. de su prodigiosa vida. Leia ese poeira de Dios que tiene soles por letraše Cuánto quisiera explicaros algunas pá.
ginas, pero aun vivís en las finieblas inferiores y vuestros o303. garían ante esas claridades fulgurantes. No obstante, la inefable belleza de tan maravilloso especojos. Los rezos que las hermanas arrodilladas murmurában junto mí y los que me esforzaba por udirme mentalmente, llegaban como un murmullo confuso de rumorés vagos y lejanos, Mis amortiguados sentidos no percibían nada de la tierra, y mi pensamiento, abandonando el cerebro, revoloteaba incierto en un sueño extraño entre el mundo material y el innurtal, siu pertenecer ya al uino ni estar todavía en el otro, a la vez que mis dedos, pálidos como el marfil, árrugaban y separaban los pliegues de la sábana. Cuando empezó mi agonía me acostaron en el suelo con un saco de ceniza poi alınchada, única actitud propia de una sierra de Dios que entrega su polvo al polvo. Cada momento me faltaba más el aire, me abogaba; una angustia extraordinaria me vprimia el pecho, el instinto de la naturaleza luchaba aún contra la la destrucción, pero muy pronto a quella luchá inú til cesó y con un débil suspiro. se exhaió alma de mis laGios.
XII.
RA Con una No hay palabras humanas que puedan expresar la sensación de un alma que, libre de la cárcel corporal, pása de una vida la otra, cel tiempo la eternidad, y de lo fnito. infiaito. Mi cuerpo inmóvil y ya cubierto de esa blancuri mute, que es la lihica de la muerte, yacía en sų fúnebre lecho, rodeado de 1onjas que rez:in, pero estila libre, de el como la ivariposa de la crisálida, cascarón vacío, despojo 19fomne que había abandonad, Tara abrir mis alas la luz desconocida y súbitamente revelada. unx intermitencia Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio Cultura y Juventud, Costa Rica.