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8 LA REPUBLICA. Jueves de agosto de 1977 EDITORIAL Do Re Ai Sor Julia es una monja de la Caridad.
Benditas sean Durante 30 años, ha trabajado en el Hospital San Juan de Dlos con abnegación y fidelidad a toda prueba. Tiene 80 años y a esta edad recorre los salones del hospital llevando salud y bondad, fe y ternura.
Después de 106 años de abnegación y de servicio al prójimo, abandonan el Hospital San Juan de Dios las Hermanas de la Caridad.
externo, en su verdadero sitio y elevar al héreo anónimo, al soldado silencioso, al hombre y a la mujer de la trinchera.
Las monjas de la Caridad merecen un homenaje nacional. No se pueden ir en silencio, como silenciosa fue su labor.
Un homenaje a las monjas de la Caridad es algo más que una celebración externa. Es la dignificación de la mujer. Es la exaltación de los más hermosos y puros valores del ser humano.
SU Ya no recorrerán los salones de este centro hospitalario esas hermanas buenas, vestidas de blanco, que derramaron el bien a manos llenas y que, en la lucha contra la muerte o contra el dolor, fueron para los enfermos y sus familiares una suave esperanza y la encarnación del Bien Supremo.
En esta época de la liberación femenina he aquí un modelo de mujer liberada.
Nuestros hospitales se vaciarán de las Hermanas de la Caridad. En su lugar, se entronizará el burócrata, el ser impersonal, que hace de trabajo una rutina. Es decir, nuestros hospitales amenazan quedarse sin alma, si la nueva burocracia no toma otro ritmo y si el ideal no dirige la acción de nuestros empleados públicos, de nuestros técnicos y profesionales. Será que en medicina socializada no hay lugar para los que levantan la bandera del auténtico humanismo, que no es sino el vestibulo de la aproximación a Dios? He aquí la gran tarea de nuestros dirigentes en el campo de la salud y en otros órdenes de la vida nacional.
Mujer liberada no porque pretenda hacer lo que el hombre lleva a cabo o porque haya decidido transitar por campos que la mujer deberia respetar, sino porque su liberación es sinónimo de creación.
una La sociedad costarricense ha contraído con las Hermanas de la Caridad una deuda eterna, que no podrá saldar nunca, pues su obra es imperecedera y sólo Dios sabrá recompensarla y aquilatarla.
Liberación femenina. Creación femenina.
Estas monjas buenas y abnegadas no han pedido pensiones a los 50 años Cargadas de años y de experiencia sig dando lo mejor de si en el campo del trabajo y en la más dura di. as tareas: el enfermo.
En lugar de estas monjas buenas y dulces, llegarán, según reza nuestro editorial de hoy, la nueva burocracia.
De pronto, al dejar, después de un siglo, el Hospital San Juan de Dios, nos damos cuenta de que, en este mundo dominado por el materialismo y la violencia, en esta sociedad de hedonismo y de frenesí, hay en Costa Rica y en muchos otros países legiones de seres humanos que se consagran al bien de sus hermanos y al servicio de Dios, sin esperar recompensa, sin publicidad, en forma silenciosa y fecunda.
Recordaremos siempre a las Her.
manas de la Caridad no por sentimentalismo o por una dulce añoranza de la niñez, en la que la figura grácil e inmaculada de las monjas acompaña los sueños de los niños. Las ha de recordar nuestra sociedad por su labor ejemplar, por su grandeza de alma, por el modelo extraordinario que nos han dado, por haber sido, en fin, las verdaderas mujeres bíblicas que no se arredraron ante el deber ni ante el dolor.
Ojalá que las sustitutas 30 enfermeras sustituirán a 10 monjasemprendan su tarea con igual desinterés y dulzura, viendo en el enfermo a un ser humano y no una cama ocupada.
No es una casualidad que al culminar la socialización de la medicina en Costa Rica las monjas de la Caridad tengan que marcharse no porque se les haya despedido, sino sencillamente porque estos son otros tiempos.
Son los tiempos del ser impersonal, de la máquina y de la boleta.
Acostumbrados a exaltar lo exter.
no, los triunfos: exteriores, el boato y el oropel, lo visible y sonoro, no reparamos en la grandeza espiritual de la obra de estos seres humanos que dejan padres, hermanos, honores y riquezas que toman una cruz y se dedican al ideal del hermano que sufre y se desangra.
Posiblemente, habrá que reescribir la historia de la humanidad a fin de situar al militar, al guerrero, al político, al artista, al vencedor en lo Las Hermanas de la Caridad lleva.
ron salud y fe al enfermo, prodigaron bondad y ternura, dieron un testimonio vivo y permanente de fe en la dignidad del ser humano, redujeron el dolor y, sobre todo, vieron en cada enfermo la imagen viva de Dios.
Pero, cuánto añoraremos todos aquellas manos dulces y aquellos hábitos blancos que, a todas horas, recorrian casi de puntillas los corredores de los hospitales y que se inclinaban reverentes sobre el enfermo para darle paz y consuelo, que también son una forma de salud.
Benditas sean.
Estas monjas de la Caridad merecen un homenaje nacional.
LAS HERMANAS DE LA CARIDAD DIJERON ADIÓS AL HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS NUNCA TENDREMOS CON QUE PAGARLES TODO UN SIGLO DE ABNEGACIÓN Son 106 años de improba labor, de sacrificio, de entrega, de consagración al prójimo, al hermano enfermo.
DARÍAMOS OTRO SIGLO No pueden alejarse estas monjas de Costa Rica en silencio, como llegaron. No basta un gracias ni alguna expresión aislada de afecto y de admiración.
Estas monjas merecen un homenaje nacional, sin reservas, con generosidad, con calor humano, como exaltación de la mujer valiente y buena, de la mensajera de Dios en la tierra.
Las monjas de la Caridad han honrado al ser humano con su labor y su amor al prójimo. Han afirmado nuestra fe y acrecentado nuestras esperanzas. Han enriquecido nuestra libertad.
Cal Han demostrado que en el ser humano hay una huella divina y una sem la de Inmortalidad.
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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