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16 LA REPUBLICA. Miércoles de mayo de 1979 había dado el comprador para desocupar la casa. Adónde iria a refugiarse? De que vivir a en adelante. Qué importaban esas pequeñ eces con tal de salvar el ídolo de su corazon aun los más guapos del pueblo se atrevian a aventurarse de noche por la calleja del rio, temerosos de aquella lucecilla que parpadeaba en la sombra como un ojo felino; y si algún labrador era sorprendido por la oscuridad al volver del abrevadero con su yunta, pasaba de prisa y persignándose delante de la casucha sin atreverse a mirar, por el ventanillo siempre abierto, la humilde estancia alumbrada por una vela de sebo, la mesa llena de potingues, el baúl desvencijado, la camilla de lona y el fogón donde se calentaba la frugal cena.
Sentada en un banquillo al lado de la mesa, una mujer cincuentona, de nariz aguilen a, ojillos penetrantes y tupidas cejas grises, removía sin cesar el contenido de un mortero.
Llamábanla en Miramar la Tia Mónica y pasaba por bruja. Vivia absolutamente sola en aquella choza sin vecindario, cultivando de día una huerta de media hectárea y confeccionando de noche jabón de hiel, jarabes para la tos y otros menjurjes que junto con sus hortalizas iba a vender al pueblo dos veces por semana.
Comprabanle sus articulos más por miedo que por caridad; y fue sin duda por alejarla de la aldea por lo que don Alonso, el dueño de los terrenos colindantes, insistia eni comprarle la exigua finca. Venderla? Ni por pienso. Cómo deshacerse de una propiedad que le proporcionaba la subsistencia y le permitía vivir sin mendigar favores a nadie?
Alli vei a deslizarse los años, siempre atareada y silenciosa, cada día más flaca y huran a, gastada prematuramente por las penas del alma y los achaques del cuerpo.
Pero cuando rendida del ajetreo diurno se echaba sobre su pobre lecho, una sonrisa de inefable dicha entreabría sus marchitos labios y parecía iluminar como una aurora las paredes de la estancia. es que no hay nadie, por infeliz que sea, que no tenga un recuerdo o una ilusión que mitigue sus penas. la Tia Mónica tenia un hijo.
Quince años atrás, cuando vivía en la capital, se vio obligada a separarse de su brutal marido y a irse a Miramar, a aquella casita que le había legado una tia suya: pero su unico hijo, su Jorge, fue reclamado por el padre y encerrado en un colegio, con orden expresa de evitar las visitas de la madre. Durante muchos años la pobre mujer se contento con ir de cuando en cuando a la ciudad para contemplar su hijo a través de la verja del patio de recreos.
y con enviarle furtivamente dinero, dulces y carlas que nunca eran contestadas.
Durante dos semanas la vieron por las calles del pueblo vendiendo potingues, pero ya no hortalizas, cada vez más flaca y tosiendo sin cesar. Su hijo ignoraba la venta de aquella heredad que ni siquiera conocía, e ignoraba también que su madre vivia en un cobertizo azotado por el viento y por la lluvia. Cuánto sufriría si lo supiera!
Pensaba la infeliz, cegada por su amor materno, sin comprender el profundo egoísmo de aquel hijo desnaturalizado.
Después. nadie la volvió a ver por las calles del pueblo. Devorada por la tisis, y postrada en el lecho, habría muerto abandonada si una vecina caritativa no le hubiera llevado de tarde en tarde algun Socorro.
LA BRUJA DE MIRAMAR Una esperanza galvanizaba aún su endeble cuerpo: la de presenciar la boda de su hijo y confundida entre el gentio verle salir del templo, dando el brazo a la gentil Anita Faltaban apenas ocho dias.
Le concedería Dios tanta felicidad?
Por Carlos Gagini El viento de aquella sombría noche de enero azotaba el rostro de los escasos transeuntes con una llovizna fria y penetrante como puntas de agujas.
Al fin murió el tirano, cuando el niño, convertido en gallardo adolescente, iba a comenzar sus estudios en la escuela de comercio; y la Tia Mónica pudo entonces visitar con frecuencia a Jorge y enorgullecerse de costear su educación. Por eso se ingeniaba de mil modos para afanar el dinero, por eso trabajaba noche y día sin importarle su quebrantada salud; por eso cuando dormia brillaba en sus labios una sonrisa. Qué importaba que el joven recibiera con frialdad casi con disgustos sus visitas?
Poco a poco se granjeó la voluntad de su patrón y llegó a manejar todos los negocios de la casa Imposible pintar la satisfacción de la Tía Monica al ver los progresos de su hijo y el legitimo orgullo con que oía a los vecinos ponderar las prendas del joven forastero.
Habría dado los años de vida que le quedaban, por poder decir a todo el mundo. ese joven que tanto elogian, es hijo de esta vieja y su educación es obra de esta pobre brujal. en la imposibilidad de hacer lan imprudente revelación, la Tia Mónica se alejaba suspirando.
Su instinto maternal descubrió una noche un secreto importante. Jorge estaba enamorado! Tenia el señor Rodriguez una hija belli sima y modesta Anita y entre ambos jóvenes brotó desde el primer momento una corriente de simpatia que la convivencia convirtió pronto en amor.
Estaba resuelto a confesarlo todo a su principal y a solicitar la mano de Anita; pero por consejo de la Tia Mónica aplazó su petición. Era preciso consolidar antes su posición y sobre todo ahorrar algo. Asi lo hizo y el resultado confirmó la previsión de su madre. El señor Rodriguez aprobo aquellos amores y la boda quedo concertada para principios del año siguiente: por los montones de oro y de billetes, jugó por primera vez, jugó toda la noche, y al amanecer había perdido cuanto llevaba, inclusive el dinero que no era suyo.
Cuando el aire de la man ana hubo refrescado su frente, pensó avergonzado en su calaverada y recordo con horror que dos días después era el balance anual de la tienda ¿Cómo confesar su falta, su cadena de faltas a un hombre de tan rigidos principios. Dónde conseguir aquel dinero shabia invertido todas sus economias en los preparativos de la boda?
Estaba perdido, irremisiblemente perdido. Posición, estimación, amor. todo se había hundido en el abismo de aquella noche fatal Era natural! Estaba relacionado con las principales familias de San José y ¿qué dirían sus amigos si supiesen que era hijo de la bruja de Miramar? las once no se veía un alma en las calles ni una luz en las casas: solamente los balcones de un edificio de dos pisos frente al Mercado proyectaban sobre la plazoleta cuatro barras de luz dorada Dentro resonaban los acordes de la musica, el rumor de las carcajadas y el chocar de los vasos. la misma hora, por la callejuela del rio avanzaba penosamente una sombra, se detenia de cuando en cuando para apoyarse en las paredes o sentarse en una piedra, y continuaba luego su camino, casi arrastrando, murmurando entre accesos de tos. Dios mío, dame fuerzas para llegar!
Más de media hora tardó en recorrer los trescientos metros que la separaban de aquellos balcones. Al llegar frente a ellos se dejó caer extenuada sobre la hierba.
Era suen o o realidad?
Al través de las vidrieras vio una lujosa mesa guarnecida de señoras y caballeros: en el sitio de honor una belli sima joven vestida de blanco y coronada de azahares bajaba los ojos ruborizada y sonriente.
mientras a su lado un apuesto mancebo murmuraba a su oi do palabras de anior la moribunda pensó enajenada que toda aquella felicidad era obra suya, que su misión estaba cumplida, y que el cielo le había otorgado la recompensa debida a su heroica abnegación. mientras en la sala continuaba el alegre concierto de la musica y las risas fuera la llovizna seguia cayendo, cayendo fria como el olvido y despiadada como el egoismo.
Terminados sus estudios se encontró Jorge con un problema de más difícil solución. No había plazas vacantes en los almacenes! En vano solicitó, recorrió a los amigos, a los avisos. Nada! Estaba, pues condenado a morirse de hambre en la capital? No, su madre velaba por el Precisamente el sen or Rodriguez, el tendero más acaudalado de Miramar, necesitaba un tenedor de libros. Por consejo de la Tia Mónica solicito Jorge la plaza y la obtuvo, gracias sus excelentes recomendaciones. Pero antes de trasladarse al pueblo manifestó a la pobre vieja la conveniencia de ocultar su parentesco: el alquilaría un cuartito y ella podria visitarle de noche. ella que había son ado con arreglarle la única habitación de su casucha y tenerle siempre a su lado. Paciencia! Si. Jorge tenía razón.
Cómo conquistarse buena posición social, si los vecinos se enterasen de que era hijo de la bruja? las diez, cuando la Tia Mónica llegó sigilosamente al cuarto de su hijo, sintio halarsele el corazón. Echado sobre el escritorio, en el cual se velan algunos pliegos recién escritos, Jorge sollozaba con el rostro oculto entre las manos. Sobre los papeles había un revólver cargado. fuerza de caricias y súplicas y de lágrimas la pobre mujer logró averiguar la causa de tan terrible determinación. Cómo. Si aquello no valia la pena. No estaba alli su madre?
No, no había que menear la cabeza con desconfianza ¿Qué estaba pensando? Ella tenia sus ahorros; si al día siguiente no estaba alli el dinero, podi a él suicidarse si queria. asi que le hizo jurar que no atentaria contra su vida hasta la noche siguiente y después de asegurarle de nuevo que para entonces traer a los quinientos colones, la ti a Mónica se retirs llevándose el revolver.
Algunos curiosos la vieron otro día entrar con el rico don Alonso en la oficina del notario y salir luego con el rostro radiante de gozo y apretando algo bajo el raido pan olón. Eran los quinientos colones en que había vendido su casa y su huerta que vallan mas de mil. Ocho días de plazo le En diciembre se efectuaron las fiestas cívicas del pueblo, y a ellas concurrieron forasteros entre los cuales se encontraban tres o cuatro calaveras de la capital, antiguos condisci pulos de Jorge. Este se creyó en el deber de obsequiarlos y fue a cenar con ellos después de la corrida de toros. En la sala contigua al comedor se jugaba fuerte, y nuestros amigos, excitados por el champana, resolvieron probar fortuna. Esa tarde había cobrado Jorge, quinientos colones de un deudor del señ or Rodriguez, y los llevaba en el bolsillo por no haber tenido tiempo de guardarlos en la caja.
Trastornada nor el licor y deslumbrado la man ana siguiente se encontro sobre la hierba de la plaza el cadáver de la Tia Mónica. Su rostro reflejaba aun en una inefable sonrisa la encantadora visión que tuvo al partir de este mundo.
La acogida que le dispensó el señor Rodriguez no pudo ser más cordial: bien es erdad que a su competencia unía el joven cierta distinción de maneras y una formalidad que le captaban las simpatias de todos De CUENTOS GRISES Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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