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Solo algunos costarricenses hoy vivos podrán disfrutar de otro cambio de siglo y ninguno, por supuesto, de milenio. Sin embargo, rebasará la población actual el número de personas que, conforme avancen los años, les exigirá a sus dirigentes la solución de los problemas nacionales. Los más severos críticos, si no cumplimos, serán los niños y los adolescentes de hoy. Concluidos los festejos y apagadas las luces, esta es la cuestión. Hemos cambiado de año, de siglo y de milenio, pero los problemas son los mismos. A los irresueltos en estos años se agregarán otros, si no se actúa con determinación.
Este comentario semeja una botella lanzada al mar con un mensaje. Quizá alguno la recoja y lo lea en el futuro. Nuestra intención, sin embargo, no es contar con testigos de nuestras advertencias. Al fin de cuentas, son las mismas que, junto con otro grupo de costarricenses, hemos venido formulando sin descanso.
Visión y acción
Hasta ahora, el gran problema de nuestros dirigentes no ha consistido en una falta de visión o de voluntad para plasmar diagnósticos y previsiones. Su pecado ha sido el paso inseguro o apático de la teoría a la práctica, de la visión a la acción, piedra de toque de la política y de la democracia. Y la carencia de contenido y de acción vacontra la democracia; también contra el desarrollo. Estamos en un círculo vicioso.
¿Qué les vamos a decir a quienes, dentro de algunos años, nos interpelen por las decisiones erróneas o por las omisiones de hoy? Esta no es una pregunta retórica para lanzar al vacío. El costarricense cree en sí mismo, en su familia y hasta mira el futuro con relativo optimismo, mas desconfía de las instituciones públicas, de los políticos, de la política y hasta ha comenzado a perder su fe en el sistema democrático. En el desfiladero que nos ha conducido a otro siglo este es un fardo muy pesado. Si la carga no se aligera pronto, estaremos comprometiendo la gran obra de nuestros mayores que, en 1999, exhibimos en estas páginas con orgullo. Este compromiso se torna más difícil por el ritmo a que nos obligan, lo queramos o no, los tiempos actuales. La globalización proclama y exige, en última instancia, otra forma de actuar y de reaccionar.
Frente a este compromiso moral debemos empeñarnos de veras en modificar nuestra actitud. Es una cuestión de decencia, de dignidad y también de tiempo. Esos valores humanos se realizan en el tiempo, en este tiempo. Se trata, además, de buen juicio, de capacidad de discernimiento, de saber elegir y jerarquizar, pues no se puede pretender resolver todos los problemas de golpe. El ímpetu irracional reformador, propio de los dirigentes mesiánicos o de los ignorantes, es la mejor forma de no solucionar ninguno.
Temas pendientes
Elaboremos, entonces, una agenda de problemas o demandas nacionales concreta, coherente y factible. Esta es, además, una tarea fácil, por cuanto es el mismo inventario de las omisiones de estas décadas. La experiencia nos indica que estos grandes temas o desafíos son los siguientes: educación, inversión pública, ordenamiento fiscal, reforma política y calidad de vida, subdividida esta en seguridad ciudadana, pureza ambiental, defensa de la naturaleza y eficiencia de los servicios públicos.
No figuran aquí propuestas imaginativas o innovaciones seductoras e históricas, sino simples exigencias de la realidad cotidiana y de una visión de futuro apegada a nuestros hechos y posibilidades. Es el sustrato de pensamiento y de acción necesarios para comenzar a darle sentido y proyección, desde ahora, a este nuevo siglo. Estas demandas mínimas, pero esenciales, en un mundo globalizado, exigen, además, el complemento de una transformación en nuestra política exterior. No podemos vivir a espaldas del mundo y de la historia y tampoco debemos ser simples espectadores o escoltas de las decisiones de otros.
Una educación integral y de calidad, en conocimientos y en valores, constituye la condición primera del desarrollo; la inversión pública representa el vehículo material del progreso; el ordenamiento fiscal supone las reglas de juego básicas para avanzar en forma sostenida; la calidad de vida significa el reconocimiento de la razón de ser del desarrollo, el ser humano, y la reforma política pregona el procedimiento adecuado sin el que todo lo anterior y cualquier proyecto innovador pueden malograrse. En cuanto a nuestra política exterior, la experiencia del siglo XX nos muestra las lúgubres e irreversibles consecuencias de no actuar a tiempo, de no haber hablado a tiempo. Aquí tiene Costa Rica un campo de labranza ilimitado.
La verdadera fuerza
No poseemos los instrumentos del poder militar o económico para producir un cambio, pero sí tenemos una potencia superior -la fuerza de la palabra- para clamar, con presencia e insistencia, por el respeto a los derechos humanos, como condición de la paz y del desarrollo. No debemos temer tocar las puertas de los grandes y exigir el respeto a la dignidad humana de manera equitativa y universal. El cambio de siglo y de milenio es una buena oportunidad para pensar y actuar en grande.
Nuestro país pasó la prueba del error del milenio. Demostramos liderazgo, trabajo en equipo, previsión y talento. Actuamos así llevados del temor. Tenemos que actuar con ese espíritu a partir de ahora conducidos por los valores perennes de la libertad y de la solidaridad.
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