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Columna: Vida en la empresa

Dar sin darse es una forma incompleta de regalar

Cuesta pensar en regalos sin pensar en envolturas multicolores, adornadas con lazos de cintas brillantes ante los cuales se desata la fantasía y se acumula la expectación que caracteriza a las sorpresas. Hoy es época de regalos y de envolturas. Se pone esmero en la envoltura porque las cosas entran por los ojos.
El destino final de todo regalo es el corazón. Por eso sobra la envoltura y por eso los regalos más valiosos que recibimos no pueden envolverse. El mensaje tácito del regalo es afecto, apoyo, presencia, vínculo. Por eso dar sin darse es una forma incompleta de regalar.
Cuando damos un regalo, nos deshacemos de algo para crear goce en la otra persona. Pero también podemos ser creadores de gozo sin desprendernos de nada: los amigos se alertan sobre la información interesante que han visto. Quien nos recomienda un libro, aunque no nos dé el libro, ya nos hizo un regalo. El amigo que me alertó sobre una radiodifusora de solo jazz , me hizo un regalo. Lo mismo quien nos alerta sobre un artículo interesante o quien nos envía el pasaje ingenioso o edificante que ha "bajado" de Internet. La virtualidad abre nuevas posibilidades de dar.
Existe el regalo infinitesimal. Cuando confiamos en alguien vamos construyendo esa confianza a partir de pequeños actos, de pequeños contactos. No nos podemos regalar la lealtad o la confianza en un solo acto, sino que tenemos que irnos regalando mutuamente minutos de escucha, gestos de lealtad, chispas de generosidad.
El inventario de las circunstancias que simplemente nos mantienen en marcha o que contribuyen a nuestra felicidad: los niños que hay que sostener, la complejidad del trabajo que nos mantiene alerta, las chispas o las hogueras de ilusión que brotan en el alma.
Una cancioncita norteamericana recomienda que al dormir, mejor que contar ovejas, contemos las bendiciones que hemos recibido. Un regalo tiene un origen, tiene una intención. Generalmente, tanto el origen como la intención se encuentran en la colilla o en la tarjeta que los acompaña. Los dones, en cambio, son regalos de origen y de intención misteriosos. Se pueden comparar los regalos: un rompecabezas más completo, una bicicleta con mejores características, un juego electrónico con mayores opciones. Pero no tiene sentido comparar los dones porque son tan personales que en torno a ellos organizamos nuestra forma de vivir. La maestra sostiene una vida de enseñanza en torno a su gusto y su habilidad por enseñar. El científico la suya alrededor de su capacidad para admirarse de las cosas y a su tenacidad para estar siempre en marcha.
Estrictamente, para tener los dones de esa otra persona, tendríamos que ser esa persona; por eso, admirar esos dones es sensato, desear poseerlos no. Si un genio nos concediera todos los dones que quisiéramos tener, no podríamos vivir nuestras vidas, las cuales tienen sentido solamente porque nuestros dones son los que son.
En un poema Borges da gracias por el álgebra, "palacio de cristal"; y Violeta Parra, por el abecedario: "Con él las palabras que pienso y declaro: madre, amigo, hermano y luz alumbrando". Somos usuarios de bienes que estaban ahí cuando llegamos y sin los cuales nos veríamos obligados a invertir enormes cantidades de energía para vivir con solo una fracción del bienestar del cual disfrutamos. Cuando tenemos la certeza de que estas palabras podrán constituir comunicación entre nosotros, estamos haciendo uso de esa maravilla que es la lengua común. Lo mismo que cuando sabemos que a pesar de ser esta mañana un poco lenta y soñolienta, encontraremos en la tienda pan y leche, a pesar de que el trigo y las vacas están a gran distancia de donde estamos y a pesar de que la siega y el ordeño se hicieron hace tiempo.

  • POR Alvaro Cedeño
  • Economía
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