Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Don Rodolfo Cerdas, en su columna del 10 de marzo , "Iglesia y política", hace afirmaciones que pecan de extemporáneas pues, a estas alturas del caminar histórico, emprenderla contra la Iglesia y pretender asignarle un papel insignificante en la más liberalísima de las tradiciones es, aparte de inútil, inaceptable y fuera de lugar.
En la columna envía sin más a la Iglesia a la sacristía y parece asignarle una única y aséptica misión: dedicarse por completo a algún modo de fideísmo inocente. Nada de pensar, nada de hablar y menos aún ejercer el papel social que le toca.
Pues bien, resulta que no. Desde hace mucho las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política andan por rumbos bien distintos de los sugeridos por esa columna. Hoy la Iglesia, junto a reconocer la autonomía de las realidades creadas, no puede ni desea perder de vista su deber de facilitar que el quehacer político sea consecuente con la exigencia de promover una ética más humana y cristiana, sobre todo en aquellas realidades en que se dan condiciones que ponen en peligro el respeto de los derechos humanos o la salvación de las personas.
Un camino. Por 1971 se realizó el Sínodo para los Obispos en torno a un tema decisivo: La justicia en el mundo. Allí, obispos de todos los continentes y tradiciones llegaron a decir frases como estas: "Los miembros de la Iglesia, como miembros de la sociedad civil, tienen derecho y la obligación de buscar el bien común como los demás ciudadanos" (II, n.2). Y en otro momento dirían, con tono mucho más firme: "La acción a favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia..." (Intr.). Una enseñanza magisterial que parte del numeral 76 de la constitución conciliar Gaudium et Spes y que culmina con Puebla y Santo Domingo, sin obviar Ecclesia in America . Desde entonces lo normal será para la Iglesia y sus miembros el participar desde su ámbito propio y expresando cuando sea necesario, juicios morales en temas diversos incluyendo los políticos, sobre todo cuando lo exijan la promoción del bien común o la defensa de los derechos de las personas.
En esta línea se ha movido la Iglesia en los últimos decenios. ¿El costo? Muy alto. Hay muchos mártires aún por contar. Una actitud derivada de la coherencia que otros nunca se han animado a asumir.
Nuestra realidad. En el país la línea y la actitud no puede ni debe ser otra, sobre todo hoy. De aquí que se haya querido reaccionar y proceder con inteligencia y solidez. Así surgió la propuesta titulada Agenda Ciudadana, elaborada por la dirección del INEED y que se presentó a los candidatos mayoritarios de la primera ronda electoral, los cuales la refrendaron y asumieron. De cara a este compromiso libre de los candidatos es que se llegó a hablar de una labor contraladora de la Iglesia. Nunca se ha hecho referencia a las promesas electorales en general, como creativamente lo afirma el señor Cerdas.
Para terminar, una pregunta: ¿Cuál es la página negra de la historia costarricense en la que el papel subsidiario de la Iglesia de frente a los problemas del orden temporal ha sido atroz? Don Rodolfo no nos lo cuenta. ¿Será Thiel y su defensa del justo salario para los trabajadores, o Sanabria encendiendo la mecha de las reformas sociales de mediados del siglo pasado? Me parece que es una página que aún no es tal en el contexto de la historia de un pueblo que espera más de la Iglesia de lo que algunos están dispuestos a soportar.
(*) Presbítero
Este documento no posee notas.