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Triste bicentenario
El alzamiento negro de hace 200 años por la independencia de Haití fue tan salvaje que una de sus columnas marchó hacia el asalto de Cap François con un niño blanco ensartado en una pica a modo de estandarte.
La brutalidad de la administración colonial francesa y mulata fue pareja, pero impotente ante la fiereza de unas milicias de esclavos que ejecutaron a cabali- dad la arenga del héroe revolucionario Jean Jacques Dessalines: "¡Corten sus cabezas!, ¡quemen sus casas!".
La primera república negra de América festejó el jueves su nacimiento con un presidente, Jean-Bertrand Aristide, que debiera dolerse: la miseria hace estragos, el estado de derecho naufraga y la oposición lo tiene por corrupto y déspota.
El 1.° de enero de 1804, Dessalines proclamó la independencia de la porción francesa de la isla La Española. Al año se coronó emperador y 12 meses después fue asesinado. Hasta la invasión de Estados Unidos de 1915, se sucedieron 22 tiranos o autócratas negros, todos de caótica administración.
François Duvalier, Papa Doc , arrebató el poder en 1957 y la depredación de la saga familiar duró hasta 1986.
El tortuoso declive social, político y económico actual de Haití pasa casi desapercibido porque su influencia en la geopolítica mundial es casi nula, pero sus consecuencias son lacerantes en la mayoría de sus ocho millones de habitantes, míseros en el hacinamiento insalubre de Puerto Príncipe o sobrevivientes en su pobreza rural. El 5% de los habitantes lleva consigo el virus del VIH y 30.000 personas mueren anualmente de sida.
La violación de los derechos humanos y la libertad de expresión o de conciencia, la tortura, la impunidad, la corrupción y la violencia contra las mujeres son flagrantes, según Amnistía Internacional.
La cooperación internacional disminuye porque se malogra o roba. La república sufre un aislamiento no declarado desde las legislativas del 2000, sospechosas de haberse fraguado para que las ganara el partido de Aristide.
Haití perdió la confianza internacional y $500 millones en ayuda. La sublevación de hace dos siglos expulsó a los colonos franceses de su más rica plantación de azúcar, pero no supo traducirse en gobiernos de prosperidad y justicia.
Tampoco terminó el racismo porque, según un dicho, “un mulato pobre es un negro, y un negro rico, un mulato”. En las ceremonias del centenario, el entonces presidente, Rosalvo Bobo, instó a trabajar por un bicentenario de alegría, desarrollo e igualdad. No ha sido posible.
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