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En Copey de Dota, entre colinas prístinas, ríos serpenteantes y árboles danzantes, varios miembros de una familia ligada por siempre a la tierra han hecho realidad la comunión de los tres pilares del desarrollo sostenible: el social, el económico y el ambiental. En las mentes, los hombros y las manos de Roberto, Juan Bosco, Marcial, Bernardo y Pino Leiva Ureña, y con el apoyo invaluable de sus respectivas esposas y vástagos, han recogido la responsabilidad y la dirección certera de un negocio agrícola próspero, que, por más de 20 años, ha conjugado la satisfacción de las necesidades materiales de sus respectivas familias con la creación de oportunidades laborales para los vecinos de la zona y con la estabilidad ecológica de los recursos que emplean para la producción.
No podía esperarse otra actitud semejante de esos incansables trabajadores, cuya explicación de su tesón y fe en lo que hacen es el ejemplo de dura lucha heredada de su padre y madre, la solidaridad férrea entre esos hermanos, su devoción al Altísimo, el conocimiento técnico de sus labores, la capacitación en las artes del mercadeo y la comercialización, y su firme propósito de seguir vinculados a la tierra generosa, que les proporciona no solo los ingresos para su sostenimiento, sino los de muchas personas que han visto en los Leiva Ureña una fuente de empleo, por lo demás escaso en el área.
Hijos de la montaña. Los atributos empresariales y la organización desarrollada les han valido el reconocimiento y la premiación, por varios años, de parte de Hortifruti, su comprador, debido a la calidad de los productos que entrega y por la seriedad con que han asumido la relación comercial. Esto lo han logrado, a pesar del mal estado de los caminos que tuvieron y la incertidumbre de los precios con que a veces el mercado les sorprende. Estos hijos de la montaña, por otro lado, han contraído un compromiso con la naturaleza exquisita que los rodea, origen del excelente clima, de la abundante agua y de la alta productividad del suelo. Porque están conscientes de que sin agua no habría vida ni riqueza, destinaron 330 hectáreas del bosque circundante a la protección de los manantiales –e indirectamente de la fauna que alberga–. Al hacerlo así, amén de recibir incentivos financieros del Estado, también están claros de que contribuyen a fortalecer la reserva forestal Los Santos, territorio donde se ubica su propiedad, y de que con esa decisión están aportando un soplo de aire al refrescamiento del planeta. Pero también su sensibilidad ecológica se extiende al método de cultivo, controlando que el impacto ambiental por el uso de químicos y el tipo de labranza sea el menor posible.
Sin duda la simiente dejada por don Roberto Leiva y doña Alicia Ureña, los progenitores de aquellos labriegos y también de cuatro hijas más, germinó para orgullo y ejemplo de sus descendientes, quienes, continuando con la tradición agrícola, estoy seguro de que no defraudarán la visión depositada por ellos de que de la tierra se puede vivir, siempre que haya respeto a la creación.
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