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Les tengo que contar la escena más impactante de mi reciente viaje al Polo Sur.
No fue el chirrido nocturno de algún buque fantasma encallado en el estrecho de Magallanes, ni las caderas arrolladoras de Valeria Mazza o Giselle Bundchen contoneándose sobre las pasarelas de la moda y el glamour . Tampoco los espejismos milagrosos del desierto de Atacama, ni las noches de tango y arrabal en el viejo Buenos Aires.
Fue una escena más humana. Algo que toca, en lo más hondo, la realidad histórica de una sociedad enferma de creencias y prejuicios.
De golpe, la escena pudiera parecernos grotesca, pero, una vez digerida objetivamente por los sentidos, la racionalizamos y hasta la alabamos.
La escena, ocurrida en un pueblito rural de Perú, es tan rotunda como reveladora: una mesa repleta de penes erectos rodeada de muchachitas entre los 13 y 17 años y de varones de edades parecidas. Los pipís -que quede bien claro- no eran los de ellos, sino de plástico y, obviamente, fabricados en ese país pues de lo contrario no los hubieran hecho tan desmesurados. ¡Rajones que son los peruanos!
No se trata, por supuesto, de ninguna sesión pornográfica con menores de edad. Lejos de eso, bajo la erudita guía de la "niña" o maestra, las(os) estudiantes aprenden a poner el preservativo para, ante la inexorable realidad sexual humana, y que la Iglesia y sus fanáticos se empecinan en manipular, evitar sidas, hijos no deseados, delincuencia, sobrepoblación, abortos, hambre, droga, prostitución, pobreza...
¿Se imaginan por un instante esa misma escena en cualquier escuela o colegio de aquí?
En cambio, otras naciones, conscientes de lo que significa seguir dejándose influir por el dogma, la atadura o una iglesia sumida aún en la larga noche de los tiempos, han dado un paso al frente. China misma acaba de romper también con esos tabúes milenarios al difundir en los niños una historieta educativa sobre sexo y al permitir la publicidad abierta del preservativo.
Ha llegado, pues, la hora de desmitificar el sexo. La hora de acabar con la ceguera a que por siglos nos han sometido las religiones y los falsos profetas. La hora de admitir que somos seres intensamente sexuales, y que, para disfrutar a plenitud de ese privilegio natural con sensaciones tan sobrenaturales, hay que hacerlo con responsabilidad sin importar si la posición es la del misionero, la del carretillo o la catapulta.
Propongo, para empezar, el nombramiento de una ministra de la Almohada. Después, ya veremos.
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