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El sistema político costarricense se ha debatido entre la parálisis y el colapso en los últimos tres años. Los titulares de prensa han estado dominados por las denuncias de fraude en instituciones públicas emblemáticas y por el arresto de dos expresidentes; sin embargo, la crisis es más profunda y multifacética.
Los ejemplos abundan: un Poder Legislativo cuya obra sustantiva es casi nula; un poder ejecutivo sin iniciativa, visión, ni liderazgo; un Gobierno que ni gobier-na ni ejecuta obra, y una Sala Constitucional que intenta inútilmente llenar el vacío que así se genera.
Frente a esos hechos -y más que podríamos listar si el espacio lo permitiera-, los candidatos presidenciales de todos los partidos afrontan severos desafíos, pero tienen también una extraordinaria oportunidad cuando sus partidos elijan candidatos a diputado.
Vocación y proyecto. La oportunidad consiste en demostrar liderazgo del calibre que el país necesita frente a sus apremiantes circunstancias, lo que en el caso que nos ocupa significa capacidad de ofrecer una lista de candidatos a diputado que diga: aquí hay vocación de futuro y proyecto de país, talento y honradez, capacidad de renovarnos y de renovar la sociedad. Se dirá que, en estos tiempos, eso es mucho pedir. Respondo: es lo menos que podemos pedir.
Para lograrlo, sin embargo, los candidatos presidenciales deberán demostrar la capacidad de superar tres desafíos:
Primero, el desafío del escepticismo y el rechazo a la política. Muchos ciudadanos están alejados y asqueados de ella. Mucho poder de convicción tendrán que demostrar los candidatos presidenciales para convencerlos de que abandonen sus carreras, empresas, organizaciones y causas, para que sacrifiquen a sus familias y se dediquen por un tiempo a la política.
Segundo, el desafío de convencer -y vencer- a las estructuras partidarias que, acostumbradas a mirarse el ombligo o, peor aún, seducidas por el canto de sirena del poder, de seguro intentarán cerrar las puertas a todo el que no sea de sus filas, aunque tengan que hacerlo desde los lugares en que permanecen bajo arresto.
Con luz propia. Tercero, los candidatos tendrían que vencer la tentación de propiciar las aspiraciones diputadiles de quienes les ofrecen el servilismo de los mediocres, en vez de alentar a quienes pueden ofrecerles -a ellos y al país- la lealtad, inteligencia y principios propios de quien es grande y brilla con luz propia.
El PUSC, en un proceso que de nuevo ha demostrado las debilidades de su candidato presidencial, parece que dejó pasar esta oportunidad y trata de convencernos de que lo que hay que condenar son los supuestos excesos de la Fiscalía y no el saqueo organizado de las instituciones públicas.
El Libertario, que tantas esperanzas levantó hace algún tiempo entre la gente de derechas, se debate entre denuncias, despidos, amenazas y un candidato a quien, por lo visto, no le consta nada. Esto limita, pero no elimina, el espacio para la esperanza.
Los demás candidatos presidenciales -y sus partidos- aún están a tiempo de dar ejemplo de visión y grandeza.
Todos tienen aún la oportunidad de demostrar que son un puente hacia el futuro y no el último suspiro de una forma de hacer política sin más mérito que la nostalgia, la vanidad o la ambición.
Quien aproveche la oportunidad contribuirá a acelerar la renovación de la política nacional y nos permitirá abrigar, sin ingenuidad, la esperanza de que el esfuerzo de reconstrucción nacional y de integración de nuestra polarizada sociedad, que el país demanda con urgencia, será fructífero.
Quienes la desaprovechen, en cambio, se estarán condenando a la irrelevancia. Los vientos de renovación y esperanza, que más tarde o más temprano soplarán de nuevo sobre el acongojado terruño, olvidarán sus nombres y los de los partidos que alguna vez encabezaron.
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