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Escritor costarricense cuenta cómo lo perdió todo

Para La Nación
Houston. Escribo esto como una necesidad, un intenso y quizás egoísta impulso de compartir lo que estoy pasando, lo que miles de personas están pasando, aunque debo confesar que mi situación es mucho mejor que la de otros.
Me he quedado sin nada más allá del carro en el que huí de la ciudad y la poca ropa que puse en una maleta. En la ciudad quedó mi hogar, mi pequeño apartamento.
Quedó mi mundo de papel, desde las fotos de los momentos felices hasta los borradores de mis novelas, las copias de mi tesis y las de mis libros y libretas donde apuntaba la vida.
Quedaron mi ropa, mis discos, incluso un gato que el destino trajo hace poco más de una semana.
Hasta ayer (miércoles), el barrio donde vivo se había librado de la destrucción total.
Sin embargo, luego se supo que el dique que da al lago Pontchartrain finalmente cedió y el agua no parará de entrar hasta que el nivel en el lago y la ciudad sea el mismo.
El fin. Ese es el principio del fin. Mi mundo de papel se ha ido para siempre, probablemente todo mi mundo material en Nueva Orleans ha desaparecido.
Al menos puedo contarles que, con pocas excepciones, mi gente querida está a salvo, desparramada en varios estados. Eso me alegra, pues me quita dolor y preocupación de la espalda.
Los amigos que no se fueron eran en su mayoría gente mayor, para quienes dejar la ciudad era como morir. Algunos de ellos vivían en la misma casa donde nacieron; casas señoriales, decadentes, que habían resistido por décadas, incluso por más de un siglo, todo tipo de catástrofe natural y humana. De esas personas no sé nada.
Bajo las condiciones actuales, el nivel del agua puede durar meses sin bajar. Como casi toda la ciudad es de madera, ello significa la destrucción definitiva de un legado y de un sitio donde fui feliz.
¿Volver? Decía más arriba que salí de la ciudad con lo mínimo, rumbo a Houston. Aquí estoy en casa de una amiga, quien generosamente me ha acogido.
El día que salí de Nueva Orleans, pensé que regresaría a casa en un lapso de tres días. Ahora, la perspectiva optimista apunta a uno o dos meses. La pregunta es: ¿Para qué volver? ¿Qué voy a encontrar en un eventual retorno?
Si todo marcha de maravilla en un mes, más realistamente en dos meses, podría volver a una ciudad devastada, a los restos de lo que fueron mis pertenencias. O quizás sería simplemente volver a buscar a quienes se quedaron.
Tengo la vida suspendida. Estoy de paso en un lugar donde seguramente he de quedarme por un largo tiempo. Muchas certezas han desaparecido, pero sigo vivo. Y aunque a ratos lloro y no entiendo nada, sigo vivo.
Hace unos años, artículos en Time anunciaban que Nueva Orleans desaparecería en el lapso de un siglo. Como esas ciudades de la antigüedad, quedaría sumergida bajo el agua del lago. Ese momento ha llegado, muy pronto.

  • POR Uriel Quesada
  • Mundo
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