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Discurso del presidente electo, Óscar Arias Sánchez, con ocasión de la entrega de la credencial presidencial por parte del TSE.
Mañana 31 de marzo, el Tribunal Supremo de Elecciones me hará entrega de la credencial como presidente electo por los costarricenses para los próximos cuatro años. El Tribunal certificará en ese acto no la victoria de un candidato, ni de un partido, sino de toda una nación.
Las últimas semanas nos han recordado lo que nos une como costarricenses, lo que nos distingue de otros pueblos de la región y las razones profundas de la grandeza de este país. Hemos dado una lección de madurez democrática y debemos sentirnos orgullosos de ello. Hemos demostrado que nuestra democracia está hecha de material recio, que es una forma de vida y no solo un método para elegir gobernantes, y que no se construye con proclamas ni consignas, sino con el sereno metal de la paciencia, la tolerancia y el respeto a la ley. Hoy, más que nunca, me siento orgulloso de ser costarricense.
Quienes no me honraron con su apoyo han hecho oír su voz y eso me ayuda. Frente a ellos adquiero el compromiso de escuchar, de dialogar permanentemente con todos los grupos políticos y sociales, de mostrar humildad para rectificar cuando esté equivocado, de transigir cuando ello no comprometa mis convicciones ni el bienestar de los costarricenses. Frente a ellos adquiero el compromiso de atender las razones de su escepticismo.
Nada deseo más que emprender una discusión fructífera con quienes nos adversan, una discusión que enriquezca nuestra democracia, que señale nuevos rumbos y se conduzca siempre con respeto, por las vías institucionales y dentro del marco de la ley. Lo digo una vez más: la próxima administración será una casa de puertas abiertas para todos los costarricenses de buena fe. Frente a la oposición respetuosa, tendremos siempre voluntad para dialogar. Pero frente a la amenaza, tendremos firmeza. Y frente a la violencia, tendremos la ley.
Finalmente, les doy las gracias a quienes me apoyaron y, en especial, a los más humildes. Ellos me han brindado, una vez más, la oportunidad de servirlos. Su confianza me conmueve y me compromete.
Ante ellos he adquirido el sagrado deber de hacer lo humanamente posible por realizar lo que dije en campaña, condición esencial para que nuestro pueblo recupere la fe en sus líderes políticos. Nuestra gente no tolera más decepciones, ni palabras vacías, ni promesas lanzadas al viento.
El 5 de febrero el pueblo costarricense me entregó no solo la posibilidad, sino la responsabilidad de cumplir con los ocho compromisos que defendí a lo largo de la campaña, a saber: luchar contra la corrupción; combatir la pobreza y la desigualdad; integrar a Costa Rica al mundo para crear empleos de calidad; reformar el sistema educativo para ponerlo a tono con el siglo XXI; combatir la delincuencia y las drogas; poner en orden las prioridades del Estado; recuperar la infraestructura nacional; y ennoblecer nuestra política exterior. Ese es el mandato de la mayoría y no me apartaré de él.
Con humildad les pido a Dios y a la Virgen de los Ángeles que me den la sabiduría y la fortaleza para recorrer este camino. Con humildad les pido a los costarricenses que me ayuden a recorrerlo. Les pido que, como en la inolvidable frase de John F. Kennedy, cada día preguntemos no qué puede hacer nuestro país por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por nuestro país. Les pido que no olvidemos las lecciones de sabiduría que encierra nuestro pasado, lo que somos capaces de hacer cuando pensamos en grande y el inmenso privilegio que significa ser costarricense.
Asumo con ilusión el reto de servir a Costa Rica y el compromiso de honrar la confianza que me ha sido entregada. Voy a contribuir, con lo mejor de mi ser, a propiciar el renacimiento hermoso y vibrante de una nación reconciliada.
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