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Hay gran expectativa por los resultados de la nueva metodología para medir la inflación. El INEC revolucionó la vieja canasta de 1988 pues no incluía todos los bienes y servicios que hoy consumimos. De ahí la gran pregunta: ¿estará mejor medida según esta metodología?
Recuerdo la jocosa polémica entre la bella y talentosa periodista del canal 7, Michelle Mitchel (hoy secuestrada por don Óscar en casa presidencial), y un personero del INEC sobre el tamaño de las porciones en la canasta de los ticos. Michelle blandía pícaramente una desfasada lonja de salchichón alegando que, con ella, no satisfacía sus necesidades el ama de casa. Reclamaba, con razón, algo más actualizado. ¿Se sosegará, ahora, con la nueva metodología?
Ronulfo Jiménez, destacado economista, publicó en este diario tres artículos donde anticipa nuevos cuestionamientos. Además de educativos, destilan una picardía que no le conocíamos (parecen míos, hubiera dicho Enrique Benavides). En los hogares –dice– concebimos menos hijos. ¿Se nos olvidó –pregunto yo– cómo era la cosa? ¿Sucederá en la alcoba lo que nos pasó en el mundial? Quisiera pensar que gastamos más en preservativos, anticonceptivos y otros dispositivos, pero nuestra sociedad no se ha vuelto más frívola (ni frígida).
Hay más adultos (y adúlteros); gastamos menos en comida, pero somos más glotones; la sumisa ama de casa se conforma con productos tradicionales (huevos, salchichón), pero la que labora fuera devora literalmente los "casados"; los hombres también buscan el pollito y la empanada fuera del hogar (palabras textuales); salió el hígado de la canasta (por dicha, sabía horrible), pero entraron el automóvil y la computadora. Ahora, el whisky acompaña al guarito generoso en la dieta familiar. Mas el mayor cambio es en servicios. Se nos va el ingreso en gimnasios, salones, Internet, educación y viajes de recreo, pero olvidaron el “más principal”, servido por las devotas (y de botas) de la más vieja profesión.
¿Por qué excluir las urgencias del varón (y la mujer) en edad de merecer? Las necesidades han cambiado. Nos hemos vuelto más sofisticados y perversos. Bebemos y comemos al calor de la leña de otro hogar y nos gusta pasarla bien. Pero surgen nuevas interrogantes: ¿dónde trazar la línea de pobreza? Para medirla, según Ronulfo, se usa una canasta diferente, más limitada. Yo le pregunto: ¿debería incluir otras necesidades? ¿Será más pobre quien puede comer y vestir, pero no le alcanza para el amorcito relajante del sábado por la noche? En sus noches de soledad (o regocijo) quizás los pobres piensen que su canasta se debería, también, redefinir.
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