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La parca joven

Me ofrecí a dejar constancia y respeto frente a dos promesas truncadas

Que el amigo Alfredo Levy ha fallecido, lo lamento. De paso, donde quiera que esté, le informo que yo, sin ser monje, hace rato "vendí mi BMW" y soy feliz. Pero que la parca se ensañe con jóvenes de menos de 40 años, para uno no deja de tener resonancia injusta. Recuerdo todavía, de hace décadas, el caso de dos promesas teatrales: Jorge Valldeperas y Rosita Zúñiga. Dos casos más recientes, en este sentido, evidencian la sabiduría popular: para morir, ¡solo hace falta estar vivo! Reflejaron vidas de las más opuestas, pero coincidentes en lo ejemplar y en el final prematuro, trágico.
Ella, segada su vida a los 27 años, biológicamente podía haber sido mi hija, la que faltó entre dos varones. Pero Stacy era de raza negra y la conocí solo por algo más de un año, al darle posada. Originaria de Jamaica, otro país subdesarrollado, detrás de la carita de relativa pobreza y pocos afanes intelectuales, escondía una educación más allá de los pupitres, con sello de colonia británica. Esmerada en el vestir y el hablar, con la Biblia y un buen diccionario en la mesita de noche, también era una sonrisa ambulante: que se haya ahogado repentinamente en la fatal playa de Jacó, todo su entorno laboral y circunstancial lo resintió como una tremenda pérdida. Hasta Marley está triste.
Él, Rodolfo, murió en un accidente automovilístico, hace dos años, cuando tenía 38. Desde entonces sus nobles progenitores, Miguel Acuña y Virginia Sánchez, le celebran con devoción peculiar el aniversario del “día de su partida (…) al espacio infinito”, como premonitoriamente lo describió el inmolado, en una poesía. El año pasado, en torno a una celebración religiosa en Don Bosco, le publicaron una semblanza biográfica. Este año, su padre entregó Reflexiones intempestivas, como quien dice, la “revancha” del hijo: son más de cien páginas en letra menuda, condensaciones escritas, diálogos consigo mismo, Diario, no de la niña Ana Frank, sino de un joven adulto, en plena madurez reflexiva gracias a tantísimas lecturas (la Biblia, Kant, Chopra, Baudelaire,…), conferencias valiosas, además de viajes inteligentes. Sus títulos o capítulos: “amor”, “amistad”, “la muerte”, “utopía”, etc. dan cuenta de una madurez inusual. Su estilo, ¿me atreveré a calificarlo de “jaikú ensayístico”?
No acostumbro hacer reseñas sin más, porque en este contexto tan pequeño en que nos movemos, se presta al servilismo. Sin embargo, confieso que, así como la desaparición de Stacy me impresionó, por su profundidad me impactaron los escritos de Rodolfo. Hay esperanza joven. Para ambos, vale lo que él ponderó: “el proceso vital es tan débil que basta un golpe, una descarga eléctrica, un disparo, un veneno, una herida, un susto… para que se interrumpa el fenómeno que llamamos vida”. Por eso mismo, yo me ofrecí a dejar constancia y respeto frente a esas dos promesas truncadas.

  • POR Víctor Valembois
  • Opinión
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