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El costarricense tiende a olvidarse de sus semejantes y busca tan solo ocuparse de sus intereses personales, de unas ambiciones materiales que no sacian las aspiraciones supremas del corazón. Es indispensable el bienestar, pero aunado al reparto de los bienes: que unos y otros los posean y disfruten.
Esto no se logra únicamente por disposición constitucional (artículo 50), sino por algo tan sutil como esa vitamina de amor y paz que los abuelos les comunican a sus nietos. Son ellos quienes mejor reparten una fraternidad no impositiva; es decir, un amor de amistad.
Patología social. La ausencia de fraternidad es una de las más connotadas carencias de nuestra sociedad. Buena parte de esta ausencia de hermandad y de responsabilidad social se encuentra en alguno de esos males de todos conocidos, como las aceras rotas y la abundancia de huecos en las calles, la basura tirada por todas partes, la negativa al tratamiento de las aguas negras, la contaminación de mantos acuíferos, el exceso de leyes y de burocracia, el hambre y los tugurios, la sustitución del pensar por el sentir, la anticultura de la pornografía, el peculado y la malversación de fondos públicos, el asalto a mano armada y la inseguridad ciudadana, la delincuencia y la violencia generalizadas, el comercio y consumo de drogas, la lentitud legislativa y la ineficacia municipal, el circo romano de los accidentes automovilísticos, los abusos y amenazas de los sindicatos, el temor a la innovación en vez de abrir horizontes, y todo ese enjambre de patología social que también haría las delicias de un tirano.
Ciertamente, un tirano pondría en cintura al país, pero perderíamos la libertad, si no la hemos perdido ya en ese despeñadero de males. No rompamos el país en mil pedazos. Se necesita una férrea voluntad de cambio y también la atención prioritaria del llamado "cuarto mundo", el del subdesarrollo moral de esta sociedad enferma, para alcanzar que estas personas vivan como seres humanos.
Luchemos juntos por el bien social y por recomponer la unidad del país. A todos nos concierne, ineludiblemente, el resurgimiento de la nación. Nadie vive aislado. Cuán grato sería repetir con Antonio Machado: “confiemos en que no es verdad nada de lo que sabemos”. Conviene pensar seriamente en cómo hacer vivible la vida colectiva. Conservemos el tesoro de la paz social.
Nuevo clima. Podemos cultivar una fraternidad humana que se traduzca en cumplimiento del deber y en la creación de oportunidades de trabajo para los más necesitados. Ella propicia la remoción de obstáculos y la creación de un nuevo clima humano. El tiempo es propicio. El mensaje político actual así se lo propone y así lo espera de todos para bien de Costa Rica. Como canta el poeta José Hierro, “soles brillarán en cielos nuevos”. Y, si se comparte todo lo bueno e ideales, afanes, luchas y alegrías, sobreviene el anticipo de la felicidad que nos espera.
Por desgracia, el costarricense se ha atrincherado en los negocios, que ojalá lleve con éxito, rectitud moral y justicia, y ha puesto lejos el potencial del mundo invisible, eje de la existencia, como el amor, la razón, la verdad y el pensamiento, la libertad, la solidaridad, la generosidad y el sentido trascendente de la vida, y la apertura a la riqueza imperecedera de los bienes espirituales.
Se ha caído muy hondo. Volvamos a enrumbarnos. Alcemos vuelo. Y recordemos estas sabias palabras: “El hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada”.
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