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El 11 de setiembre está grabado en nuestras memorias como el día en que el mundo se transformó. Lo hizo, y su legado todavía puede hacerlo. El 11 de setiembre del 2001, los 34 miembros activos de la Organización de Estados Americanos (OEA) se reunieron en Lima, Perú, y adoptaron la Carta Democrática Interamericana. Este documento declara que "los habitantes de las Américas tienen derecho a la democracia y sus gobiernos tienen la obligación de promoverla y defenderla".
La Carta establece una visión integrada de la esencia de la importancia de la democracia en la región y por una buena razón. La democracia es el único sistema de gobierno que, a lo largo del tiempo, ha provisto de una mejor vida y futuro para sus ciudadanos. Las sociedades democráticas han hecho más por el avance de la paz, salud y prosperidad, que cualquier otro sistema en la historia del mundo.
Los elementos esenciales de la democracia, identificados en la Carta y con los que los países latinoamericanos se comprometieron a defender aquel día, incluyen el respeto de los derechos humanos y libertades fundamentales, elecciones libres y justas, y la transparencia y rendición de cuentas en las instituciones gubernamentales y quienes las dirigen.
Costa Rica posee una larga historia de adhesión a estos principios y sus ciudadanos han prosperado más que aquellos que se han desviado de estos principios democráticos fundamentales. Costa Rica sigue siendo un ejemplo de paz y prosperidad, producto de un estable país democrático. En contraste, los países latinoamericanos que han girado hacia el autoritarismo o dictaduras populistas han sufrido mucho.
El 11 de setiembre de 2001, en el preciso momento en que se realizaba la reunión en Lima, un grupo de terroristas fanáticos estrellaron dos aviones contra el Centro Mundial de Comercio, acto en el que murieron casi tres mil inocentes de 90 diferentes nacionalidades. Este horrendo crimen contra la humanidad se cometió en la creencia de que la democracia y libertad individual estorbaban en su camino de totalitarismo religioso que estos terroristas deseaban imponer en el mundo.
La muerte y la destrucción, causadas por su locura ideológica en estos años pasados es atemorizante y repulsiva. Infantes, niños, recién casados, creyentes en mezquitas, turistas en vacaciones, maestros, bomberos, doctores y enfermeras, y un sinnúmero de otros inocentes fueron masacrados en esta batalla ideológica de poder. Su visión demente es la antítesis de paz y libertad con las que las naciones de este hemisferio se comprometieron el 11 de setiembre del 2001.
El totalitarismo religioso, cultos de personalidad y dictadores son tan viejos como la historia. Y la historia nos enseña que estos nunca lograron mejorar las vidas de los ciudadanos que viven bajo estos sistemas de poder. Solo la democracia ha conseguido brindar paz, prosperidad y justicia sostenible a los habitantes de este mundo.
Un mundo libre y democrático es un noble ideal, uno por el que vale la pena luchar.
En este importante quinto aniversario, cuando recordamos y rendimos tributo a las víctimas del terrorismo, les pido también que tengamos presente los ideales de democracia y derechos humanos adoptados por casi todos los países en las Américas, en Lima, Perú.
En el mismo momento en que 19 hombres quisieron alterar el mundo al destruir símbolos de democracia y libertad, 34 naciones latinoamericanas se comprometieron a cambiar el orbe por medio del fortalecimiento de la democracia. Consagrémonos a alimentar y fortalecer la democracia en esta región y en el mundo.
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