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El TLC y la resistencia al cambio

Hay productos "protegidos" que enriquecen a unos y empobrecen a la mayoría

El proceso evolutivo de la humanidad lleva cambio continuo, de allí la famosa frase "lo único constante es el cambio". La historia del desarrollo económico también implica cambio continuo. Miles de años pasaron para que la humanidad superara la agricultura de autoconsumo, cientos de años para alcanzar la era industrial y décadas para que el sector servicios asumiera papel protagónico en las economías modernas. Hoy se estima que el conocimiento humano se duplica en menos de 3 años, y cambia continuamente la forma en que vivimos.
La importancia relativa de los sectores va cambiando a lo largo de los años; el sector primario (agricultura) va cediendo al secundario (industria) y este, al terciario (servicios). Los cambios también se dan dentro de los mismos sectores, las mejoras tecnológicas y los cambios en los gustos y preferencias de las personas promueven dichos cambios.
De viejo cuño. La resistencia al cambio es tan antigua como la historia misma. Cuenta precisamente Platón, en el Fedro, que cuando Hermes inventó la escritura y se la presentó al faraón, le explicó que serviría para que los hombres puedan recordar cosas que de otra manera olvidarían. El faraón se mostró en desacuerdo y dijo que la memoria es un don que necesita ser ejercitado y, si tal invento permitía prescindir de ella, la memoria se iría perdiendo. La misma imprenta de Gutenberg generó tres corrientes de oposición: los que se negaban a difundir los conocimientos religiosos por temor a perder exclusividad, los que temían que algunos perdieran su tiempo aprendiendo a leer y leyendo en vez de dedicarse a trabajar, y los copistas y lectores que se fueron quedando sin trabajo.
Quienes vivieron el advenimiento de las computadoras personales en la década de 1980 recordarán seguramente múltiples historias de terror sobre cómo las máquinas iban a sustituir al hombre generando millones de desplazados, hambrunas y hasta el fin de la Humanidad.
Igual, los detractores del TLC se concentran en señalar los supuestos aspectos negativos de los cambios que se provocan en el proceso de integración a la economía global y, por supuesto, dejan de lado los aspectos favorables y, sobre todo, la testaruda realidad. La evidencia empírica muestra que el grupo de países que sistemáticamente han apostado por la modernidad a través de los años, por mercados más abiertos y competitivos, por la mejora sus instituciones –entre ellas el marco legal– y por la integración más acelerada a la economía mundial, son países cuyas tasa de crecimiento son más aceleradas y poseen ingresos per cápita más altos, niveles de desempleo menores, niveles de pobreza más bajos y, en fin, un desarrollo humano mucho más alto (calculado por el PNUD).
Paso a la modernidad. Es importante no obstaculizar el proceso de cambio natural de la economía. Hay que dejar de “proteger” (mediante obstáculos al libre comercio) productos que enriquecen a unos cuantos y que empobrecen a la mayoría; hay que permitir que se pierdan malos empleos para que se generen más puestos de trabajo que estén mejor remunerados; hay que dejar de lado el estatus quo paralizante y dar paso a la modernidad.
Así como la escritura no reemplaza al pensamiento, sino más bien lo provoca; así como la imprenta no diluye el conocimiento sino más bien lo expande; así como las PC no destruyen empleos sino más bien los hacen más productivos; así la integración a la economía mundial no genera pobreza y desolación, más bien genera múltiples oportunidades para mejorar, sustancialmente, el nivel de vida de millones de personas.

  • POR Juan Ricardo Fernández R.
  • Opinión
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