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En su visita al país, el escritor Sergio Ramírez Mercado (Masatepe, Nicaragua, 1942) confesó que su nuevo libro de relatos El reino animal es una obra de ruptura con su propia literatura, con el fin de evitar convertirse en lo que más le "aterroriza": un autor previsible.
Él también dijo que esa obra, en que narra historias de animales y de niños con nombres de animales, sirve de espejo para el ser humano y la sociedad.
El exvicepresidente de Nicaragua y autor de Castigo divino y Margarita, está linda la mar presentó sus relatos anoche en la librería Internacional y hoy lo hará en la librería Lehmann.
Con claridad y pasión, Ramírez conversó ayer con La Nación acerca de su nuevo libro, su labor como cuentista y un proyecto de novela pendiente. A continuación un extracto de la entrevista:
¿Por qué usó la fábula en este libro de relatos?
Primero, porque tenía una vieja deuda con mi infancia, con los viejos álbumes de animales, especialmente con uno que se llamaba El reino animal. Segundo, quería hacer un libro de ruptura con mi propia escritura: siempre me aterra ser un escritor previsible y me encontré esta ventana nueva a la cual asomarme. Tercero, soy un siervo de la crónica periodística, de la nota singular y de la nota roja; si los animales se mencionan en una nota periodística, es por algo muy singular.
“Estos factores me devuelven a la tradición de los bestiarios, de las fábulas y de la curiosidad con que la literatura antigua –griega o latina– describía a los animales con mucho de imaginación”.
¿Pretenden estos cuentos sobre animales ser un espejo de la sociedad actual?
No hay libros sobre animales propiamente ni sobre paisajes ni sobre ciudades: hay libros sobre seres humanos. Incluso, cuando uno lee las Crónicas marcianas , de Ray Bradbury, no hay marcianos, sino seres humanos: seres con pasiones, con celos, envidia, amor, odio… Uno tiene que suponer en el alma del animal curiosidad por los seres humanos, distancia, risa, ironía; sin embargo, todos son supuestos con que trabaja la literatura y todos son espejos del ser humano y de la sociedad.
Este libro muestra el desequilibrio entre el hombre y la naturaleza. En su caso, ¿cómo fue que este tema permeó su literatura?
No me quiero llamar un conservacionista ni un ecologista. Uno recibe todos los días información acerca de la destrucción de la naturaleza, el desequilibrio cada vez mayor entre los que habitamos el reino animal. En las calles de Managua y bajo el sol a uno le llegan a ofrecer a la ventanilla del automóvil monos, lapas, loras y otros animalitos que deberían estar en su hábitat. Es como que a alguien lo saquen de su casa a la fuerza, lo dejen al descampado –bajo el sol y la lluvia– y, además, lo hagan prisionero. Este tipo de situaciones son en las que uno ve reflejado el destino de los seres humanos.
“Por otro lado, está la preocupación por los niños de la calle, que son parte de este universo literario. Son historias que no tienen que ver con animales, sino con niños con nombre de animales”.
Muchos de estos relatos nacieron de noticias. ¿Qué característica tiene que tener una historia periodística para que usted la convierta en pieza literaria?
Que despierte mi curiosidad por lo singular. No el tigre en la jaula sino el tigre en un edificio multifamiliar en pleno Manhathan, o la elefanta que es electrocutada para pagar su delito de matar al domador que le quiso dar de comer un cigarrillo encendido.
¿Por qué escogió la ironía y el humor como armas para develar la realidad social?
Historias como estas pueden resultar demasiado melosas o demasiado lacrimógenas sin la intervención del humor. Siempre el humor es un antídoto contra cualquier exceso en la literatura.
¿Cómo se emparentan y se diferencian estos relatos de sus cuentos anteriores?
Mi último libro de cuentos fue Catalina y Catalina y el parentesco que tienen es la nota periodística. Sin embargo, a diferencia de Catalina y Catalina, en este libro sí uso el estilo del relato periodístico: las notas cortas, la entrevista de televisión, la crónica. Al fin y al cabo, uno como escritor está informando al lector de algo que no sabe. El escritor sale a la calle por las mismas razones que el periodista: para encontrar aquello que vale la pena pasar a lo impreso.
¿Por qué usted le ha sido fiel a los relatos, aunque también escribe novela?
Porque me formé como cuentista y es una prueba de fuerza volver a probarme en el relato corto, que no es ningún género subalterno de la novela. También porque creo que mucho de lo que llega a mi oído y vista solo se puede resolver a través de un relato.
¿Escribir cuentos es una especie de ejercicio de rebeldía?
Sí. El cuento debe tener un lugar en las editoriales a la par de las novelas. Además, hay que impulsar a los jóvenes a probarse en el cuento. Creo que muchos jóvenes con talento comienzan con la ambición de escribir una gran novela, pero eso no es fácil. Si a mí me pregunta, yo le diría al joven: “Prueba el cuento porque es un buen ejercicio de estilo, de lenguaje, de moverse en las paredes estrechas de una historia corta”. Es un buen entrenamiento.
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