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El siglo XXI es el inicio de la era del conocimiento. Dentro de poco, el dominio del saber será el principal factor del desarrollo de cualquier nación, lo que, sin duda, fortalece el valor que va adquiriendo a diario la educación, la llave para el desarrollo de las sociedades. Hoy se presenta una oportunidad única al Gobierno para que relance la educación costarricense y la redirija al norte al que apunta la nueva era del conocimiento.
En los últimos años el sistema educativo ha decaído notoriamente, se ha vuelto muy débil y vulnerable. Hoy los estudiantes trabajan con un modelo muy uniforme, poco flexible y lleno de inequidades. Además, la brecha entre la educación del Estado y la de las instituciones privadas crece más conforme pasa el tiempo.
Es necesario hacer desde este mismo momento un replanteamiento de los objetivos. Se necesita adoptar, definitivamente, una nueva forma de enseñar, orientada hacia las necesidades del mundo actual y que promueva una robusta enseñanza del inglés y las matemáticas, herramientas ya de por sí indispensables. Las escuelas y colegios necesitan con urgencia un enriquecimiento en metodologías y técnicas didácticas, la ampliación en el uso de nuevas tecnologías y, para mí el aspecto más importante, la promoción de la criticidad y la creatividad del estudiante, elementos ausentes en el rígido sistema actual.
Transformación. La labor docente debe reforzarse. Es responsabilidad de los maestros transformar las aulas en verdaderos centros de conocimiento y aplicar técnicas eficaces que incentiven a los estudiantes, que les despierte inquietudes y que los haga autodidactas al mismo tiempo. Es vital ampliar el acceso a la Internet a todos los centros educativos, e introducir todos los medios tecnológicos a las aulas; eso es, acceso a las tecnologías de información (TI). Todo lo anterior debe, por supuesto, complementarse con políticas que estimulen a invertir en educación y la participación activa de todos los gremios, desde la empresa privada hasta las universidades estatales.
Ya es hora de que la educación que recibe el costarricense amplíe sus fronteras y se convierta en un sistema trascendental, que vaya más allá de la faena de enseñar y que esté dotada de visiones claras y objetivas. Una eventual reforma educativa requerirá un proceso de reinvención, de planificación sistemática, de una buena administración de los recursos y, sobre todo, un compromiso por parte de todos los sectores de la sociedad. Solo así podremos convertir al país en una nación más preparada para competir en una era en la que el desarrollo de las naciones dependerá, fundamentalmente, de la capacidad de generación y aplicación del conocimiento por su sociedad.
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