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El 15 de setiembre del 2003 Ana Lucrecia Jiménez Fallas fue la primera paciente adulta que recibió un trasplante de hígado en Costa Rica.
Hoy, con 23 años y cursando la carrera de Educación Preescolar, Jiménez reconoce que después de la cirugía lleva una vida normal y se declara "feliz".
“Me enfermé desde los 15 años, estuve en tratamiento durante cinco años y recibía medicina alternativa. Al tiempo, como a los tres años, le dijeron a mis papás que buscaran ayuda porque era candidata a un trasplante”, dijo.
La situación de la estudiante empeoró en junio del 2003, cuando los médicos le pronosticaron solo dos meses de vida.
En esa época su hígado ya no funcionaba, tenía los pies hinchados y pasaba muy cansada. Su estómago empezó a retener líquidos, al igual que sus pulmones.
Ayer, relajada en su casa de Pérez Zeledón, la joven recordó que hace tres años su estómago era tan grande que en una ocasión una señora le preguntó cuántos días le faltaban para dar a luz.
Esperanza. En setiembre del 2003 apareció un donador cadavérico cuyo hígado era compatible con el organismo de la joven
“El 15 de setiembre entré al quirófano a las 10 p. m. y salí el otro día a las 11 a. m., fueron 13 horas. Salí de la cirugía y convulsioné, por eso me dejaron ocho días más en el hospital”, contó.
La recuperación incluyó tres meses de aislamiento y dieta con comida recién preparada y agua embotellada. Tomaba 48 medicamentos diarios.
Dejó los estudios durante unos meses, pero aprovechaba el reposo en casa para leer los libros con una mascarilla que la protegía de los gérmenes.
Ahora puede hacer casi de todo. Eso sí, no se puede bañar en piscinas, ni andar en bicicleta y debe tomar un medicamento específico de por vida.
Ana Lucrecia asegura que el problema de los trasplantes no es la falta de donadores, sino la dificultad para encontrar espacio y médicos en los hospitales.
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