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El socialismo sueco y don Pepe

La justa distribución de la riqueza requiere gobiernos democráticos y honestos

Durante 1969, por primera y única vez, participé de lleno en la campaña político-electoral para elegir a don Pepe presidente constitucional por segunda vez.
Dos condiciones facilitaron enormemente que él y yo sintiéramos empatía sin ningún tropiezo desde el comienzo de la campaña. La primera era precisamente la vieja y entrañable amistad entre don Mariano Figueres, padre de don Pepe, y mi padre, el doctor José Corvetti. Tanto así que mi hermana y yo fuimos traídos al mundo por don Mariano en su condición de médico obstetra. Años después, la conocida Clínica Figueres pasó a ser propiedad de mi padre.
La segunda condición facilitadora del acercamiento fue el hecho de ser yo el organizador de varias reuniones políticas fuera del área metropolitana, lo que me obligaba (con mucho gusto) a recoger a don Pepe en su casa para viajar en mi carro al lugar de los mítines con una o dos personas más en el vehículo, algunas veces solo él y yo.
Gran parte de las conversaciones de don Pepe durante esos viajes, algunos muy distantes de Curridabat, versaban sobre el socialismo tipo socialdemócrata en Suecia, el cual él admiraba profundamente y soñaba con implantarlo en Costa Rica desde la presidencia.
Duras condiciones. Vale la pena mencionar algunos aspectos del socialismo a la sueca. Fue en 1920 cuando el Rey, obligado por el resultado de las elecciones generales, pidió al líder del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores Karl Hjalmar Branting formar el gobierno con él como primer ministro, pero con las siguientes condiciones: no al socialismo, no al desarme y no a cambios constitucionales. Para un partido de oposición que había demandado bajar los gastos de defensa para financiar los programados gastos sociales y proclamar una república, las condiciones de rey eran muy duras de aceptar, pero Branting, más hombre de Estado que simple político, logró formar un gabinete de coalición y olvidarse de flirtear con el pensamiento marxista. Así comenzó la larga era de un nuevo partido cuya duración en el poder no ha tenido igual en el mundo democrático.
La coalición se logró con cuatro partidos democráticos: los conservadores, los liberales, el de los campesinos y los socialistas. A partir del final de la Segunda Guerra Mundial, los socialdemócratas ya gozaban de suficiente poder en el Parlamento para dar comienzo a la transformación de Suecia. Uno de sus grandes líderes socialdemócratas, Tage Erlander, se mantuvo en el cargo de primer ministro durante 23 años a partir de 1946. Durante ese largo período, la prosperidad de Suecia era tan alta como sus impuestos para otorgar a los habitantes seguridad social desde la cuna hasta la tumba, sin necesidad de dictaduras marxistas. Durante los gobiernos con Erlander como primer ministro, Suecia alcanzó la cúspide del Estado benefactor.
Claro, las ideas socialistas del Estado benefactor solo son aplicables exitosamente si se dispone de un cómodo superávit presupuestal y de gobiernos democráticos y honestos para asegurar la justicia en la distribución de la riqueza.
Aumento y escasez. El Estado benefactor sueco comenzó a hacer aguas cuando, después de décadas, las aspiraciones populares aumentaban sostenidamente y los medios financieros y económicos disponibles comenzaron a escasear.
En los países donde el superávit es débil o inexistente, los trabajadores, especialmente en una economía colectivista, son los más vulnerables a la explotación de las élites económicas y políticas, como fue el caso de la Unión Soviética, considerada "el primer Estado socialista del mundo", pero en la realidad no era verdaderamente socialista ni en espíritu ni en la práctica.
Ya en la época de don Pepe, hace 35 años, era evidente que las abismales diferencias entre las poblaciones escandinavas, educadas, cultas, honestas y eficientísimas en el trabajo, y las ubicadas geográficamente en el trópico, como Costa Rica, no tenían cabida en el pensamiento de Figueres Ferrer. De allí podría deducirse que las políticas sociales de nuestro país hayan terminado en un rotundo fracaso. Sin educación y honestidad todo tipo de política está condenada al fracaso. Si a esta realidad le agregamos la presencia actual de un sindicalismo usurpador que las quiere todas con el mínimo esfuerzo, los nubarrones que se observan en el horizonte presagian violentas borrascas, quizá más temprano que tarde.

  • POR Julio Corvetti
  • Opinión
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