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Es más que pertinente hacer una reflexión acerca de las reacciones hacia el discurso papal en Ratisbona desde los mismos presupuestos de este, ya que la realidad que hoy presenciamos tiene que ver directamente con algunas consideraciones relevantes dentro del mismo documento. En efecto, uno de los argumentos esenciales del Papa es que el encuentro entre la fe judía y el interrogarse griego ha traído un avance en la comprensión de la revelación de Dios. Sin embargo, no hay que excluir que la fe agrega un conocimiento que no puede ser inmediatamente comprendido desde esfuerzos racionales: la razón del actuar divino es el amor. Es posible, entonces, mantener que existe una lógica entre el actuar de Dios y la manifestación de su voluntad en todo lo que nos rodea, a la que se le llama verdad.
A estas consideraciones fundamentales, el Papa añade una crítica al pensamiento kantiano (que encajonaba la capacidad de la teología solo al ámbito de la razón práctica), a la teología liberal de los siglos XIX y XX (que limitaba la razón teológica a los postulados de la ciencia moderna de cuño positivista) y la pretensión de comprender el encuentro entre el helenismo y el cristianismo primitivo solo como una primera inculturación de este último. Para el Papa existe una racionalidad, más englobante que el cientificismo, a la que el ser humano debe fidelidad, si es que no quiere ir en contra de la misma naturaleza divina.
Debate occidental. Se destaca, empero, la reacción de los grupos islámicos. El discurso papal no tiene como punto de referencia al islam, más bien se centraba en un debate teológico fundamentalmente occidental. ¿Por qué este malentendido? La razón es que el mundo cada vez más es un espacio multicultural y eso quiere decir que no siempre una forma de razonamiento puede ser comprendida desde unos parámetros lógicos determinados. La racionalidad no es eminentemente filosófica, sino que es un producto cultural. Se podría argüir que la intolerancia se debe a un prejuicio ideológico, pero en realidad nos encontramos con maneras de razonar muy diversas, esto es lo que provoca el conflicto.
El fenómeno religioso determina una racionalidad diferente. El Papa lo subrayaba al hablar del carácter analógico de la teología. Pero la manera en que esa realidad racional nueva debe ser expresada, no es algo fijo e inequívoco. Así como Benedicto XVI incluyó en su discurso una crítica al pensamiento de Duns Scoto, de la misma manera sus presupuestos son parte de una polémica teológica que está lejos de resolverse.
Y esto porque todavía tenemos la tarea pendiente de crear un lenguaje común que permita el encuentro entre diversas culturas de manera armoniosa. La más clara manifestación del intelecto humano, la expresión cultural, sigue siendo la mayor causa de división. Pero, paradójicamente, es precisamente en su centro donde podremos encontrar el sentido más universal para la mutua comprensión. Por eso el pensamiento teológico, sin caer por ello en el relativismo, tan de moda en nuestra época, tiene que ensanchar sus horizontes. Y tal vez la única manera de hacerlo sea preguntándose por el ser humano concreto, de carne y hueso, que expresa sus pensamientos, emociones y anhelos de manera cultural. Este compromiso lleva a la necesidad de comprender los signos que crea para comunicarse. ¿No es eso lo que el mismo Dios ha hecho al hablar a la manera humana y en lenguaje humano (cf. Dei Verbum 12)?
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