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Dos flamantes diputadas liberacionistas formaron filas junto al compañero diputado sobre el que corrían rumores de haber incurrido en un supuesto acoso sexual laboral.
Las mismas que desgarraron sus vestiduras porque otra diputada –joven, linda e inexperta– tuvo "la osadía y el sacrilegio" de posar en el salón de expresidentes, ahora archivan sus discursos moralistas para defender al compañero “cariñoso y efusivo”.
El rumor se convirtió luego en denuncia, gracias a la valentía de la supuesta acosada, para quien un beso forzado, una invitación a olvidar su estado civil durante unas horas y la permanente presión de mantener su trabajo a costa de “portarse bien”, no le parecen muestras de cariño ni de efusividad.
No me corresponde juzgar y condenar públicamente al implicado. Pero sí creo necesario valorar la posición de las dos legisladoras, quienes de buenas a primeras, sin más argumento que la conocida sonrisa y los abrazos efusivos del señor diputado, decidieron librarlo de toda sospecha.
Cruel secuela. Con esa actitud no solo respaldaron sin evidencia una posible afrenta contra el género del que son parte, sino que forzaron una de las más crueles secuelas del acoso sexual: la ofendida pasó a ser sujeto de sospecha, al trasladarle el papel de posible victimaria.
Al liberar de toda duda al galán denunciado, las preguntas se convierten en dardos contra la denunciante. “¿Lo denigra por despecho?... ¿Será que él no le dio “pelota”?... ¿No sería ella la acosadora?... ¿Estará loca?”.
Era fácil actuar así por parte de las señoras diputadas cuando el rumor no tenía rostro ni voz públicas. Pero ahora, cuando el rumor dejó de serlo para elevarse al grado de denuncia, cuando la víctima decide enfrentarse al supuesto agresor, al fantasma de los miedos y a la intriga del cálculo político, estas señoras han quedado atrapadas en el foso que ellas mismas cavaron con un discurso ajeno al compromiso de género que muchas pregonan pero no practican.
Si tomarse una foto picarona junto a los retratos inertes de quienes alguna vez fueron presidentes del país –en algunos casos para deshonra de él– constituye un sacrilegio desde la óptica de las y los ocupantes de la mayoría de curules en la Asamblea, ¿cómo justificar que sus salones de trabajo alojen los pasos de un posible acosador, que los teléfonos de un legislador sean utilizados como línea caliente o que una gira laboral quisiera convertirse en forzada noche romántica?
El argumento esgrimido por “las madres de la patria” para absolver al presunto implicado se caen por sí solos. Puede que sea inocente, y eso solo el tiempo y la investigación seria lo dirán, pero liberarlo de toda sospecha porque es amable, simpático y cariñoso “con todas las compañeras de fracción”, es una razón ilógica, pues olvida y pretende desconocer la dinámica y el comportamiento mismo de un acosador laboral.
Cordial y zalamero. Las mujeres, más que nadie, deberían saber que el agresor del género femenino casi nunca tiene cara de villano y, más bien, suele ser cordial y zalamero para poder lanzar sus redes con alguna expectativa de éxito. Cuando no lo consigue, normalmente desata sus iras escondidas cobrando venganza por su maltratado ego de galán sin ventura.
¡Señoras diputadas!... Sobre la Asamblea Legislativa hay sospechas de una verdadera afrenta, mucho más seria que aquella pose de diva con que una legisladora fue fotografiada ante los ojos sin cubrir de unos expresidentes que no podían verla.
Al menos dos de ustedes han contribuido a dar la cachetada sobre la honra del Poder que representan. Un silencio prudente, en caso de mucha estima por el compañero o de mucho compromiso político que defender, habría sido agradecido por un país que cada mañana se levanta víctima de algún macho que no pudo más con su hombría y mató a una indefensa mujer.
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