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A pocos días de haber compartido el escenario junto con el reconocido Ballet de Stuttgart donde se interpretaban obras de Gyorgy Ligeti y Steve Reich, que combinaba danza y música en vivo, con piezas de Helmut Lachenmann, compositor y musicólogo alemán en un concierto transmitido en directo por la Radio del Suroeste Alemán y habiendo visto a Pierre Boulez a sus ochenta años dirigir una de sus piezas, entre algunas de las tantas maravillas artísticas que he podido apreciar o interpretar en los últimos cinco años en Europa, me permito comentar la pseudocrítica musical que publicó Andrés Sáenz el pasado 14 de agosto. No he presenciado la ópera Fábula del bosque , Opus 173, pero sí conozco el catálogo de Alfagüell.
Al no existir en nuestro país crítico alguno de música que se apellide Stückenschmidt o Adorno, o que al menos posea la misma formación y gusto que ellos, es penosamente comprensible que Sáenz desubique y confunda al pueblo costarricense, insultando efusiva- mente el trabajo del compositor Mario Alfagüell.
En su afán de expandir horizontes, con gusto y curiosidad, y en una constante búsqueda por un ser costarricense que vaya más allá de los estereotipos de los estadios de fútbol o las malas copias de los valses de Strauss, el público y las nuevas generaciones asiste a los conciertos y presentaciones de las obras de Alfagüell, a la expectativa de sonoridades y resultados muy diferentes de lo que un concierto con música de Bach, Beethoven o Armando Manzanero en versión orquestal les puede ofrecer.
Autoridad musical. Como artista profesional tengo muy claro que cada quien es libre de expresar sus opiniones y gustos, pero como persona tengo aún más claro que, por encima de las preferencias artísticas y sonoras individuales, la ética y el respeto por los demás resulta más importante que hacer alarde de una autoridad autoadjudicada, puesto que no tenemos ningún conocimiento de que el señor Sáenz se haya dedicado a estudiar música ni que se haya informado sobre el acontecer musical en el mundo.
Que el señor Alfagüell haga y deshaga la música a su antojo, con la disciplina y número de opus que a él como compositor serio le parezca, es una característica normal en el trabajo cotidiano de cualquier compositor profesional.
Lo que resulta inadmisible es que Sáenz, haciendo gala de sus virtudes estilísticas y literarias se rebaje, a la manera de la mejor gradería de sol, a lanzar improperios e insultos contra Alfagüell, el cual, desde el palco, sin necesidad de lanzarle bolsas de orines a nadie, con seriedad, dedicación, humor fino y gracia compone sus obras, enriqueciendo el catálogo de música costarricense.
Comentarios grises. Para aquellas personas que nos encontramos en el continente, cuna de la música clásica y contemporánea, que tenemos la dicha de escuchar frecuentemente grandes orquestas y ensambles de cámara, interpretando en un mismo concierto obras que van desde Guillaume de Machault hasta Toru Takemitsu, pasando por Haydn, Debussy, Stravinsky y Tchaikosky, los comentarios grises y los intereses miopes que Sáenz en su crítica defiende resultan inútiles y completamente ajenos a la realidad musical de nuestro tiempo.
El aldeanismo, la involución, el desconocimiento y el estado hepático que Sáenz en su columna muestra nos llevan a sugerirle que, por el bien de las nuevas generaciones y la evolución de la cultura musical costarricense, pague sombra y se acoja a su merecida jubilación.
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