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El centenario de don Pepe permitió evocar sus realizaciones y hasta ver los intentos de usarlo de comodín, aunque, si alguien no sirve para eso, es Figueres. Cuando vino Kennedy y nuestro Gobierno no lo invitó al aeropuerto, tuvieron luego que ir a la carrera a traerlo, porque lo primero que hizo el visitante fue preguntar: "¿Y don Pepe?".
El núcleo de su pensamiento proviene del aprismo de Haya de la Torre, según el cual era un Estado intervencionista el que debía desarrollar el capitalismo nacional, por ser el único capaz de suplir la debilidad orgánica del capital criollo, “tímido y cobarde, que solo se arriesga en negocios seguros y rentables”, según Rodrigo Facio.
A Figueres no le importaba si los medios eran estatales o privados, solo su oportunidad y conveniencia. De ahí su contradictorio nacionalismo, con teléfonos privados con el italiano Pietrogrande y apoyo al contrato con Alcoa.
Don Pepe no se reduce a sus anécdotas y menos aún al orden establecido, que se saltó cada vez que pudo. No fue en el 48 a defender una elección, sino a hacer una revolución que culminaría con una República Socialista del Caribe. No por defender a Ulate rechazó la oferta conservadora de retener el poder a cambio de derogar la legislación social, sino porque, aunque quería el poder, su meta era la Segunda República y el Pacto de Guatemala.
El PLN no fue un fin-en-sí; cuando se le opuso, casi se pasa al partido de Piquín Garro. Creía obsoleto el parlamento y hasta quiso archivar la Constitución. ¿No pidió, luego de su último mandato, que lo dejaran gobernar de facto un par de años?
Éticamente bordeó el abismo: confites, Sabundra, Vesco, MacCalpin y el distrito financiero. Sostenía a Vesco con la derecha y recibía con la izquierda dinero soviético para su campaña del 70. La plata política era sagrada y maldecía a quienes la usaban para su beneficio privado.
Complejo el hombre, compleja su herencia. En ella no hay agua bendita, sino pasión y sangre: desde sus lágrimas conmovedoras al inaugurar la escuelita de La Lucha, hasta su actitud injustificable con los asesinos del Codo del Diablo.
En una herencia tan rica y contradictoria, cada quien deberá asumir la responsabilidad de lo que toma y se lleva, y de lo que deja y olvida. Lo que no se vale es la hipocresía, ni la versión edulcorada de un Figueres inventado y mutilado. Por eso es inútil discutir cuál sería su opinión sobre el TLC. Impredecible y pragmático, podría haber dicho tanto que sí, como que no.
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