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Cómo terminan las democracias

No me atrevo a fijar fechas, pero pronto, la democracia en El Salvador puede dejar de existir. La buena noticia es que puede ser sustituida por una dictadura "disimuladita" para adecuarla a la época de la mentira generalizada que vivimos. La mala noticia es que puede suceder algo peor: una nueva Colombia. La institucionalización, no de la violencia, sino algo peor: la generalización de la cultura de la violencia y del caos. La única esperanza es que el gobierno del presidente Saca cumpla con su deber.
En El Salvador hay 17.000 violentos pandilleros conocidos como “maras”. Saca anunció, el 3 de setiembre del 2004, que “se les acabó la fiesta” porque iba a proceder con una “súper mano dura”. Este proyecto tenía “cuatro ejes”: la prevención y participación ciudadana; la disuasión y persecución; la rehabilitación y la reinserción de los delincuentes. El mismo día en que la anunció, los “maras” mataron a 12 salvadoreños, y 500 fueron asaltados a mano armada. Los “cuatro ejes” no fueron ni “súper” ni siquiera duros. Hoy, la tasa de homicidios en El Salvador es el doble del promedio en el continente. La violencia contra los transportistas había paralizado al país. El Gobierno respondió con la “Operación Trueno”, que resultó en nada. Los empresarios negociaran un paquete de “impuestos” con las “maras” que van desde $15 hasta $100 por semana por bus.
¡El colmo! La parálisis de la democracia salvadoreña y la irrelevancia de la fuerza pública trajeron como consecuencia lo inevitable: la aparición de “La Sombra Negra”, el principal grupo de exterminación de las “maras”. “Hacemos saber que, vista la ineptitud del Gobierno y la inoperancia de los cuerpos de seguridad, volvemos a renacer para traer la tranquilidad a San Miguel”, advirtió el grupo. Desde luego, el señor Saca, indignado, se limitó a condenar a estos grupos y, ¡el colmo!, pidió a la población civil que colabore con las autoridades oficiales denunciando a quienes infrinjan la ley, haciendo que sean los civiles quienes arriesguen sus vidas por las inevitables represalias de las “maras”.
Con 17.000 hombres violentos, si encuentran un tema político que los una, hay guerra civil. Si las “manos blancas” se proliferan, hay caos y el Estado se derrumba. Si sigue la inseguridad en esa escala, no hay inversión y el auge económico salvadoreño desaparece. Pero, sobre todo, si la violencia se hace crónica, se repetirá el caso de Colombia, calificado por la ONU como un “Estado fracasado”. La paz en El Salvador, en resumen, ya no existe. Hoy, así como va, El Salvador está en una situación en la que no puede salir adelante.
Quimeras. Un país puede solo existir en dos formas: estructurado o caótico. El Estado moderno tiene que hacer valer su autoridad. La insistencia en frases sonoras como “súper mano dura” y “Operación Trueno” sin tener en cuanta los intereses vitales del Estado, la deleznable repugnancia de hacer frente a hechos desagradables, la práctica de buscar quimeras para no enfrentar realidades. Todos estos vicios terminan con las democracias. Pero, de todos sus defectos, el más serio es que ha calado en las mentes de gobernantes y gobernados que la aplicación de la fuerza por parte del Estado es sinónimo de agresión, de matonismo, algo propio de gorilas.
La idea de que las amenazas a la paz se pueden resolver con más y más negociación, prácticamente perpetuándolas, resultó, en el siglo XX en grandes guerras, tremenda destrucción y casi 100 millones de muertos.
En El Salvador, la fuerza pública es el único garante de recuperar la paz que se ha perdido. La paz en situaciones de caos tiene que ser impuesta por el Gobierno, no por la “mano blanca”. Según uno de sus creadores, Paul Boncour, lo que terminó con la Liga de las Naciones fue la negación de la fuerza. El Gobierno de El Salvador tiene el deber de dar la orden a sus fuerzas armadas de terminar con la violencia para asegurar la paz y el progreso. A cualquier precio.

  • POR Jaime Gutiérrez Góngora
  • Opinión
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