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A los 100 años del natalicio de don Pepe Figueres, apenas a 16 de su muerte, por fortuna es todavía demasiado prematuro para hacer de su figura un mito. Pero por suerte también es tarde ya para intentar, si alguien lo quisiera (¡ay y lo quieren muchos!), adocenar a don Pepe para convertirlo en un ser a histórico.
Hay muchas maneras de contar la vida de un ser humano; una de ellas, muy frecuente entre quienes quieren convertir al personaje en una leyenda, consiste efectivamente en desinscribirlo de la historia, extraerlo de las relaciones sociales y del contexto cultural dentro del que vivió. Así, la persona termina dotada de unas características o cualidades suprahistóricas, hacedor, por lo tanto, según esa visión apologética, de todo lo divino y lo humano de su época. Los yerros en cambio, jamás serán suyos, se atribuirán a sus contemporáneos.
Para evitar caer en la apología de don Pepe, o en su contrario en la apostasía, el método histórico nos obliga a tener permanentemente en cuenta la época histórica en la que le tocó vivir, a fin de estudiar su pensamiento siempre inquieto y creativo, y su decisiva actuación, en dialéctica relación con el medio y con sus contemporáneos; valga decir, el líder y su visión en medio de unas particulares relaciones de poder en las que estuvo inserto.
Reflexiones. Siguiendo esta ruta, juzgo que una clave para no perderse con este hombre tan particular, tan reacio a dejarse encasillar, es partir de sus primeras reflexiones y escritos de 1942, año crucial también de su rica actuación política. Democracia, libertad y socialismo, tres palabras "gastadas" (¿gastadas?), que, vertidas en un crisol, de su ineluctable combinación brota el germen del pensamiento guía de don Pepe. No hay democracia sin socialismo, mas tampoco hay socialismo sin libertad ni libertad sin democracia.
La originalidad de su pensamiento y su actuación deviene de allí, de esta simbiosis de tres tradiciones humanas que como afluentes de un ancho y venturoso río, no tuvieron un mismo origen. En efecto, a la democracia se le asocia en sus fuentes con la antigua Atenas, a la libertad, con la Revolución Francesa y al socialismo en sus orígenes utópicos, que era en el que mayormente creía don Pepe, con la Europa del primer cuarto del siglo XIX. Don Pepe fue heredero de estas tres tradiciones, no de cada una por separado, sino de las tres dialécticamente entremezcladas.
Solamente partiendo de esta perspectiva histórica se puede descifrar cómo, después de haber comandado una revolución victoriosa, apoyada en gran parte por las fuerzas del capital, diezmadas y traumadas a su vez por la reforma social de la década de 1940, don Pepe Figueres, en lugar de derogar las leyes sociales las profundiza y emprende, junto a la gran clase media, el camino de la modernización de la institucionalidad pública y del Estado en su conjunto, conservando en paralelo una política de salarios crecientes. En este contexto adquiere mayor valor la abolición del ejército, del vencido y del vencedor, pues solo así era posible garantizar y solidificar el camino de una modernización del Estado, con democracia y movilidad social permanentes.
Profundas raíces. Por todo ello, a don Pepe no se le puede asimilar, como si fuera un político anodino, con cualquier idea de progreso o de modernidad. En particular, sería abusivo pretender hoy tomarlo como estandarte o adalid del curso arrebatador de un capitalismo salvaje y concentrador del ingreso y de la riqueza. La cobija no da para tanto; el desdén de don Pepe contra las ideologías en general, genuino como era, en lo medular fue esgrimido contra las fórmulas preconcebidas, contra las palabras gastadas, ya que era poseedor de un pensamiento muy original y de raíces muy profundas dentro de una tradición costarricense de diálogo y de negociación que permitiera a los grupos subalternos de la sociedad también progresar.
Cien años se han cumplido del natalicio de un hombre fecundo en el pensamiento y en la acción, un humanista sin duda, forjador como el que más de una democracia moderna, que abriera las oportunidades de justicia social para todos sus hijos; don Pepe Figueres es sincretismo de lo más genuino del pensamiento social costarricense junto a los valores de los más puro de la civilización de Occidente, la democracia, la libertad y el socialismo.
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