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En breveimaileo , un amigo judío y yo intercambiamos algunos comentarios sobre la conocida hipótesis de que los primeros pobladores españoles de Costa Rica fueron mayoritariamente judíos que buscaron protegerse de la Inquisición en el aislamiento montañés de Cartago. Cierto o no, concluimos en que un ingrediente más en nuestra olla de carne cultural solo podría resultar beneficioso, si no divertido.
Me vino entonces a la memoria la ocasión en que, por razones electorales, fui invitado a almorzar, con un grupo de académicos, en la casa de un empresario de índole inocentemente ostentosa. Me correspondió, por accidente, compartir con el anfitrión las cabeceras de una de las mesas y, en consecuencia, figurar como su interlocutor directo en una conversación que, por otra parte, fue desde el principio un monólogo del amo. Aburrido, me distraje un poco y, de pronto, descubrí que el señor de la casa engarzaba desde hacía rato una sarta de comentarios racistas dirigidos en contra de los negros y los judíos, tan repugnante que en pocos minutos me hallé pensando en cuál debería ser el carácter de mi inevitable protesta.
Entre las posibilidades que consideré figuraron algunas realmente imposibles como, por ejemplo, lanzarle a la cabeza una botella de vino, subirme a la mesa a bailar un zapateado, hacer una ruidosa imitación de Adolfo Hitler o cantarLa Marsellesa en holandés, pero finalmente opté por la fórmula alajuelense de poner en mi plato ya servido una lasca de pan, el tenedor y el cuchillo y, cargando también con mi copa, irme a concluir el condumio en otra mesa, en la que por fortuna la conversación consistía en un intercambio de amables improperios relacionados con un reciente partido entre laLiga y elSapri , algo muy placentero al oído del único hincha del Carmelita en todo el cantón de Montes de Oca.
Meses después, un editor local me pidió un dictamen sobre el manuscrito de dos investigadores que habían hurgado minuciosamente en los archivos de Cartago con el fin de aclarar si, como se creía, en aquella ciudad casi no se había practicado la esclavitud. Mi opinión fue favorable, se publicó la obra y no fue sino entonces cuando advertí que en uno de los árboles genealógicos incluidos en el libro figuraba el ario de este relato como descendiente de una "negra bozal" (es decir, traída directamente desde África), comprada en Matina allá por el siglo XVII. Reí, sentí el impulso de subrayar el libro y enviarlo a cierta dirección, pero me contuve porque no quería ser tan malo.
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