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Buenos Aires (DPA). Leo Messi, el mejor futbolista del mundo, tiene desde hoy una semana para comprobarlo en persona: en Argentina, un país loco por la pelota, hay un importante sector de hinchas que lo desprecia. Y la cosa parece crecer.
Poco y nada le importó al Círculo de Periodistas Deportivos que Messi ganara el lunes el premio al mejor jugador del mundo, sólo pocos días después de consagrarse como Balón de Oro y cerrar una temporada con seis títulos. No: el premio al mejor deportista argentino de la temporada fue para el tenista Juan Martín del Potro.
"Pero, ¿Leo no es el rey?", se pregunta hoy en una columna La Nación, que destaca que “Messi es el mejor del mundo” y “reina en un deporte que está sellado a fuego en el adn del ser nacional”.
Muchos no piensan así en Argentina. Entre el mejor futbolista del mundo y el quinto tenista del planeta muchos especialistas en deportes optan por premiar al hombre de la raqueta, campeón del US Open y protagonista de una notable temporada, sí, pero con un impacto a nivel mundial varias veces inferior al de Messi.
¿No se le “perdona” a Messi su gol de pecho el sábado en la final del Mundial de Clubes ante Estudiantes de La Plata? Messi juega para el Barcelona, y su obligación (y deseo) es meter goles. Pero no todos lo entienden.
“No digo que no ponga todo por su equipo, pero no hacía falta gritar así el gol ante un equipo argentino”, criticó esta semana a Messi un lector en una carta a Olé.
“Además hay que tener en cuenta el pésimo momento de nuestro país, donde la gente necesita una alegría”, añadió en sintonía con otro mensaje de un lector: “Cómo gritaste el gol, Messi. ¡Y si te pagan en euros! Espero que en la selección argentina no te olvides de jugar con esas ganitas”.
Los mensajes al diario deportivo revelan la fibra más íntima de un pensamiento que no es marginal en la Argentina de hoy, y en el que todo se mezcla: euros, política, crisis económica, resentimiento, frustraciones, envidias y un Messi que aún no pudo explotar con la camiseta de la desorientada selección mayor.
Messi, que sólo juega; Messi, que es la antítesis del Diego Maradona desafiante y maleducado, paga por ello.
Aunque parece estar cansándose. “Me jode que digan que no soy argentino”, confesó esta semana, al tiempo que elaboró una teoría que ya circulaba: el hecho de no haber jugado en la Primera de ningún club argentino –llegó a España a los 13 años– lo convierte en un ser ajeno, en un “extranjero” para muchos compatriotas.
“Es catalán. Ni sabe el himno argentino, pero sí puede gritar ¡Visca Barcelona!”.
La frase es pronunciada en los últimos tiempos por muchos argentinos, algo que a Daniel Arcucci, el biógrafo de Maradona, no termina de asombrarlo.
“A Messi lo seguimos insultando con pintadas en las paredes, enrostrándole su actuación en el seleccionado en vez de crearle las mismas condiciones que tiene en el Barca para que disfrute y se luzca allí como lo que ha sido elegido, el mejor del mundo”, escribió.
El lujo de despreciar a Messi se produce en un contexto curioso: la selección argentina juega tan mal como no lo hacía en años –en los últimos 12 meses perdió seis partidos, algo que no le sucedía desde 1919–, sus seleccionados juveniles –hasta hace poco motivo de orgullo– desaparecieron del mapa, y el seleccionador nacional tiene que comprarse una entrada para ver a sus jugadores, porque la FIFA lo suspendió por maleducado.
“Volvé Bielsa”, tituló hoy Olé tras la derrota de 4-2 ante el combinado de Cataluña y el homenaje que el exseleccionador argentino, hoy al frente del aceitado Chile.
Es, de alguna manera, una buena noticia para Messi, fanático hincha de Newell’s al igual que Bielsa. El estadio del club fue rebautizado en la noche del martes con el nombre de El Loco Marcelo Bielsa, en un amistoso de verano que rescató a viejas glorias y ofreció deliciosos chispazos de futbol.
Messi, de 22 años, ya no tiene que pensar en qué sucedería si alguna vez alguien propusiese ponerle su nombre al estadio. Al fin y al cabo, de seguir las cosas como hasta hoy, es probable que las pintadas inundasen Rosario.
La solución, todo indica, estará del 11 de junio al 11 de julio de 2010 en Sudáfrica. Si pese a Maradona la selección argentina logra el milagro –y el milagro será imposible sin un gran Messi–, el exitismo, otra creciente pasión argentina, hará nacer de inmediato a San Leo.
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