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La política internacional importa

Es temerario cuestionar lo que son las relaciones internacionales para un país sin ejército

En estos días de campaña electoral, me llamó la atención un comercial de un candidato que pretende la Presidencia de la República. En este se disminuía al máximo la relevancia de la participación del presidente Óscar Arias en los conflictos hondureño e israelí-palestino.
Es temerario cuestionar la importancia que representan las relaciones internacionales para un país sin ejército; sobre todo cuando somos depositarios de un amplio prestigio dado el aporte de iniciativas de peso mundial, especialmente en temas de ambiente, democracia y paz. Costa Rica comparte espacio físico con casi dos centenas de naciones. Esta sencilla razón nos compromete a fortalecer la solidaridad y la paz en la comunidad internacional.
Respeto. Tuve la oportunidad de conocer de primera mano (in situ) la realidad de Israel y Palestina. Igualmente, en días recientes me reuní con el vicecanciller de Egipto, Hisham el-Zimaity. En ambos intercambios fue evidente el respeto que se le tiene a Costa Rica como mediador y propiciador de paz. Lo mismo sucedió con las autoridades hondureñas al aceptarnos como mediadores en su conflicto. Inclusive, los candidatos a la presidencia de ese país y su presidente electo, Porfirio Lobo, recientemente agradecieron las gestiones del presidente Arias y reafirmaron su compromiso con la democracia.
En el caso de Honduras, el consenso de San José abrió el camino hacia las negociaciones. Aunque aún no hay "humo blanco", el sendero del retorno de este país a la democracia ya fue marcado por la propuesta de Costa Rica. En lo que respecta a Medio Oriente, nuestro país ha sido claro en su apoyo al diálogo como salida al conflicto. La ansiada paz en esta región pasa –al menos– por discutir y resolver, de una sola vez, el tema del reconocimiento mutuo, el de Jerusalén y el establecimiento de una capital compartida, el de las tierras colonizadas (con la posibilidad de intercambios) y el de los migrantes.
Además, la propuesta del presidente Arias a los palestinos de eliminar su ejército y de hacer de la paz y la indefensión bélica su mejor instrumento de defensa, debería ser analizada con detenimiento. Esta idea no es nueva, ya se puso en práctica con éxito en Costa Rica, en Haití y en Panamá. Sin duda, en su conflicto con Israel, los esfuerzos diplomáticos que pueda desplegar Palestina pueden resultar mucho más fructíferos que el enfrentamiento armado.
Igualmente, además de los temas de fondo, la forma en que se desarrollen las negociaciones es vital. Las partes deben lograr una posición común en su seno. En el caso palestino, sin que esto implique marginar a ninguno de los sectores, el extremismo de Hamás debe ser moderado por la más sesuda posición de al-Fatah. Además, no hay forma de generar la confianza que se requiere para llegar a acuerdos si las partes no se sientan juntas en la mesa para dialogar de frente, viéndose a los ojos. Finalmente, las negociaciones no irán a ninguna parte si no se dan al más alto nivel, entre jefes de Estado. En este proceso el concurso de la Unión Europea, de otros países de Oriente Medio –Egipto especialmente– y fundamentalmente de EE. UU., son centrales.
Así lo hicieron en setiembre de 1978 en Camp David Jimmy Carter (EE. UU.), Menachem Begin (Israel) y Anwar el-Sadat (Egipto), cuando lograron la firma de la paz entre estas últimas dos naciones. Esa iniciativa en mucho fue inspiración para que posteriormente Isaac Rabin aceptara sentarse con Yaser Arafat (OLP), y lograr así los históricos acuerdos de Oslo en setiembre de 1993. Este esfuerzo les fue reconocido, junto con Shimon Peres, con el premio Nobel de Paz en 1994. De esta negociación, Arafat logró el reconocimiento de un gobierno autónomo, con autoridad sobre la franja de Gaza y Jericó, y la extensión futura a Cisjordania para los palestinos. Así, quedó claro que la paz siempre es más fecunda que la guerra.
Error estratégico. Encerrarnos en nuestro “propio mundo”, desentendernos de los problemas de nuestros vecinos, además de un preocupante signo de egoísmo, es un claro error estratégico. Costa Rica, además de bienes y servicios, tiene la voz y la legitimidad internacional para exportar valores.
No hay justificación alguna para dejar de compartir nuestra experiencia de lograr vivir en armonía, a pesar de las divergencias políticas, religiosas y étnicas que nos caracterizan.
Nuestro rol en el concierto de las naciones como “mensajero de paz”, además de un merecido prestigio internacional y un premio Nobel, nos ha deparado beneficios adicionales, como el despegue del turismo y el crecimiento de la inversión extranjera. Todo aporte en favor de la paz se revierte, irremediablemente, en bienestar para quien lo propone. No dejemos que nos venza la miopía o la demagogia. Quien busque dirigir los destinos de este país, debe asumir la obligación de no dejar de mirar hacia fuera, ni dejar pasar la oportunidad de construir, parafraseando a Isaac Newton, más puentes que muros. Esto es parte de nuestro compromiso con la historia.

  • POR Fernando F. Sánchez
  • Opinión
Democracy
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