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Conmemoramos el impacto y recordamos el legado de muchos artistas cuando llega la hora de despedirlos, a veces por el grosor y calidad de su obra, pero muchas otras por el reconocimiento que solo unas cuantas de sus producciones obtuvieron durante y después de su exhibición.
No muchas veces podemos celebrar la herencia cultural de un creador en tantos ámbitos y mediante tantas obras como ha sucedido desde el viernes 28 de noviembre, cuando murió Chespirito, el estimable padrino del regocijo latinoamericano de las últimas cuatro décadas.
Chespirito, su nombre de cuna en nuestros términos –contrincante del Roberto Gómez Bolaños que aparecía en su cédula–, dedicó los últimos 56 años de su existencia en este planeta a entretener a los demás; a hacerlos reír; a llevarle alegría a millones de desconocidos.
Para lograr su cometido, actuó, dirigió, produjo, escribió guiones para cine y televisión, creó personajes y series a granel, hizo poesía, compuso canciones, dibujó, le entró a la publicidad y hasta hizo las de dramaturgo.
¿Qué quiso hacer Gómez Bolaños que nunca pudo hacer? Su genio fue tal que muchos quisiéramos creer que quedó satisfecho con su laboriosa era en la vida, pero –como buen creador– lo más probable es que tuviera un déficit de objetivos cumplidos durante todo el tiempo en el que se dedicó a hacer lo que amaba: inventar y relatar, y volver a contar.
Elogiado y reconocido como parte de la familia extendida de cientos de millones de personas alrededor del mundo, y enjuiciado por miles de detractores, el comediante estuvo, está y estará en boca de muchos más por una cuestión innegable: pocos artistas podrían hacerle pico a su impacto en la cultura latina, así como a su abundante creatividad.
Chespirito llegó, conquistó y partió para siempre las aguas de medios y expresiones a nivel latino que siempre quisieron codearse con las industrias del entretenimiento del primer mundo, pero que –con su visión y manifestación latina– aprendieron a ver para adentro y hablarle a los suyos, en sus términos, aunque fuese momentáneamente.
En la mente de los que lo conocimos mediante sus múltiples aportes al mundo del entretenimiento, su infancia fue infinita; incluso a sus 85 años tenía facciones y actitudes de niño. Pero lo que deja –desde personajes hasta series– solo puede ser producto de un magnate que no se estancó en una o dos ideas, sino que puso todas las que pudo en la mesa.
No obstante, los niños nunca dejan de aprender, y para alguien como él, que se convirtió en el laboratorio de prueba de una televisión auténtica latinoamericana, aquello pasó una cara factura, pues no faltó quien señalara uno que otro lunar dentro de su prolífica obra.
Así es y así será: el debate de si lo que Chespirito hizo fue bueno o malo para la cultura nunca terminará, a pesar de que la conversación debería de versar también sobre algo muy importante: que hizo ; antes de hablar y señalar, hizo .
Cajero automático
En el 2012, un artículo de la revista Forbes reportaba que Chespirito había logrado desde hace 40 años muchas de las cosas en televisión que hoy se consideran impresionantes en mercados como el estadounidense y el europeo.
El chavo del ocho , su serie más icónica, le ha generado casi dos billones de dólares a Televisa solo por concepto de tasas de sindicación desde que la producción del programa cesó, en 1992. Es decir, el dato no incluye las ganancias que generara mientras estuvo al aire, la mercadería relacionada al personaje ni los demás programas que creó para el canal.
La relación de Gómez Bolaños con Televisa comenzó desde mediados de la década de 1960, luego de su incursión en la radio y en televisión local. La cofradía se consolidó con Los supergenios de la mesa cuadrada, que empezó como un bloque de 10 minutos con sus primeros personajes, como Doctor Chapatín, Chapulín Colorado y el Ciudadano Gómez.
El espacio terminó en 1971, y un año después lanzaron Chespirito , que seguía la línea de unir a varios personajes en un espacio de media hora. Esto terminó en 1973 dado el éxito de El chavo del ocho y El Chapulín Colorado , que se convirtieron en programas por sí solos.
En 1980 se retoma la idea de unirlos a todos en Chespirito y así se hizo durante 15 años más, aunque desde 1992 dejaron de producirse episodios, y aunque los programas en realidad nunca han dejado de transmitirse. En la segunda encarnación de Chespirito , el comediante pudo desarrollar nuevos personajes como El Chómpiras y Chaparrón Bonaparte.
Hoy y todos los días, más de 90 millones de personas ven El chavo del ocho solo en el continente americano, número que era todavía mayor en la década de 1970, cuando eran 350 millones de espectadores semanalmente, en tiempos en los que no había tanta gente ni la televisión era un recurso tan universal como hoy.
Aproximadamente, 1.300 episodios fueron los que se filmaron de los programas de Chespirito, aunque algunos permanecen perdidos, y durante su etapa creativa se calcula que el comediante llenó 60.000 páginas de material original.
Así las cosas, es fácil imaginar el tamaño de la fortuna amasada por Chespirito en vida, sin tomar en cuenta que él fue el dueño de los derechos de todos sus personajes y que su compañía también produjo varios videojuegos basados en las historias que lo llevaron a la fama.
Adicionalmente, sus programas no parece que vayan a desaparecer tras su muerte, y será su primogénito, Roberto, quien se encargará de su herencia creativa, al frente de la compañía de producción que fundó su padre.
El espejo del Chavo
Quizá la principal razón por la que no lo olvidaremos es por El Chavo, el niño cuya personalidad creó y encarnó durante la mayor parte de su carrera. Sin embargo, El Chavo es también la fuente de muchos de los que lo han criticado.
En la serie no pasa nada y nunca cambia nada. El Chavo no tiene hogar ni familia, y se asocia con personajes como Don Ramón –para siempre desempleado y en deuda– y Kiko –el típico niño mimado que no respeta ni cree en nadie–.
La violencia y la burla están presentes siempre, primero de los adultos a los jóvenes, y luego –naturalmente– entre los mismos niños. El respeto a la autoridad, por ende, es nulo, y solo ello representa un sentimiento muy común para el latino: la percepción de que los que están arriba no merecen obediencia porque siempre se comportaron como patanes y eso es lo que nos enseñaron a hacer.
El Chavo del ocho puede verse como un programa que incita la violencia y el bullying (termino que nadie usó en 1975), pero dado que Chespirito lo planteó como un programa para adultos, lo más obvio es que en realidad se trata de un espejo de la sociedad en la que se desarrolló el artista, en la que nada parecía transformarse (recordemos, por ejemplo, los 70 años de dictadura del PRI) y en la que los problemas seguían existiendo porque las causas parecían escritas en piedra.
"Es común encontrarse con audiencias enternecidas por un niño desvalido que vive, milagrosamente, de la caridad posible en una vecindad de barrio. Ternura medida con la vara de una herencia cultural melodramática y naturalista que deja descubrir en la miseria y los miserables ciertos rasgos de hermosura humana, a pesar de los pesares. Todos los personajes que comparten con el Chavo sus aventuras en el reino de las desigualdades son personajes en crisis", señaló el periodista mexicano Fernando Buen en un texto crítico publicado en Telesur.
Buen no miente, pero no considera la perspectiva de que reflejar esas situaciones a la postre negativas y costosas en la pantalla chica no es malo; lo malo es que la ficción sea eterna en el mundo real.
“Sus conflictos, atravesados por sus mismas diferencias, no quitan la chance de algún espacio para la armonía y la fraternidad”, menciona Luis Costa en un artículo de la Perfil de Argentina. “Nunca se queda el Chavo solo en Navidad o sin comer, y tampoco el Señor Barriga deja nunca sin hogar a Don Ramón. En este tipo de serie, las situaciones se mantienen siempre estables, no hay evolución de los personajes en el tiempo. Los chicos nunca terminan el colegio y Doña Florinda estará siempre esperando el paso determinante del profesor Jirafales”.
Y allí es donde uno se pregunta: ¿Y si ese era el punto: aceptar la realidad por lo desagradable que es, sin expectativas de cambio o mejora, y sin dejar que ello nos robe la compasión? ¿Y si Chespirito solo quería reír para no tener que llorar? ¿Y si ese fue el motivo por el cual dedicó toda su vida a contar historias? ¿Y si eso fue lo que definió su camino? ¿Y si...?
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