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La buena senda del futuro

Podemos y debemos trabajar por un mayor bienestar
En la historia de la humanidad existen momentos claves que marcan épocas y definen senderos. Algunos son resultado de los propios hechos: øquién genuinamente preocupado por los hombres y la sociedad no se ha sentido desgarrado por el holocausto de la Segunda Guerra Mundial, o estimulado por las corrientes de libertad que agitó la caída del Muro de Berlín? Otros momentos emblemáticos surgen de los símbolos y sus significados: desde el valor sobrenatural que un antiguo pudo dar a los eclipses, hasta el juramento constitucional que cada cuatro años prestan nuestros presidentes. Si algún elemento de esta categoría se ha impuesto sobre nuestro imaginario colectivo, es la llegada del año 2000, puente virtual entre siglos, milenios y épocas, que nos convoca a valorar el pasado, ahondar en el presente y proyectarnos hacia el futuro.
La edición especial conmemorativa de que forma parte este comentario culmina un gran esfuerzo de recuento y proyección. Cierra un ciclo que La Nación inició el lunes 4 de enero de 1999, cuando anunciamos "una voluntad de balance y puesta al día, pero, sobre todo, de búsqueda de oportunidades y de discusión sobre opciones, para aprovecharlas en beneficio de todos". Durante todo el año trabajamos hacia ese fin. Sin descuidar nuestras obligaciones cotidianas, abrimos múltiples senderos periodísticos adicionales, para recapitular sobre el pasado de Costa Rica y el mundo, aquilatar el desarrollo de varias disciplinas, hacer inventario de logros, valorar los aportes de personajes e incursionar en retos y oportunidades.
Hoy, como periódico, sintetizamos ese esfuerzo con el ejemplar que tiene en sus manos. Hoy, como ciudadano y país, debemos también hacer un esfuerzo adicional de reflexión, desde este alto puente y virtual atalaya que es el primero de enero del 2000.
Un resultado favorable
A escala universal, este fue el siglo en que el totalitarismo controló o aniquiló a millones de seres humanos; en que los conflictos armados y el terrorismo, como nunca antes, convirtieron a los civiles en sus principales víctimas; en que la marcha hacia un mundo justo y sin pobreza ni siquiera rozó a enormes sectores de la humanidad; en que las diásporas y la aniquilación deliberada se desarrollaron como fríos instrumentos de poder. Ha sido también el siglo de la enorme presión demográfica, el uso desorbitado de los recursos naturales y el debilitamiento de estructuras básicas de organización social como la familia.
Sin embargo, este también ha sido el siglo con mayores logros en salud, educación, acceso al trabajo y conciencia sobre los desafíos pendientes. Es el siglo que tras su mayor catástrofe bélica, vio surgir, además de la guerra fría y el imperio soviético, las corrientes democráticas más dinámicas y dio ímpetu a esa inédita mezcla de liberalismo político, capitalismo económico y preocupación social que es hoy la aspiración de casi toda la humanidad y la realidad es buena parte de ella. Es el siglo que, en su recta final, asistió alborozado a la liberación, desde su propio seno, de la Unión Soviética y Europa central y oriental.
En este siglo han sido doblegadas mortíferas enfermedades y controladas devastadoras epidemias. Es el que mayor riqueza ha creado y el que más se ha preocupado por su mejor distribución: en ninguna época de la humanidad tanta gente ha logrado mejorar tanto sus condiciones de vida. Es el siglo de la ciencia, la tecnología, la informática, el impulso de la genética, la cautivante libertad en el arte. Es el que, en medio de tantas aberraciones, más ha valorado la libertad humana y el ámbito sagrado de la individualidad.
Mal cierre; optimista futuro
El siglo se cierra con demasiada sangre inocente aún fresca en Ruanda, Kósovo, Timor Oriental y Chechenia: la barbarie humana no cesa. Pero también hemos logrado coronar esfuerzos exitosos por frenarla, y se ha producido un creciente clamor universal porque el respeto de los derechos humanos se convierta, con eficacia, en elemento esencial de la política.
Hoy la humanidad se perfila con mayores posibilidades de integración, gracias al comercio, las finanzas, los flujos humanos, los valores compartidos y las ansias comunes: la globalización es un reto no exento de riesgos, pero sobre todo es una gran oportunidad. Un dato esperanzador: lo que hace apenas algunos meses muchos llamaron la peor crisis financiera mundial desde los años 30, fue conjurada rápida y exitosamente, y durante el año que hoy comienza se espera un considerable crecimiento internacional. La informática y la genética, si bien generan perturbadoras inquietudes éticas, abren aún mayores esperanzas para los seres humanos.
El llamado nacional
En medio de este panorama, Costa Rica nos llama con urgencia hacia un mejor futuro. Partidos de sólidas bases. La democracia, solidaridad, justicia, movilidad social, respeto mutuo, paz, acceso a la educación y la salud, distantes referencias para varias naciones, en la nuestra -aunque con yerros y contradicciones- forman parte de la vida cotidiana. Hemos tenido un desempeño económico mejor que muchos otros países en desarrollo, nos hemos beneficiado de las desventajas del comercio internacional y gozamos de merecido prestigio.
Nada de lo anterior, sin embargo, garantiza el progreso sostenido; tampoco la posibilidad de convertirnos antes de una generación en un país desarrollado. Por desgracia, Costa Rica da señales de letargo, incluso de parálisis y retroceso en algunas áreas. Varios de nuestros dirigentes y conciudadanos siguen atados a dogmas que encierran nuestra vida política, económica y social. Nuestros mecanismos de elección representación necesitan urgentes reformas. Los ciudadanos han perdido importantes cuotas de fe en los políticos y la política. La impunidad se ha convertido en mal endémico. La adoración del intervencionismo estatal y la elevación al rango de dogma de instituciones ya inoperantes, impide reformar a fondo la economía y la administración pública. Varios monopolios estatales permanecen intocables. Los problemas fiscales, con una deuda pública que consume un tercio del gasto, e inversiones insuficientes en infraestructura y servicios, limitan nuestro desarrollo y hacen vulnerable nuestra estabilidad.
Barreras y soluciones
No hemos logrado vencer al gremialismo. Hay sectores que temen instintivamente a la libertad y no reparan en que solo mediante una sociedad realmente abierta y dinámica, que promueva el logro, premie el esfuerzo, respete la diversidad y se abra a la innovación y al mundo, será posible desarrollar las oportunidades y conjurar los desafíos que tenemos. El Estado deberá ser cada vez más importante, pero no como proveedor y productor, sino como regulador, concertados y promotor. Deberá trabajar porque los frutos del desarrollo lleguen a más ciudadanos y sus costos se asuman con equidad. Y lejos de sustituir la eficiencia económica del mercado, ha de compensar sus imperfecciones.
Ninguno de nuestros problemas son insolubles. Al contrario, la paradoja del final y comienzo de siglo es que se podrían solucionar con relativa facilidad, pero sólo si se rompen telarañas mentales, se actúa con mente abierta y los intereses nacionales se imponen a los de grupos y partidos. øOcurrirá esto a corto plazo? øSeremos capaces de reformar la política y la economía? øEntenderemos que el aislamiento y el encierro, en el pasado o en nuestro territorio, son la peor forma de afrontar los retos? øDaremos al Estado el papel que le corresponde para afrontar con eficiencia los verdaderos temas del desarrollo, el ambiente y, en general, la calidad de vida?
Son ellas preguntas cruciales en este simbólico cambio de épocas. Durante el año hemos intentado colaborar en la búsqueda de respuestas. Seguiremos haciéndolo, junto a ustedes, lectoras y lectores, ciudadanos de un gran país, de un nuevo siglo y responsables, como el resto, del progreso nacional. Y a estas reflexiones y llamado añadimos nuestros deseos de paz y prosperidad para todos.

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